domingo, 26 de diciembre de 2010

71. Mensaje navideño

Queridos súbditos, no sé de qué os quejáis. Miles de años de civilización no os han bastado para comprender el orden vertical de las cosas, de la sociedad. Gritáis y exigís como si de verdad nosotros, los poderosos, debiéramos soltar algo más que migajas. ¡Sentid agradecimiento por no ver la muerte de vuestros hijos por hambre y frío, como vuestros antiguos padecieron! La democracia, querido pueblo, estimados villanos, no es más que votar a uno de nuestros chicos cada 4 años. Ya sabéis, nosotros elegimos el coche y vosotros el color.
En estos tiempos de crisis cuando el azúcar escasea y la dormidina se evapora, ahora que ya no estáis dormidos del todo pero apenas casi despiertos, es cuando más ira y frustración sentís. Pues bien, queridos amigos, tengo la solución a vuestros problemas: mamad como hasta ahora y todo saldrá bien. Dentro de cinco años, cuando la gente empiece a jubilarse a los 70, se implante el copago en la sanidad pública, se mantenga el sueldo mínimo interprofesional y se congelen las pensiones y los sueldos públicos, cuando el ayuntamiento de vuestra ciudad os cobre el impuesto por pisar las aceras, todo volverá a ser como antes. Os sentaréis en vuestros sofás chinos, veréis la televisión y beberéis vuestra cerveza barata y embrutecedora, y pensaréis cómo se podía vivir antes tan alegremente, despilfarrando tanto en sanidad y educación. Os sentiréis orgullosos de vuestra actitud, de tragaros todo por una mierda de trabajo que apenas os da para vivir, os compararéis con vuestros padres y abuelos y diréis: ¡nosotros somos los sacrificados, los que salvamos España, Europa y el mundo… la civilización! Efectivamente, queridos vasallos, vosotros ponéis las espaldas y nosotros los látigos.
Así que tranquilos que ya estamos preparando la vaselina. El encabronamiento al que estáis sometidos debe durar unos meses más, pero de aquí a nada se acabará. Por entonces, alguno de nuestros chicos, con una combinación irresistible de pantalón vaquero y americana, os dirá que han pasado ya los tiempos de irresponsabilidad, y que vosotros, ciudadanos ejemplares, que pagáis con vuestro sufrimiento nuestros privilegios, asentiréis como buenos esclavos sumisos y sodomizados.
Recordad, pueblo llano: es mejor dormir que estar medio despierto; mejor ser ciego que tuerto; que no os engañen, porque la canalla, vosotros, estáis donde os debéis quedar. Gracias a vuestras mierdas de vidas podemos un cinco por ciento vivir como vivimos, aprovecharnos como lo hacemos. Yo soy uno de los líderes, de los jefes, y puedo deciros esto porque al poco os olvidaréis: no os damos la televisión que consumís para que penséis sino para que soportéis. Y funciona, carajo, a las mil maravillas.
No quiero despedirme de vosotros sin aportaros algunos consejos más. Acabad con los soñadores, con los que os señalen nuevos caminos y os animen a transitarlos. Acabaréis dejándolos antes de llegar a la mitad, y habréis pisado minas y sufrido emboscadas en el trayecto. Elegid como hasta ahora: a líderes mediocres que aprenden de líderes como ellos. Y hacedlo en el trabajo, en el sindicato, en la asociación de padres de alumnos, en vuestras familias y comunidad de vecinos y, por supuesto, en los partidos políticos. No necesitáis a salvadores, sino a administradores de cargamentos de mierda.
Un abrazo a toda la canalla de parte del Míster Importante de turno.
                                                                                                                                      

domingo, 19 de diciembre de 2010

70. Mientras camino

Hace un par de semanas tras una visita a Sevilla con temporal incluido –razón por la que el 5 de diciembre no actualicé el blog (bueno, y que no dejé nada preparado)-, en la que aparte de ver a mi familia y amigos, mi chica y yo nos mojamos como boquerones, mi primo David volvió a obsequiarme con un regalo literario. En esta ocasión era una especie de autobiografía de Stephen King, Mientras escribo, un libro en el que repasa a vuela pluma retazos de su vida, para más tarde hablar del oficio de escritor. Me leí el libro con fruición, disfruté más que con muchas novelas y luego le rendí homenaje al maestro leyéndome Cujo, una de sus primeras obras y en la que el malo malote es un San Bernardo rabioso que, amén de cargarse a todo el que se cruza por su camino, aterroriza a una mujer y a su hijo atrapados en un Ford Pinto. Bueno, en realidad leí Cujo por pura diversión y nada más, pero pienso que es el mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor.
En la biografía, tras contar las penalidades de su infancia –no las llamó así y las relata con un punto de cariño, con mucho sosiego y ni un ápice de victimismo-, Stephen aborda el oficio que le ha hecho millonario y mundialmente famoso. Gracias a su talento y a su inmensa capacidad de trabajo, a su constancia y aliento, las obsesiones del americano han alimentado la imaginación de millones de personas mediante sus novelas y las posteriores adaptaciones cinematográficas. Míster King exhala amor y reverencia por la profesión. Transmite su devoción por la literatura y explica de manera práctica qué hace él para escribir, por qué es tan importante fijarse un horario para hacerlo, buscarse una habitación con trincheras y leer muchísimo para llenar el depósito de combustible.
El libro no sólo me gustó por su carácter práctico; el autor también demostró la valentía que tiene al reconocer su pasada adicción al alcohol y a las drogas. No se escuda, no se pavonea ni se justifica, simplemente detalla hasta qué punto llegó en sus adicciones y cómo, a pesar de ellas, siguió escribiendo párrafo a párrafo, terminando una novela para empezar luego otra. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que la vida era más importante que la literatura, de que sobrevivir y respirar eran aun más esenciales que emborronar folios. Para un tipo como King fue todo un descubrimiento, para nosotros, una suerte al seguir disfrutando de su extensa obra. Luego tuvo que recordar lo importante que era eso, vivir, cuando una furgoneta estuvo a punto de matarlo en el año 1999. Nuevamente la literatura jugó a su favor, pero siempre como fiel escudera de la vida.
Me gustó leer eso, uno se siente un poco menos solo en el mundo cuando lee cosas así, cuando también descubre, en mi caso andando por el pasillo de casa (todos mis grandes descubrimientos sobre la vida me han llegado mientras realizaba alguna actividad cotidiana), que la literatura no puede ser más importante que la vida; que un sueño, que un deseo, no pueden dilapidarla. Y a veces tengo que recordarlo, repensar las prioridades para que mi obsesión no se convierta en mi veneno, o al menos no en uno mortal e incapacitante.
Casi seguro que nunca le darán el Nobel de Literatura, pero Stephen King ha ganado muchos más aficionados para la causa –la lectura- que la mayoría de los premiados. Es un tipo afortunado: ha sobrevivido a sus deseos.
                      

domingo, 12 de diciembre de 2010

69. Assange el destructor

Cierta peña puede camuflarse con una simple corbata. Es el caso de Julian Assange, fundador y portavoz de Wikileaks, un tipo que cuando se trajea puede pasar por hombre de negocios, político relevante o diplomático brillante.
Incluso los papeles de agente del FBI, inspector de Hacienda o doctor en medicina nuclear le van al pelo. Si tuviera dotes de actor, cualquier director espabilado lo ficharía para toda su carrera, siempre que necesitara a personajes con el perfil de hombre atractivo, triunfador y profesional. Porque tiene pinta de eso, de no ensuciarse las manos de grasa ni de ponerse un mono manchado con gotitas de pintura. De hecho, si tuviera que adjudicarle una profesión eminentemente manual sería como concertista de música clásica –piano, violín- o como chef de un restaurante de lujo. También podría quedar bien como asesino profesional, ya sabes, del perfil frío y calculador.
Es el invitado ideal del Poder, uno de los suyos, aparentemente. Un tipo agradable al que los financieros, políticos y los Místers Importantes de turno agasajarían en sus fiestas porque no sólo gusta a sus mujeres e hijas sino a ellos mismos. Alguien en quien depositar su confianza y conseguir su atención y amistad, un conocido del que presumir. Y no dudo que en más de una ocasión y de dos, míster Assange se haya aprovechado de su camuflaje clasista para obtener información que con el desaliño no habría podido lograr. Como mola Assange: le toca los huevos al poderoso.
Hace unas semanas que hablé de las ficciones, del poder y la trascendencia que tienen para la vida y la sociedad. Assange es un destructor de malas ficciones, en concreto de las que sustentan las relaciones internacionales. Gracias a las filtraciones de Wikileaks podemos saber lo que sospechamos: que nuestros representantes y sus colegas extranjeros huelen igual o peor que nosotros. Que se pasan las instituciones a las que dicen defender por la entrepierna y que no dudan en tratar como imbécil a la ciudadanía que los sustenta con sus votos e impuestos. Defienden el servilismo y la sumisión frente al poderoso, se comportan como lacayos ante ellos… y como déspotas y soberbios ante nosotros. Cada vez disimulan peor.
Para colmo, en España no existe la experiencia histórica de otras sociedades, como la francesa o inglesa, en la que el gobernante tiene un puntito de precaución: “Si estos cabrones le cortaron la cabeza a un rey, qué no podrían hacerme ahora a mí”. Aquí gritaron nuestros antepasados “¡Vivan las caenas!” cuando regresó del exilio Fernando VII. Franco y él comparten la infamia de ser de lo peorcito que hemos padecido. Incluso para ser españoles.
Si alguna vez dudé del bien que hacían las filtraciones de Wikileaks me las disipó las críticas de Leire Pajín. Como buena trepa de la vida y la política que es, como persona que no sabe nada más allá del ascenso en un partido político, aprovechó una de sus infames ruedas de prensa para arremeter contra las filtraciones. No me extraña. Ni tampoco que la mayoría política de todo el mundo –gobernantes y oposición- quieran que Assange desaparezca: vía CIA, algún juez fundamentalista de Estados Unidos o a través de la muy hembrista fiscalía sueca. Assange, con su carita de bueno, con sus modales de alta sociedad y apariencia de broker londinense es el despiadado cabrón que está demoliendo unas ficciones que ya no valen para las democracias del siglo XXI. Ya es hora de sepultar los perfumes en los armarios y lavarnos un poco con jabón neutro. Nuestra higiene colectiva lo agradecerá.
                                                        

domingo, 28 de noviembre de 2010

68. Ayla de los Mamutoi

Mientras me leía los libros y a pesar de que sabía que la actriz que interpretó al personaje fue Daryl Hanna (Kill Bill o Un, dos, tres… splash), no dejaba de imaginarme a Shakira como la protagonista de las novelas. Realmente debía ser más alta que la cantante colombiana, y con unos rasgos más eslavos que latinos, pero la imaginación elude a veces los argumentos racionales, sobre todo si se trata de diversión. Hablo de Ayla de los Mamutoi, la protagonista de la novela El clan del oso cavernario y de las otras cuatro novelas que conforman la saga Los Hijos de la Tierra, de la escritora estadounidense Jean M Auel. Hay un sexto libro en preparación, pero de momento no se ha publicado, al menos en España, y según la injustamente denostada wikipedia no lo hará hasta 2011.
Es cierto que ya andaba un poco cansado de la trama –ha habido libros que me los he leído seguidos, pero es preferible espaciar algo las lecturas, sobre todo a medida que avanzas, ya que las últimas novelas son las más largas (700 y 800 páginas)- y que tampoco es la mejor literatura de todos los tiempos, pero cada lectura resulta tremendamente entretenida y aprendes más técnicas de supervivencia que viendo al pillado de turno perdido en medio de la selva con un machete y una cámara.
Sin desmenuzar el final de cada libro, resumo que Ayla es una niña cromañón que pierde a su familia y a todo su clan cuando un terremoto destruye la cueva en la que habitan. Tras el ataque de un león cavernario y a punto de fallecer, un grupo de neandertales halla a la niña, y una mujer –la excepcional Iza- decide llevársela, curarla y criarla. A partir de este argumento tan logrado –sencillo, original en su día y muy rico como punto de partida-, la concienzuda, talentosa e infatigable trabajadora Jean M Auel nos lleva de la mano para acompañar a su criatura literaria a través de miles de páginas llenas de aventuras, reflexiones y saber histórico (o prehistórico, según se mire). Es verdad que no hay demasiada acción, pero suple esta carencia una cantidad ingente de sexo y otros temas tan jugosos como el liderazgo, la evolución, las religiones y las relaciones entre hombres y mujeres. Son los puntos fuertes de la historia, así como la recreación de la vida de nuestros antepasados cavernícolas, donde la imaginación y el arduo trabajo bibliográfico de Auel dan un resultado magnífico.
Puede que la historia guste más a las mujeres que a los hombres, pero yo que soy varón me lo he pasado como un marrano en el lodo leyendo los cinco libros. Además, las historias con mujeres fuertes que ejercen de heroínas, si están bien contadas, son muy atractivas, como la antes mencionada Kill Bill, donde Uma Thurman hace uno de los papeles de su vida. Por cierto, que también sería una magnífica Ayla.
Respecto a los puntos débiles pregúntale a un crítico: si algo que leo me gusta lo acepto tal y como es, aunque he leído y he escuchado críticas como que Auel derrapó con ciertos pasajes (la domesticación de los animales, aseguran, fue mucho más tardía) o que Ayla es un personaje demasiado perfecto, con pocas aristas y poco creíble. No sé, si me apetece un personaje cabrón leo Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, y me divierto con el capitán Nemo, o leo La piel fría, de Albert Sánchez Piñol, y disfruto con Batís Caffó. Aunque para personaje hijoputa, pocos como el oficial de las SS de Las benévolas, de Jonathan Littel. Lo mejor de todo es que le terminas cogiendo cierto cariño: siempre hay en la historia otro peor a quien odiar.
                                                                                                     

domingo, 21 de noviembre de 2010

67. Manitas de cerdo

Verás, mamón, últimamente he estado hablando con Dios sobre la evasión de impuestos y otras festividades fiscales, y me comenta que eso de que no paga al fisco en Andalucía es un invento tuyo, una fruslería inopinada. Me dijo que a pesar de las procesiones que le montamos por mi tierra –y no sonrías, porque a la tuya ya ha ido el Papa- a él, a su hijo y otros miembros de su sagrada familia, Hacienda no le perdona ni un céntimo, así que deja ya la demagogia barata y no involucres a más deidades, no nos vaya a caer otro chaparrón por tu culpa.
Mira, exdiputado, lo mejor de todo es que ya no entras en el Congreso, y lo extraordinariamente cojonudo es que a ti y a tu séquito de vendedores de ficciones excluyentes os dan papeleta en el Parlament para el próximo domingo. Es lo que pasa cuando se es tan chulo y tan mediocre: que al final acaban dándote por todos lados. Puestos a elegir a un abanderado, tus paisanos se van a quedar con un Mas que sabe cuándo tiene que callarse, sobre todo a la hora de vender butifarras fuera del territorio autonómico. Siempre hubo clases y los de CIU tienen más que vosotros. A lo mejor el PSC aprende un día a hacer las cosas bien y sabe elegir a un compañero de camino menos ponzoñoso.
El otro día cuando nos mentabas a los andaluces de la manera en que tú y los tuyos soléis hacerlo, volví a sonreír, como cuando Marta Ferrusola –la mujer de Pujol- dijo aquello de que no le gustaba que un andaluz presidiese su tierra. Sonreí porque al final no podéis evitar eso: que Montilla no sea de vuestro clan y os presida, y que el Estatuto que aprobasteis en el Parlament fuera debidamente limitado por el Congreso, primero, y por el Tribunal Constitucional, después. Pero sobre todo mola porque la inmensa mayoría de tu supuesto país botó como todos cuando la selección española de fútbol ganó el campeonato del mundo. Supongo que tiene que ser una putada para vuestros hijos oíros cómo le abroncáis cuando celebran el gol de Iniesta con la camiseta roja. ¿Deben o no alegrarse? Recurrir al raciocinio para rebatiros intelectualmente no deja de ser una ingenuidad, vosotros, que no dejáis de decir barbaridades sobre los demás, sobre todo de andaluces y extremeños. Es mejor trataros como lo que sois: una pandilla de catetos irredentos, que avergonzáis a cualquiera que se detenga con vosotros más de dos minutos a preguntaros la hora.
Bueno, colega, que ya te he hablado demasiado, que no eres tan importante, que como chiste ya has terminado en este país, que es preferible hablar de las 1.001 recetas que pululan en Internet sobre las manitas de cerdo. Y esto no es una digresión.
Hace unos años vi en un programa de televisión que en el Congreso de los Diputados habían elegido a Puigcercós como el diputado más sexy (elegido por las diputadas y de manera informal, se entiende). Que nadie se me encabrone: ha sido unas de las decisiones más inofensivas para la ciudadanía que ha tomado la cámara baja en los últimos años. Al ser preguntado por el tema, Llamazares, le comparó con Bardem en la película Jamón, jamón. Trataba de alabarlo; señalaba que podía pasar por paradigma de la belleza ibérica, razón por la cual, argumentaba medio en broma Llamazares, debía repensarse sus ideas independentistas.
Pues bien, ya que las opiniones salen gratis y aquí cada uno dice lo primero que se le ocurre en cuanto ve un micro, yo me atrevo con la siguiente asociación de ideas. Si alguna vez ese tío tuvo algo equiparable a la belleza de Bardem o a la exquisitez de un jamón de pata negra, debió de ser hace muchos años y sólo para algunas personas de reprobable gusto estético. Para los demás, el señor Puigcercós sólo se parece al honorable cerdo en la grasa y gelatina que desprenden sus manitas bien cocinadas.
Toma ya.
                                                                                                                 

domingo, 14 de noviembre de 2010

66. Los hombrecillos y mujercillas que jugaban a la política



Ejercicio de agudeza visual. Razona en menos de cinco segundos cuál de los dos corredores es el flemático inglés que está jodiendo a la clase trabajadora británica. El que está haciendo pagar a estudiantes, desempleados y rentas bajas los excesos de la City y compañía. El que está encareciendo las carreras universitarias, cargándose las becas y estigmatizando a los parados a base de quitarles sus prestaciones debidamente ganadas. En efecto, es el de la izquierda, el pavo de la carne rosácea y la gomina en el pelo, el de la incipiente papada vibrante que quiere, como sea, dejar en evidencia al corredor de al lado y que, aunque se le parezca, no es Míster Bean, sino Zapatero. ZP, el otrora político de izquierdas que actualmente pierde el culo por salir a correr con el chulo y derechista de Cameron. ZP, el protector de banqueros y Sicavs, el que, oh my God!, dice que ahora va a prestar más atención a los parados (o sea, que va a copiar el modelo británico de: si rechazas un trabajo, dos meses sin prestaciones; si son dos los que rechazas te quito medio año y si son tres, querido parado, date por jodido durante tres años).
Pues sí, estos cabrones y otros más se han reunido en Seúl para jugar a la política, para hacernos ver que solucionan problemas sin hacerlo, para tranquilizar al poder financiero asegurándole que nadie le va a quitar ni un céntimo. Y luego, después de correr una mañana media hora y dejarse los higadillos, regresan a sus respectivos países a ponernos a las clases medias y trabajadoras caras de perros vigilantes, a nosotros, los culpables de la crisis, el paro y la corrupción. Esas caras tantas veces ensayadas entre ellos y ellas, caras de malo, caras de padre o maestro cruel que ha estado ausente pero que ahora regresa para meter en vereda al díscolo personal.
Y en medio de la inmundicia, de los mierdas nacionales y extranjeros, habla un estadista de verdad, Felipe González, un tipo que no salía a correr con Mitterrand ni Kohl, ni falta que le hacía, que ya no viste americana ni corbata pero que entiende como pocos lo que significa la palabra liderazgo. Y dice algo humano. Que tuvo la oportunidad de dar una orden y cargarse a unos asesinos pero que no lo hizo, y que su decisión no se debió a razones morales, y que al día siguiente no dejaba de pensar cuántos futuros asesinatos habría evitado de haber dicho que sí; y que, todavía, dijo Felipe González, no sabe si hizo lo correcto. Esto es un político. Esto es un estadista. Un hombre que dijo no para que España fuera tenida en cuenta como país democrático; un hombre que dijo no para que una década más tarde Francia se convenciera de que Eta era y es una banda asesina, y que España era y es un Estado moderno y civilizado. Y encima, todavía tiene la gallardía de reconocer que no sabe si hizo lo correcto, si tanto gato blanco o negro que cazaba ratones mereció la pena para que luego llegaran los Aznar, Zapatero y los que están por venir… y se perdieran vidas por el camino.
Hay mucha injusticia en comparar a estos politicuchos con un estadista como González, porque sólo hay un par de ellos por siglo y país. Pero al menos podrían tener la inteligencia de callar más a menudo; el silencio hace menos golfo y tonto al tontogolfo Pero eso es demasiado pedir a Pons, el del PP, el de Pin y Pons, al coleguita que va en vaqueros y dice soplapolleces. Que se dedique a los suyo, a la política que se hace y se vive ahora: la de la sumisión vergonzante al poder financiero. Que no opinen de temas que les vienen enormes, de decisiones estratégicas para un país que marcan su rumbo durante la siguiente década. Que se dediquen a lo suyo, a correr con otros políticos, a ponerse vaqueros, chaquetas deportivas o a sonreírles a las becarias. A mangonear y hacerse fotos con deportistas y actores, a poner primeras piedras y cortar cintas que inauguran los comienzos de las obras que nunca se acabarán. Ya sabemos que si hay una catástrofe estos incapaces son los primeros en buscar refugio y cortar la retirada de la gente decente. Ya que los tenemos que padecer, por lo menos que no ensucien la memoria de quienes lo hicieron mejor que ellos, de quienes fueron políticos de verdad.
                                                                                                                                                            

domingo, 7 de noviembre de 2010


65. Enseñanza paterna

(Carta interceptada por los servicios secretos de San Marino)

No sé por qué la peña se ha molestado tanto con lo de tu nombramiento, Ana Patricia, cuando dije que no conocía a nadie más capacitado que tú para el cargo estaba siendo totalmente sincero. ¿En qué otras manos, aparte de las tuyas, iba a dejar el cotarro? Hay mucho presuntuoso y advenedizo en este mundo, te lo digo yo, hija, que llevo en el negocio ya más de 60 años. Se nota que son nuevos en el oficio aunque lleven 20 años en él. Esto funciona de generación en generación, está en tus genes; ellos lo tuvieron que mal aprender en un máster, hija mía, y ya se creen que son banqueros. No tienen ni puta idea, preciosa, he visto a botones y a ujieres en mis bancos con más picardía y conocimiento que a la mitad de la junta directiva.
Estos mamones se creen que la política de recursos humanos no va con ellos. Meten a sus amantes y a sus pelotas en puestos claves, añaden a dos o tres personas con talento, ambición y ganas de trabajar, los puteados, y se limitan a que el sistema funcione. Y funciona. Lo que pasa es que al nivel en que me muevo, nos movemos, Ana Patricia, las cosas son exactamente igual. Lo que pasa es que los puteados son ellos. ¡Fíjate bien! Muchos vienen de familias modestas, pero ya desde jovencitos aprendieron a ser trepas y a trabajar sólo lo imprescindible para seguir escalando, pero… ¿hasta dónde pretendían ascender? ¿Querían que yo los nombrara mis propios jefes? No, no divago, Ana Patricia, la estupidez humana no conoce límites, y las de estos pardillos que rondan la cincuentena, como tú, y que ahora quieren dirigir el mundo, es sencillamente obscena.
En la sociedad debe haber un orden vertical y tú y yo estamos arriba del todo. Así que por muy alto que estén tus compañeros de promoción, tus lugartenientes de marras, siempre estarán por debajo de tus tacones.
Mira, una vez conocí a un directivo que se jactaba de que las suelas de sus zapatos apenas pisaban la calle. Moquetas, parqués, mármol… pero muy poco asfalto. Se henchía de vanidad y orgullo enseñándome, sentado en su sillón, las suelas de cuero algo gastadas de sus zapatos italianos. El muy imbécil hasta me mostró la bayeta y el producto de limpieza que utilizaba a diario –los guardaba en un cajón de su escritorio- para lustrar las suelas, sólo las suelas. Era su signo de distinción, me decía, había padecido demasiado para ascender y se recordaba diariamente, reflexionaba el pavo, la de mierda que hay que limpiar para estar donde uno quiere, para no pisar el suelo común. Pretendía impresionarme, debía ver muchas de esas series americanas en la que el ejecutivo cuenta una historia personal y tierna para ascender. Medrados estamos, pensé. Evidentemente no lo ascendí y a punto estuve de despedirlo por su gilipollez, pero lo dejé donde estaba: en definitiva necesitamos de esos fulanos para seguir como estamos. Sólo que deben permanecer debajo de nosotros.
Es el eterno dilema, Ana Patricia, ¿cola de león o cabeza de ratón? No es el nuestro, mi niña, que somos la testa del león, del dragón o de lo que sea. Pero hay un momento de sus vidas en que estos mierdas se cansan de ser cola de león, no todos, pero sí muchos, y los muy necios y bastardos aspiran a convertirse en los amos del cotarro, en los dueños del chiringuito. Es entonces, como me pasó con aquel capullo de suelas inmaculadas, en los que hay que enseñarles el abismo, el frío que se pasa fuera de la cola del león. Así funcionan las cosas, hija mía, y ya sé que lo sabes, pero deja que te lo recuerde de vez en cuando, principalmente porque soy tu padre y quiero que la tradición continúe; y en segundo lugar porque me hago viejo y mis tareas ya empiezan a ser diferentes. Tuyo es el presente, Ana Patricia, pero sólo para que continúe el legado. Hay que jugar con la frustración y la esperanza de nuestros discípulos, al igual que ellos lo hacen con la del resto del personal, porque así son las cosas, así las aprendimos y así las enseñamos.
Te quiere mucho tu padre, orgulloso de ti, como siempre.
                                                                               

domingo, 31 de octubre de 2010

64. El Señor de las Ficciones

El tipo abrió los ojos y aspiró una bocanada de aire, por un segundo sintió que se ahogaba, pero no, todo estaba bien y tranquilo, así que permaneció unos segundos más acostado. Luego se incorporó con cierta premura, como el que trata de recordar algo importante y urgente, pero no halló el motivo ni la prisa, así que volvió a relajarse. Sonrió y pensó que podía pasarse así toda la vida: activándose y relajándose sucesivamente, a cada paso.
Se miró las manos. Buscaba serenidad y fuerza y las halló en sus dorsos tostados y en las palmas callosas. “Qué raró”, pensó, “Juraría que eran más viejas”. Sintiéndose más seguro comenzó a caminar y salió de la casa acogedora: afuera encontró un campo familiar. Tal vez uno de su infancia o adolescencia, no lo sabía, había un río y caminó hasta él; casi al mismo tiempo divisó a otro hombre que miraba a la orilla.
“Buenas” dijo el tipo al desconocido. “Bienvenido”, respondió el otro.
-¿Dónde estoy? –preguntó al cerciorarse de que algo raro había ocurrido.
-Tú sabrás, el recuerdo es tuyo, pero es una mezcla de paisajes vistos, imaginados y soñados. Siempre es así.
El tipo calló. Se daba cuenta ahora de la urgencia, de su ansia por respirar.
-¿He muerto? –dijo arrepintiéndose al instante de la pregunta. Sabía que era así, pero no tenía miedo ni pena.
-Ya lo sabes –dijo el desconocido volviéndose. Era un hombre demasiado común, alguien olvidable al instante de verlo-. Aunque no durará mucho, cuando terminemos seguirás tu camino.
“¿Mi camino? ¿Adónde?”, pensó el tipo.
-¿Quién eres? –preguntó al desconocido, “y ¿quién soy?”, pensó seguidamente.
-No te esfuerces, sabes quién eres pero no lo recuerdas, es necesario que sea así, lo es para que continúes. Y no te preocupes por la dirección, no es la primera ni la última vez que te pasa esto, pero cada vez andarás con menos miedo.
El tipo se sorprendió de que el desconocido hubiera adivinado sus pensamientos. No sentía miedo, seguro, pero le incomodaba preguntar lo siguiente.
-No me dirás que eres Dios.
El desconocido sonrió.
-Buena manera de resolverlo, al final lo has negado en vez de preguntarlo y aun así buscas mi respuesta. Tranquilo, no soy Dios, soy el Señor de las Ficciones.
-¿Perdón?
-Divinidad, Señor… da igual el nombre, soy quien recibe a los idealistas, a los creadores… a los soñadores. Les doy la bienvenida y algo más en este instante transitorio. Sólo volveremos a vernos cuando mueras de nuevo, así ha sido, es y será. Mi tarea aquí es tranquilizaros, infundiros ánimos ante lo desconocido… aunque pocos de vosotros lo necesitáis y mucho menos tú.
-Creo que no te entiendo –dijo el tipo.
-Claro que sí. Has dedicado tu vida a soñar otra realidad, a luchar por unos ideales, por una ficción, por algo irreal que aún no era pero que debía ocurrir. Sois los constructores del mundo, trabajáis y vivís por una obra que os superará siempre: nunca la veréis terminada, nunca estaréis del todo satisfechos con ella… pero habrá valido la pena. Los que te suceden se alzarán sobre tus hombros y verán más lejos que tú, y tú sobre los de ellos cuando te vuelva a tocar. Has cambiado la realidad, no desde luego como imaginaste ni deseaste, pero la suerte de muchos ha mejorado gracias a ti.
-Como el que inventó la rueda.
-Por ejemplo.
-Lo recuerdo… luché por los derechos de los hombres y mujeres, sobreviví a la guerra, al exilio, a la cárcel… y seguí luchando, mi objetivo fue siempre que los demás vivieran mejor… pero no fui un creador.
-Sí, lo eres, viste tan claro en tu mente cómo debían ser las cosas, que tu sueño fue más fuerte que la realidad. Sólo fuiste consciente de la miseria y del lodo porque sabías que había que limpiarlos, nada más. En tu alma siempre pesará más lo que debe ser que lo que es, por eso los que sois como tú cambiáis la realidad. Es la impronta de la casa, de la ficción, de los sueños.
El tipo sonrió, no creía todo lo que escuchaba pero lo había comprendido, estaba satisfecho, aunque no del todo: siempre se podían hacer mejor las cosas. Trató de recordar más pero no pudo, no obstante era feliz, se sentía ligero, sin obligaciones.
-Muy bien, creo que es hora de continuar, encantado de conocerte, Señor de las Ficciones, pero debo seguir.
-Marcelino –le dijo al tipo que ya se marchaba.
-¿Si? –dijo girándose.
-Te dije que estaba aquí para darte la bienvenida y algo más.
-¿Un mapa? ¿Un salvoconducto? ¿Un carné? –preguntó el tipo riendo.
-No –sonrió el Señor de las Ficciones-, las gracias. Muchas gracias por creer, muchas gracias por crear.
El tipo sonrió y asintió, no era lo que esperaba pero estaba bien, levantó la mano y se despidió del extraño personaje, tenía que seguir caminando.
                                                                                                                                                                            

domingo, 24 de octubre de 2010

63. Los próximos ahogados

La noche del 2 de octubre dos tipos viajaban en un vehículo, pendientes de cualquier señal que les indicara dónde coño estaban. Circulaban por una mala carretera, no tanto por el firme, la falta de peralte o quitamiedos, que también, sino por la nula señalización. Se habían pasado la mañana vendiendo bolsos y cinturones en un municipio pacense; la noche les pilló camino de Almadén, en Ciudad Real; allí descansarían y seguirían vendiendo a la mañana siguiente. Llevaban un localizador, un GPS; lo siguieron y el aparatito empezó a rayarse. Ahora por aquí, ahora por allá, te lo digo en italiano, francés o inglés, voz de hombre o de mujer, pero la dirección correcta, colega, que te la dé cualquier lugareño, porque yo tampoco tengo ni la más remota idea de por dónde queda Almadén ni Ciudad Real. Así que supongo que el conductor empezaría a mentar a la madre del aparato electrónico y, de paso, a los padres de los ingenieros de caminos, canales y puertos que diseñaron la carretera, y me imagino que el senegalés debió seguir ciscándose en la Dirección General de Tráfico y en todo bicho viviente, hasta que el pantano de La Serena, en la provincia de Badajoz, le salió al encuentro.
Cuando me enteré de la noticia me pareció propia de un relato de terror. Recuerdo que la comenté en voz alta, estupefacto, y una tipa comenzó a reírse, metiéndose con la pericia del conductor. Pensé que aquello podía haberme ocurrido a mí, que soy miope, me oriento mal y me lío con el GPS; si a eso le sumas la noche y el cansancio resulta que la ecuación es igual a: vulnerabilidad. Así que no compartí las risas de la comentarista y me afané por averiguar cómo había ocurrido la tragedia para tratar de aprender en cabeza ajena.
El Peugeot 306 se precipitó en el embalse de La Serena. Los dos senegaleses pudieron salir del coche que ya se hundía, pero el conductor, Mohamadou Dassi Gueye, no sabía nadar y pereció ahogado.
Mira, pensé, al menos yo sé nadar, claro que luego me percaté de que a lo mejor no hubiera tenido la fuerza del senegalés para abrir la puerta de un vehículo inmerso en agua. Pero, bueno, razoné, tal vez no hubiera caído al pantano, quizás yo o mi chica habríamos visto alguna señal que indicara su presencia o cualquier disuasión de continuar por el camino, como el cartel de Carretera Cortada… claro que el hecho baladí de que esté situado sólo a unos 12 metros del pantano me hubiera impedido frenar a tiempo –como le pasó al conductor senegalés-. Y eso en el caso de que hubiera frenado, porque el mismo cartel permite el paso a los vehículos autorizados por la Confederación Hidrográfica del Guadiana. Vehículos híbridos, supongo.
No le di más vueltas: si es de noche, estás perdido, el localizador electrónico no funciona y te marca que puedes ir por una carretera que te conduce derecho al pantano, y encima no hay ninguna señal o barrera contundente que te impida seguir… macho, se dan todas las negligencias, incompetencias y circunstancias adversas como para caer en el agua. Mala suerte, le podía haber pasado a cualquiera, incluida la tipa que rió del siniestro.
Bueno, me dije, al menos ya no volverá a pasar, pondrán una barrera luminosa para que la gente frene y no se ahogue, indicarán mejor las direcciones para que nadie se adentre por la carretera maldita y, sobre todo, cambiarán en el puto GPS la información para que no vuelva a señalar una dirección intransitable.
Pero… no sé, sentí un escalofrío y seguí leyendo, y vi que el embalse lleva lleno y en el mismo sitio desde 1995, que ni la Junta de Extremadura ni la Confederación Hidrográfica del Guadiana ni la Diputación de Badajoz reconocen que sea su responsabilidad señalizar aquella carretera extinta. Y fue entonces, sólo entonces, cuando pensé: ni lo van a hacer. El GPS seguirá indicando la dirección funesta y ninguna administración pública se va hacer responsable de señalizar y obstaculizar, porque eso es tanto como hacerse responsable del accidente. Efectivamente, mantenella y no enmendalla. Los próximos ahogados están por llegar.

                                                                                                                                                                    

domingo, 17 de octubre de 2010

62. El Tintorro Party

(Carta interceptada por los servicios secretos andorranos)


Estimada marquesa: Ya habrá visto usted desde hace tiempo cómo se la montan los americanos con eso del Tea Party, ya sabe, una peculiar fiesta del té que logrará echar al negro de la Casa Blanca, una institución que, como su propio nombre indica, no está hecha para negros y sí para blancos. Como soy un hombre viajado y culto, pero a la vez católico y cristiano viejo, he decidido traer lo mejor de América hasta nuestra maltratada España, esta nación que viene sufriendo el acoso de los rojos, los maricones y los masones desde hace demasiado tiempo. Una España en la que, para colmo, no gana el Madrid –su equipo de fútbol-, debido a una conjura catalonoarbitral que nos está costando tantos disgustos.
A lo que íbamos, unos amigos y servidor vamos a traernos hasta España el movimiento antes citado, pero como ocurría con el Generalísimo –defendido siempre por nosotros aunque guardando la cautela requerida por los nuevos tiempos-, tendremos que adaptarlo a las saludables costumbres hispanas. Como aquí no bebemos té ni ganas de hacerlo, lo hemos bautizado como El Tintorro Party. Mi cuñado, otro hombre culto y viajado aunque de costumbres algo liberales, nos ha sugerido el nombre. Dice que aúna la modernidad del movimiento estadounidense –Party- con la casta española –El Tintorro-. Lo he dejado estar por no llevarme un disgusto con mi hermana, pero sé que el término se lo ha escuchado al separatista vasco ese de Cuatro, a Iñaki Gabilondo. Pero bien pensado, qué más nos da que sean nuestros propios enemigos quienes nos bauticen, señora marquesa, después de todo hay cierto prestigio en ello.
Voy al grano, estimada, ya sé que su tiempo bien lo vale. Usted ya conoce a muchos de nuestros futuros integrantes. La animan en las tertulias radiofónicas, en varias cadenas de televisión e incluso en alguna gaceta. Y sabe que el apoyo no se limita a esos intelectuales –ejem-, sino que las fuerzas vivas de España también están con usted. No hay más que ver el desfile de las Fuerzas Armadas y la cantidad de vítores que recibió a través de los abucheos a ZP. Gallardón se nos escapó esta vez, pero no se preocupe que ya caerá.
Como trataba de decirle, ya somos legión los seguidores de sus métodos, los aplaudidores de sus excelsas intervenciones. Por ello me place invitarla al Primer Congreso de El Tintorro Party. Allí nos verá a todos, escuchará nuestras propuestas y la vitorearemos como lo que en realidad es usted: la mejor candidata para presidir España. Mi cuñado también quiere que invitemos a Camps, pero eso quería comentárselo a usted primero. No sé, no sé, si tuviera un poquito menos de pluma lo mismo hasta me gustaba, pero hay que atarlo en corto para que no digan que nos estamos ablandando. Al señor Cascos ya lo he invitado; José Mari nos apoya pero no podrá acudir –dijo algo de una Cruzada-, y sí que estarán Mayor Oreja y Alejo Vidal-Quadras –qué gran político si no le hubiera traicionado la voz, en fin, ¡catalán tenía que ser!-.
Poco más, señora marquesa, estaremos encantados de debatir con usted algunas de nuestras propuestas, con la Esperanza de que sea usted misma y no Rajoy quien las lleve acabo desde el Gobierno. Le adelanto que trataremos sobre la cadena perpetua, el cierre de fronteras, la expulsión de musulmanes y gitanos, el blindaje del sistema financiero, el despido libre y masivo así como la bajada de sueldos progresiva (contaremos con las magníficas aportaciones de Díaz Ferrán, ¡si ese hombre no existiera habría que engendrarlo!). También abordaremos la prohibición de la huelga general así como la vuelta del crucifijo allí donde haya cuatro paredes –hasta en los burdeles, si me permite la gracia-.
Esperando contar con su presencia, reciba un patriótico y fraternal abrazo.
                                                                                                                                                               

domingo, 10 de octubre de 2010

61. Alma chunga

Yo no estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo en absoluto, al menos en principio, aunque puede que al final sí que lo esté, pero en principio, no, eso desde luego, ¡claro que no! Y por el medio no te digo ni que sí ni que no, sino todo lo contrario. ¿De qué hablo? No importa, la fórmula utilizada arriba puede usarse con igual soltura en el Congreso de los Diputados que en la televisión, los dos grandes centros de pensamiento de España. A la Iglesia católica no la nombro porque ya ni para eso vale. Al menos hace unos siglos, sus pajas mentales estaban muy elaboradas, pero ya sólo valen para hacer estudios paralelos de cómo el preservativo no evita el sida en África –alucinante- o enseñar sexualidad a los adolescentes. Sí, sí, que el gobierno valenciano de Camps le ha encargado la faena a la Iglesia, como si no tuvieran suficiente para defenderse de los casos de pederastia; en fin que ya te contaré otro día, querido Juan, el exceso de Fallas que tenemos por estas tierras.
Pero hoy no, hoy nos vamos hasta los países nórdicos, hasta el blog de un español que vive por allí (el blog se llama La saga de Dashiell) y donde transcribe la charla con una amiga finlandesa sobre España. El post –artículo- lo descubrí gracias a ABC, especialista en criticar a España cuando gobierna el PSOE. Lástima que no mantenga la misma actitud crítica cuando manda el PP, claro que pedirle a un diario español cierta objetividad u honestidad para ganar credibilidad es tanto como exigirle al agua que no moje: como si la credibilidad le importara al españolito medio una mierda. Aquí abrimos los periódicos con la misma intención que el folleto de las instrucciones, o sea, aprender la mejor manera de reventar al rival sin tener que pensar demasiado.
A lo que iba, en la charla, la amiga finlandesa detalla una dolorosa serie de críticas a España. Dolorosa porque en algunas da en el clavo con fría precisión nórdica, como cuando afirma que tratamos de conciliar dos actitudes opuestas, la de avergonzarnos de nuestro país constantemente pero a la vez creernos los mejores del mundo, y cabrearnos, de paso, con toda crítica extranjera. Ok, aunque esto pasa realmente con cualquier sociedad; basta con pensar en nuestra propia madre y en las críticas que le hemos lanzado, para pasar a la defensa incondicional de nuestra progenitora cuando otro hace lo mismo con ella.
Pero hay una crítica en especial que escuece más que las otras. Un país sin alma, dice la pava, y lo es, argumenta ella, porque la mayoría no vamos a los toros, ni a los tablaos flamencos ni volvemos a casa para echar la siesta, y que no somos, por tanto, tan diferentes del resto de los europeos.
Querida amiga finlandesa: el país en el que vivo sí que tiene alma, puede ser pequeñita, enjuta y opaca, a veces cabrona y otras, algunas veces, entrañable, pero sí que la tiene. Lo que pasa es que está chunga o es chunga, o sea, que cuando no está enferma es pecadora y vil como pocas. Pasamos de querer europeizarnos a desear españolizar a Europa; o de salir acomplejados al extranjero a convertirnos en vociferantes engreídos que damos lecciones a franceses y alemanes. Somos históricamente improductivos, profundamente irracionales y la mayoría de nuestros líderes son un atajo de mediocres iracundos y pusilánimes. Nos falla el sistema, no hay uno establecido donde la recompensa y el castigo sean justamente proporcionados. Jueces, gobernantes y parlamentarios son los principales responsables de esto. En cuanto a la Educación Pública apuesta por homogeneizarnos y se limita a sobrevivir, no es ambiciosa y sigue sin aplicar el método de aprendizaje de Ramón Campayo, y del sistema sanitario ya hablaremos otro día detenidamente, sólo adelanto que nos jactamos de que al ciudadano español se le dé gratuitamente tratamiento de quimioterapia por valor de medio millón de euros, para olvidamos luego de que los pacientes pueden esperar en urgencias más de seis horas, mientras media docena de celadores montan su juerga particular delante de sus narices.
Quizás el desconocido término medio sea nuestra asignatura pendiente, tal vez la cautela deba ser el plato diario del que nos alimentemos si queremos ser mejores. Y, sobre todo, cuando 9 de cada 10 españoles dejen de embestir para pensar, habremos avanzado el trecho necesario.
Soy optimista, como dijo Víctor Jara, hoy es el tiempo que puede ser mañana.


domingo, 3 de octubre de 2010

60. Un cuento actualizado

Querido hijo inexistente:
Ya ves lo que te queda con un padre como yo que te escribe una historia incluso antes de concebirte; no será lo único que debas aguantarme, pero como la vida es tan ajena a los planes personales, lo mismo ni llegas a ver la luz y te libras de mí. Verás, a tu padre le encantan los cuentos; desde pequeñito me gustaba escucharlos, ver sus dibujos, leerlos, y sobre todo ampliar sus historias a través de mi imaginación. No me bastaba con la narración en sí: los buenos y los malos, las princesas y los dragones seguían apareciendo en mis ensoñaciones, mezclándose y viviendo aventuras que me aportaban muchas más horas de entretenimiento. Luego, un poco más tarde, comencé a escribir algunas de esas historias que pululaban, pululan y espero que pululen por mi cabeza hasta que me muera. Hoy te voy a contar uno de esos cuentos, uno familiar, uno que nos contaban mis padres a tu tía Lara y a mí. El cuento es sencillo, básico, puede contarse todos los días y hacer hincapié en uno u otro capítulo según el ánimo del narrador o del escuchador. El cuento empieza así:
“Érase una vez unos niños que estudiaban mucho en el cole y que obedecían a sus mayores -más o menos- en todo lo que les pedían. Sus padres eran buenos y trabajadores: siempre que los niños se levantaban veían a su madre haciendo el desayuno en la cocina y a su padre terminándose de afeitar. Cafés, colacaos, no me gusta la leche yo prefiero el zumo, besos, y al curro. Por las tardes iban a inglés y estudiaban más en casa, jugaban algo en la calle o se metían en el cuarto a escuchar música, pero seguían formándose. Los niños no hacían esto por placer, sino para ganarse su futuro. Uno con carrera universitaria, cobrando acorde a la formación y al esfuerzo de años bajo los flexos con bombillas azules y el dolor de cervicales. Un futuro al que iban a llegar preparados para competir justamente, un futuro en el que desarrollarse como personas y profesionales. Y el futuro, aunque con algo de retraso, terminaba por llegar. Y los duros años de esfuerzo y formación fueron recompensados con magníficas ocupaciones, buenos sueldos y carreras profesionales satisfactorias.” Hasta aquí llega el cuento original, pero, querido niño, tu padre se ha encargado de escribirte la segunda parte. Ahí va:
“Sin embargo, algo se torció en el reino de los niños obedientes y trabajadores. A pesar de que siguieron estudiando y trabajando, a pesar de acumular experiencia y conocimientos, y del apoyo de sus padres, el futuro se demoraba sin explicaciones aparentes. Terminaron la carrera y no hallaron trabajo de lo suyo, así que mientras esperaban, cogieron otras ocupaciones peor pagadas y menos especializadas; todavía eran felices porque el verano estaba apunto de llegar: sólo eran dos días malos. Pero llegó el tercero, luego el cuarto y después el quinto, y el frío arreció y comenzaron a olvidarse de las vacaciones, las piscinas de aguas frías y del sol de julio y agosto. Aun así, no perdieron la sonrisa porque todavía quedaba por llegar el sol del membrillo, el veranillo de san Miguel o de san Martín; no obstante siguió lloviendo, continuó ululando el viento y después comenzó a nevar. El invierno fue duro y largo, aquel fue el primer verano perdido, y comenzaron a salir las primeras cicatrices en los labios de unos niños que ya no lo eran. Y al primer verano inexistente le sucedió el segundo, y ya aquello no era normal, porque no sólo no mejoró la situación sino que empeoró. Los trabajos escasearon, las dificultades se incrementaron, el currículo pesaba y los jefes mediocres te ponían mala cara. Pero nuestros aguerridos protagonistas siguieron formándose y estudiando su máster del universo y su postgrado anglobrillante. No sirvieron para nada: los veranos olvidados se sucedieron vertiginosamente. Sólo los enchufados se llevaban las migajas, cada vez más escasas y hueras. Y la amargura y desilusión se instalaron en nuestros amigos. El asco y el desprecio afloraron por un reino de mediocres, donde el tuerto no era el rey de los ciegos sino el majara de turno al que había que apedrear por contar que la vida tenía color cuando era absolutamente negra. Y poco a poco, los desolados se convirtieron en una minoría no tan silenciosa como a los gerifaltes les hubiese gustado. Y hubo dos facciones: la que se marchó del reino para buscar el verano y ser feliz en países lejanos pero decentes, y la de los que se pudrieron esperando al sol que ningún rey o reina iban a traer en su puta vida”.
Y este es el cuento, querido niño o niña, pero no les digas a tus abuelos que yo te lo conté, porque se creen que me pasó a mí y se ponen un poco tristes.


domingo, 26 de septiembre de 2010

59. Un pañal en el parlamento

Me gustó, para qué voy a decir lo contrario si me hizo gracia y despertó mi lado más tierno; además, el gesto tenía un impacto de la leche, no me extraña que las imágenes recorrieran todo el planeta: ella lo sabía. Me refiero a Licia Ronzulli, la eurodiputada italiana que el pasado miércoles llevó al pleno del Parlamento Europeo a su niña de mes y medio. Ataviada con una especie de toga enrollada, tipo india de la India, Ronzulli votaba desde su escaño mientras su cría dormía ajena a la política y al mundo, pero agradablemente protegida por su made. Obviamente, lo que más me sedujo de la imagen era la conclusión: “Hay que ver lo que han cambiado los tiempos”. Sí, no me refiero a 50 años atrás, no, hace sólo década y media, en la Europa de Felipe González, Mitterrand y Kohl, dudo mucho que hubiera sido posible una imagen así. ¡Qué bien! La mujer ha conquistado la libertad, la mujer vota y puede ir con su hija al Parlamento Europeo. Qué modernos somos y qué suerte de vivir en esta época siendo todavía jóvenes. Tope guay. Luego me enteré de que la parlamentaria era del partido de Berlusconi.
Bueno, se me agrió el carácter, qué quieres que te diga, pocas cosas buenas pueden venir del picha brava de Tela Hinco y su séquito. Pero como soy tolerante y sin prejuicios –lo aprendí de los cromos de fosquitos-, me dije que daba igual, que lo importante era el gesto en sí, no la persona. Pero no me convencí. Una titánica lucha se libró en mi interior. Una parte amable me decía que me quedara con lo bueno de la noticia, pero mi parte más cabrona me pedía sangre, pelea, crítica. Otra parte, la que más respeto y admiro pero es la que me sale más cara, me dijo que me olvidara del tema, que saliera a la calle y me bebiera una cerveza, pero como tenía un resfriado virulento y me falta mucho para ser mileurista, decidí quedarme en casa y atacar.
Entiendo que hay otras lecturas posibles, de hecho, Ronzulli, tras decir que no fue un gesto político sino maternal, se contradijo a continuación para argumentar que aquello era un símbolo, una denuncia de la dificultad que tienen las mujeres para conciliar la vida laboral y la familiar. Ya. Y, bueno, ya que estamos con el tema y que la aplaudieron y todo en Estrasburgo, se me ocurre, por aquello de que aún no me he tomado la cerveza y estoy a base de paracetamoles e ibuprofenos, que para denunciar esa situación, ¿por qué no salían las limpiadoras del Parlamento Europeo? Una podría estar limpiando el parlamento y su bebé en la cuna, y otra podía aparecer en su casa, despidiéndose de su padre enfermo o su recién nacido, con lágrimas en los ojos, sacrificándose para irse a trabajar, para limpiar las suciedades de sus señorías.
A mí el gesto de la italiana no se me ha escapado, en absoluto. Quitando las respetables ganas de quedarse con su hija, aquello era un símbolo de lo que puede hacer una eurodiputada y lo que no pueden hacer millones de europeas –y europeos-. No es una denuncia, es un alarde victimista. ¿No tiene dinero para dejar a su hija al cuidado de alguien? ¿No tiene derecho a la baja maternal, habida cuenta de que su hija tiene sólo mes y medio? Entonces, ¿para qué lo hizo? ¿Para enseñarnos el tremendo esfuerzo que supone pulsar un botón mientras tiene a su hija de mes y medio sujeta a su cuerpo? ¿O anhela que todas las europeas puedan hacer como ella y llevarse a su bebé al trabajo? ¡Ah, claro, se me olvidaba! Era sólo un gesto maternal.
La Europa que Ronzulli y su jefe defienden es esta Europa en la que unos pocos tienen privilegios de este tipo y otros muchos no.
A ver si de una puta vez nos dejamos de ser tan guays y nos volvemos un poco más justos, aunque sólo sea para disimular un poco.
                                                                                                                                                         

domingo, 19 de septiembre de 2010

58. Envilecimiento

La verdad es que empezó a caerme mal a los pocos días de su liberación, y fue algo incómodo, ya que durante un tiempo su nombre me despertó empatía y coraje, pero sólo durante los seis años de su secuestro. Luego, una vez liberada y cuando sus compañeros empezaron a largar contra ella, el mundo y yo vimos a Íngrid Betancourt con otros ojos. Estas cosas me mosquean, como cuando de adolescente estudiaba filosofía y me identificaba plenamente con el pensamiento de algún filósofo para, un día más tarde, apoyar incondicionalmente a otro que opinaba lo contrario, ya sabes: Aristóteles contra Platón, Locke contra Hobbes y Belén Esteban contra la Campanario. Pero esta tarde, tras leerme una entrevista suya en un diario británico  he repensado la cuestión.
Betancourt, durante la entrevista en la que promociona su libro (Incluso el silencio tiene un fin, sería la traducción del francés: Même le silence a une fin), habla de sus encontronazos con otros secuestrados; se defiende, dice no querer criticar a nadie, aunque ya lo hace a través de su libro y da su versión del asunto. Sin embargo, hay un tema que la salva. Precisamente habla de la vileza de quienes la secuestran y la mantienen cautiva durante seis años, de quienes amenazan constantemente su vida con una metralleta, de quienes la torturan y, quizás lo peor, de quienes la privan de su vida mientras el mundo y su familia avanzan de la mano. Recluida en la selva, incapaz de mentarle la madre a sus secuestradores, pasa el tiempo puteándose con sus compañeros de cautiverio.
Como buen cabrón civilizado que soy, también me apunté en su día a derribar al ídolo, al icono de los secuestrados por una guerrilla de narcotraficantes ignorantes, brutales y asesinos. Quizás Betancourt no sea una buena persona, pero es infinitamente mejor que quienes la secuestraron. Y sí, siempre hay quien conserva un punto más de entereza, de coraje, de valentía y de dignidad entre los rehenes y, nuevamente, tampoco debió ser Betancourt la mejor de entre ellos. Además, se prestó como nadie a ser su voz, su representante. Demasiado ego, aunque es política y el ego y las ganas de poder son los distintivos de los políticos actuales.
¿Qué habríamos hecho tú y yo en su lugar? ¿Qué nivel de sumisión habríamos adoptado? ¿Cuánta vileza habríamos acumulado y cuánta esparcido entre nuestros iguales? ¿Nos habríamos aprovechado de alguna ventaja frente a nuestros compañeros de infortunio? Tienes seis años para pensártelo, para contestar estas preguntas; seis años de humillación y aislamiento; seis años de convivencia forzada con unos seres humanos a los que no has elegido. ¿No íbamos a ser un hijo de puta redomado ni una sola vez durante tanto tiempo?
Quizás sean las preguntas pertinentes, quizás esa es la clave de bóveda sobre la cual se sustenta el dominio y la opresión: dejemos que se peleen entre ellos, construyamos un sistema para envilecerlos, que no se atrevan con sus verdugos pero sí contra los desgraciados como ellos. No hay que ser ningún genio para activar un plan como ese, para maltratar así a la gente: pasa en la jungla, en las oficinas y hasta en las familias.
                                                                                                                                                                               

domingo, 12 de septiembre de 2010

57. ¿Algo está cambiando?

En realidad no lo creo, pero a veces ocurre que la gente cumple su deber sin que las instituciones del Estado, todas ellas juntas o por separado, traten de destrozar al diligente funcionario o ciudadano que lo hace. O no demasiado, claro. Y no, no me refiero al caso de Mr Neira, el aprendiz de Fittipaldi mamado, encumbrado como héroe nacional por los medios de comunicación y los políticos, hasta que un poli fuera de servicio se topa con él y sus eses por la autovía. Mr Neira achacó su embriaguez –bueno, él decía que no iba borracho- a la mezcla del vino, un medicamento y un licor de café. Tiene razón. Uno de mi pueblo mezcló una lata de cocacola con una botella de ginebra y cuatro pastillas juanolas –el medicamento- y le dio un chungo que casi se muere, y es que, con tanta mezcla, uno no sabe a qué echarle las culpas.
Esta vez fue la mujer del general la que cogió el coche para ir al supermercado a comprar un champú, desmaquillante y mascarilla del pelo –lo dijo ella- y en la rotonda de turno se equivocó y se metió en contra dirección por la autovía. Le puede pasar a cualquiera. La mujer estuvo a punto de chocar contra dos vehículos, y como vio que su seguro le iba a subir mucho por el parte que iba a dar de seguir así, dio la vuelta y comenzó circular adecuadamente como si nada hubiera pasado. Lo veo bien, la cagó, no mató a nadie y salió corriendo. Yo y tú hubiéramos hecho lo mismo. El problema vino por otro poli fuera de servicio y contra el que la tipa estuvo a punto de chocar, y que aprovechó la ocasión para detenerla. Ya sabes lo que ocurrió luego. Cada uno llamó a sus refuerzos y la cosa acabó en una comisaría de policía de Las Palmas de Gran Canaria, con la mujer detenida.
Lo bueno vino después, cuando el marido de ella, el general del Ejército de Tierra, Francisco Martín Alonso, usa toda su influencia en la Guardia Civil para, primero, tratar de que a su esposa no la detengan –condujo más de dos kilómetros en sentido contrario y por una autovía- y, segundo, castigar al imprudente policía que osó detener a la Farruquita despistada. Esto último lo hizo el militar a través de su amigo Miguel Martínez García, general jefe de la Guardia Civil en Canarias, que, en un acto de absoluta torpeza, muy usual en este tipo de gerifaltes, envió a la jefa superior de la Policía Nacional en las islas una carta amenazante para que metiera en cintura al osado policía. Lo de la torpeza es obvio: la carta ha acabado apareciendo en los medios de comunicación (ahí va ese enlace: http://www.publico.es/detalle-imagen/336207/?c=http://www.publico.es/espana/336207/lio/esposa/kamikaze/general) con el membrete oficial del Ministerio del Interior, la firma del general así como su infame y chusca petición de cabeza cortada.
Menos mal que un juez ha condenado a la tiparraca, menos mal que un abogado del Estado ha escrito un informe en el que avala la actuación del policía, menos mal que algunos medios de comunicación han contado lo ocurrido, señalando los nombres, apellidos y cargos de la gentuza de turno que sigue queriendo hacer de España su chiringuito y cortijo particular.
De todos modos, y ahora que lo pienso, voy a escribirle un correo electrónico al general civilero (su correo electrónico puede leerse en la carta publicada) por si en el futuro me meto en un lío. A ver si me da una especie de comodín, un salvoconducto para librarme del castigo cuando delinca, no ante la Policía, claro, pero sí al menos frente a la Guardia Civil y al Ejército.


domingo, 5 de septiembre de 2010

56. Una conversación informal

El tipo entró en el bar y pidió una cerveza, pero como hacía tiempo que no entraba en uno se encontró con que el camarero le preguntó que si un quinto, un tercio, una caña o la entera, a lo que el tipo respondió que con un vaso de cerveza le bastaba. El camarero torció el gesto contrariado por la respuesta y sin saber si acertaba o no, le puso la caña de toda la vida. Debió de acertar, porque al cliente, un tipo delgado, medio calvo y de unos 50 años se le vio la cara de satisfacción. El bar estaba desierto y el camarero vio que se iba a aburrir si no entraba nadie más. Después de todo, el tipo no era el parroquiano habitual. Iba trajeado, con la corbata un poco ladeada y la cara de mala hostia. “¿Comunión?”, preguntó el camarero. “Bautizo”, respondió el cliente con una sonrisa espontánea. La pregunta había agrietado los muros de la incomunicación.
En efecto, cerca había una iglesia con cura loco incluido, un energúmeno que reventaba el sosiego de los vecinos a base de campanadas reiterativas, escandalosas y con una secuencia completamente irracional.
De todos modos no era muy habitual que al bar se acercaran los invitados, puesto que en la plaza de la iglesia habían abierto un par de cafeterías nuevas. El camarero miró el reloj y calculó que le quedaba una hora hasta que llegaran los habituales, así que aprovechó la presencia del tipo para hablar de fútbol, mujeres, política y el tiempo. El tipo lo miró con media sonrisa, pensando que el otro no tenía ni puta idea de nada de lo que le estaba hablando. “¿Te has quedado sin muchos clientes por la crisis?”, preguntó el tipo. “Con los mismos que antes de que empezara: ninguno. El bar es de mi jefe, y ese no pisa el negocio durante el fin de semana”. El tipo sonrió, empezaba a caerle bien ese camarero cuarentón, ignorante pero espontáneo. Al menos no había soltado ninguna soflama racista. “¿Están cerradas las cafeterías de la plaza?”, inquirió el camarero. “Qué va. Están rebosando con los invitados del bautizo, pero me he venido aquí porque no los soporto”. El camarero se rio, aunque parecía un capullo, el tipo trajeado era sincero, un intelectual de esos que tienen la casa llena de libros pero que cuando van al bar o a la peluquería ojean los diarios deportivos, las revistas del corazón y el Interviú babeado.
Tras la tercera caña el tipo trajeado tenía mejor humor, se había vuelto más sociable y hablador, abandonando los monosílabos y cierta actitud de superioridad. “¿A qué se dedica?”, preguntó el camarero. Sabía que era una pregunta que podía ser incómoda, sobre todo con desconocidos, pero a aquel tipo del bautizo no lo iba a ver más en su vida. “Tengo una librería”, respondió el tipo. “Ah”, dijo el camarero. El tipo se percató del asomo de decepción en la cara del profesional, pero pidió una cuarta cerveza para analizar la situación. “¿Sabe? Me llevo aquí más de 12 horas al día seis días a la semana, y he conocido a tipos con todas las profesiones, pero creo que es el primer librero que pasa por aquí”. “Si quiere le firmo un autógrafo”. El hombre rio su propia gracia y el camarero pensó que empezaba a estar mamado. “¿Lee libros, caballero?”, preguntó tras parar de reír. “No. Ya leí suficiente en el colegio”. “Entonces va usted sin luces, jefe”, respondió el tipo. “¿Sin luces?”. El tipo se acabó de un trago la cuarta caña y pidió al camarero la quinta. “Es que hay teorías que sólo las defiendo bien cuando estoy borracho”, razonó. El camarero le puso la caña, el tipo le dio un sorbo, paseó el nudo de la corbata por todo su cuello y cuando lo dejó suficientemente ladeado, muy serio, comenzó: “Verá, uno no es como un tigre, que vive solo en la jungla, somos más bien como los lobos, o los monos, que necesitamos de una manada, de un grupo para crecer. Cuando uno se enfrenta a un problema, además de su propio intelecto, cuenta con las referencias, con lo que le ha contado de la vida su padre, su madre, su abuelo o la vecina del quinto. Pero el mundo es más grande que nuestra familia o nuestro barrio, y nos fijamos aunque no queramos en lo que hacen los demás. Los libros te aportan eso mismo, las luces de cruce en una carretera oscura, la línea blanca del arcén y los reflectantes de la mediana. Probablemente en un día soleado no le harán falta, amigo, pero hay más noches que días con sol. Y si usted no lee, las referencias que consiga son y serán las que obtenga en este bar, o en la serie de televisión que siga en su día libre. Le aportarán algo de luz, pero tal vez no de la mejor calidad ni cantidad”. El tipo dio un trago más a la caña, pagó la cuenta, saludó y se marchó ligeramente bebido. El camarero se quedó mirándolo mientras se iba: “Menuda borrachera lleva el tío”.
                                                                                                                                                                  

domingo, 29 de agosto de 2010

55. El buenismo

Imagínate que te vienes un día conmigo a pasear por el desierto, pero no a uno cualquiera, sino a uno de esos donde aparecen tíos con turbantes y rifles de asalto AK 47, y que nosotros vamos a repartir gominolas, bollycaos y fosquitos a unos niños y niñas magrebíes o afganos, o ladrillos para que sus padres y madres les construyan escuelas. La cosa va molando, porque después podemos regresar a la gran ciudad, ducharnos, quitarnos el polvo de los zapatos y decir en una terraza de verano, mientras nos bebemos unas cervezas frías, lo comprometidos que estamos con el mundo, lo cojonudos que somos y la de novias que deberíamos haber tenido y nunca tuvimos. Y de paso nos metemos con esta mierda de sociedad insolidaria, más interesada en ir al gimnasio o de compras que con el turismo comprometido. Ok. Pero antes de que podamos regresar a casa o al hotel con refrigeración, antes de que fardemos con nuestras colegas y amores de lo machotes, a la vez que sensibles, que somos, unos mamones le pegan cuatro tiros al motor y a las ruedas del coche, nos apuntan con sus rifles y nos insinúan que si no nos vamos con ellos, nos van a meter los ladrillos y las gominotas todo recto por el ojete. Eso nos lo tenemos que imaginar porque ni tú ni yo sabemos árabe ni sus derivados, pero como somos listos les adivinamos la intención.
Llegados a este punto se me antoja una pregunta baladí: En tales circunstancias qué preferirías ser: ¿español o francés?
Está claro, y también que el secuestro de los tres cooperantes españoles terminó de la mejor manera posible, felicidades por tanto al Gobierno y a quien corresponda. No obstante, pasada ya una semana de la liberación y del cava, habrá que cuestionarse la estrategia. El buenismo instalado en la sociedad española estaría bien si no nos relacionáramos con el mundo, si viviésemos en la triste y forzosa autarquía de los años 40 y 50. Pero afortunadamente las cosas han cambiado, y ya vamos por Europa y por el mundo sin complejos, ganando campeonatos mundiales de fútbol pero también ofreciendo una imagen un tanto incongruente. Si cooperamos con el Magreb precisamente para evitar los fanatismos, poco conseguiremos si cuatro buenos caen en malas manos y tenemos que financiar al terrorismo internacional a través del pago de rescates y liberaciones de secuestradores. Alguien tendrá que leerle la cartilla a una, dos o trescientas ONGs para pedirles que no nos lleven a los demás al infierno. Si vamos a Afganistán con nuestros ejércitos y nos hacemos colegas de la población civil, no podemos permitir que cada vez que haya un conato de enfrentamiento con los talibanes, el ejército español se esconda para evitar conflictos. Una cosa es ser bueno y otra gilipollas. El respeto que pierdes con ese buenismo es vital para nuestra supervivencia, por eso y aunque me pese, porque no me gusta el personaje, algo de razón tenía Sarkozy cuando dijo que la estrategia a largo plazo no podía consistir en pagar rescates.
Todo este asunto me recuerda a un pasaje de la novela El general en su laberinto, de García Márquez. Este libro altamente recomendable (breve, entretenido, didáctico), cuenta los últimos días de Simón Bolívar, el general venezolano que contribuyó a la independencia de buena parte de las colonias americanas de España a principios del siglo XIX. En una de las escenas, el Libertador come con un grupo de personas y entabla conversación con un francés que empieza a pregonarle las bondades de la Revolución Francesa y de la civilización europea, y de lo aconsejable que sería para las colonias americanas adoptar el civilizado modelo. Bolívar, sin dejar de comer, y culto como era, empieza a enumerarle una serie de matanzas europeas que nos dejaba con el culo al aire. Y luego continuó: “No traten de enseñarnos cómo debemos ser, no traten de que seamos iguales a ustedes, no pretendan que hagamos bien en 20 años lo que ustedes han hecho tan mal en dos mil”. Pero lo mejor viene al final, cuando el general termina espetando. “¡Por favor, carajos, déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media!”.
Pues eso.

domingo, 22 de agosto de 2010

54. El impermeable de Schröder

Vale, sé que hace calor y que estás sudando como un caballo pero olvídate por un momento de todo, cierra los ojos –bueno, no del todo que has de seguir leyendo- y vente conmigo para darnos una vuelta por nuestra historia reciente. Estamos en Alemania, año 2002, agosto. Huele a hierba, sientes la brisa del campo en la cara. No, no hace calor, como sé que tienes los ojos entornados te aclaro que esas gotas frías de tu cuello las produce la lluvia. ¿La sientes? Gira el cuello y levanta la cara. Ya está. ¿Mejor? ¿Más fresco? Hace un momento el cielo estaba despejado, de hecho todavía puedes ver el sol entre esas nubes; no me digas que no te gusta ver una tarde así en vacaciones. Una tormenta de verano.
Ahora que tienes la cara, el cuello y el pelo empapados por la lluvia, ahora que estás fresco y te sientes mejor, sigue otro rato conmigo y no te asustes, ya no vas a mojarte más pero sí que vas a ver cómo las cosas se complican un poco para la gente de ahí abajo. ¿Ves? Ahora miramos las cosas desde el cielo, así la perspectiva es mucho mejor. Esa lluvia que ha calmado tus calores y que ahora cae a tierra traspasándonos se está acumulando. No, no es lo peor, mira arriba; asusta, ¿verdad? La cosa se está poniendo chunga y más que se va a poner cuando esos nubarrones de ahí empiecen a descargar, y, créeme, de aquí a unas horas va a llover tanto que ni a Noé le gustaría quedarse aquí.
Tranquilo, no puedes hacer nada, ya ha pasado, ocurrió hace 8 años, y no sólo en Alemania, sino que en toda Europa central llovió de mala manera. Ya sé que todos los veranos ocurre lo mismo, este incluido (en España, pero también y otra vez en Europa central, Pakistán…). Pero estamos en 2002 y está cayendo la de Dios es Cristo. Esas casas inundadas, esas calles que parecen canales de Venecia van a dejar un total de 21 muertos sólo en Alemania. Acojona, ¿verdad? Un país tan desarrollado y ordenado, con esa capacidad de organización, con toda su tecnología y su envidiable voluntad férrea, de pueblo unido en la victoria y en la derrota… pues sí, hijo, ni con todo eso van a poder evitar que 21 personas la palmen. No hace falta que te imagines lo que hubiera ocurrido en otro país menos desarrollado, cuando en vez de decenas de muertos hablamos de centenares y de miles.
Bien, ahora que ya has visto todo eso, quiero que te fijes en el grupo de ahí abajo, ¿ves a esos tíos? ¿Ves al de las botas catiuscas amarillas? Fíjate en el tipo que camina a su lado. ¿No te suena la cara del hombre del impermeable verde? No lleva botas, sino zapatos, pantalón de pinzas y camisa blanca reluciente, pero se está calando hasta los huesos, debe llevar barro hasta los calzoncillos. No, no es un bombero, ni un policía ni un alcalde; es el jefe. Sí, premio, es Gerhard Schröder, el presidente de Alemania. Tiene unas elecciones en septiembre que según todas las encuestas va a perder, pero es el líder político de toda esa gente, de todo el país. Ha interrumpido sus vacaciones, ha cogido un avión, le han dado un impermeable verde -de esos que reparte el ejército- y con sus zapatos de oficina está pisando el barro y la mierda. No es que vaya a salvar a nadie de ahogarse, no va a coger una pala y va a construir un dique improvisado para parar al río que se desborda, pero está ahí, al lado de quienes hacen esas cosas, les infunde confianza, coherencia, orgullo. Si este, que es presidente, se está mojando igual que yo, que no lo soy, voy a dejarme la vida para frenar el agua, para evacuar a los afectados, para salvar vidas. Así suelen funcionar las cosas. Dar ejemplo,
Al final Schröder ganó las elecciones al mes siguiente, y durante otros cuatro años fue presidente gracias a aquellas imágenes que se vieron por todo el mundo. Puedes pensar que es injusto que un tipo gane las elecciones por algo así, pero el pueblo alemán tuvo en cuenta que su rival, Edmun Stoiber, ni siquiera interrumpió las vacaciones cuando ocurrió el desastre. No sé, no han elegido siempre al mejor líder, pero en 2002 no se equivocaron.
Ahora relájate, respira hondo y sonríe, estás a salvo de la lluvia torrencial… pero no puedo asegurarte que si las cosas se ponen chungas vaya a haber a tu lado un líder con impermeable verde. Seguramente los nuestros estén aún buscando uno de su talla.

Post scríptum: Por cierto, la Taberna lleva un año abierta. Seguimos.

domingo, 15 de agosto de 2010

53. El pastor cabrón y la oveja hija de puta

Érase una vez un pastor muy cabrón que pastaba con su rebaño por los campos en busca del sosiego y la tranquilidad que da la naturaleza. En vez de alimentar a su grey, el pastor quería emular al poeta Miguel Hernández y leer a la sombra de un árbol de copa frondosa para luego enlazar versos y metáforas y escribir poemas picarones del tipo: “Y me la llevé el río creyendo que era mozuela, pero tenía pirulo y casi por poco me lo cuela”. Sin embargo, pronto se percató de que su camino no era el que deseó. Resultó que era alérgico al polen, a las plantas, a los insectos y a la naturaleza en sí misma, y a pesar de atiborrarse de rupafines y otros antihistamínicos se pasaba el día llorando y moqueando. El sufrimiento habría valido la pena si al menos el paisaje hubiera sido hermoso, pero para cuatro matorrales, dos boñigas secas y cientos de urbanizaciones y polígonos industriales abandonados en medio de hierbajos, su mundo ficticio se derrumbó.
Sin embargo, ya no cabía volver atrás, así que el pastor defendió a la numantina su decisión pastoril y siguió vagando por los campos y autovías nacionales, para alimento de su vena poética y tormento de su rebaño. Pero las ovejas estaban ya cansadas de tanto deambular sin rumbo: a las enloquecidas y arbitrarias marchas del poeta, se le añadían el hambre omnipresente, los atropellos de las autovías y los raptos al pasar por los poblados chabolistas. Así que una de las ovejas, la más valiente y brava de todas, se atrevió a reivindicar sus derechos frente al pastor.
“Oye, tú –terció la oveja-. ¿A ti te parece que es vida lo que nos estás dando? Mucho caminar, poca comida, ninguna agua y un calor que te mueres. A ver si te comportas como un auténtico profesional y nos alimentas adecuadamente, nos das de beber, nos esquilas cuando llegue el verano y nos recoges en establos cuando llueva o nieve. Ni siquiera has contratado a un encargado canino que ahuyente a los cuatreros y a los zoófilos. Vista la situación y si no la solucionas de inmediato, te abandonaremos por cualquiera de los granjeros que ahora aparecen en la tele en busca de parienta”.
El pastor se quedó pensativo ante la disertación; la oveja tenía razón y viendo en peligro su liderazgo y estatus optó por la decisión tradicional: se cargó a la oveja protestante y preparó unas chuletillas de cordero.
A la semana siguiente otra oveja más se le acercó, fruto de una nueva reunión ovejuna. “Mira, pastor, o sea, que vengo de buen rollo y tal, pero aquí mis colegas y yo pensamos que nuestra situación es perfectible, o sea, mejorable, y que a ver si nos tratas un poco mejor y nos das más comida y un poco de agua y todo eso, ¿vale? Que no hace falta que lo hagas ya, pero que lo vayas pensando, si eres tan amable”. Al pastor cabrón le gustó el cambio de actitud en la protesta, pero aun así le pareció demasiado subido de tono, como muy descarado, así que sin mediar palabra se cargó a la otra oveja.
El rebaño estaba ya cagado de miedo, de pastor poeta y desentendido había pasado al cabrón del pastor; se había convertido en un elemento peligroso. Planearon ajusticiarlo mientras dormía una noche, pero una tercera oveja se ofreció para negociar. En seguida sus compañeras la miraron con recelo. “¿Quieres que te mate a ti también?” Pero a pesar de las advertencias la oveja decidida marchó en pos de un tercer encuentro con el pastor.
“¿A que sé lo que me vienes a pedir? ¿Qué, queréis más derechos y mejor calidad de vida?”, le dijo el pastor mientras afilaba su cuchillo con la chaira. Pero la oveja le respondió: “Qué va. Me importan un huevo los derechos de mis compañeras, de hecho me dan igual sus condiciones de vida. Sólo me importan las mías, y, como mucho, las de algunas de mis allegadas y familiares. Así que te propongo un trato. Reconóceme como su representante, como su enlace sindical y así los dos saldremos ganando. A mí me darás de comer y beber todos los días, me esquilarás en verano y me guarecerás en invierno. A cambio yo te mantendré al rebaño callado y sumiso, te señalaré a los rebeldes para que los destroces y a los leales para que los aúpes. Y así montaremos entre tú y yo un sistema del copón para beneficio de ambos”.
El pastor cabrón se le quedó mirando muy serio y se preguntó cómo una idea tan buena como aquella no se le había ocurrido antes, así que aceptó y entre él y la oveja hija de puta llevaron a cabo lo prometido.
Moraleja. Si Esopo, Fedro y los clásicos recurrieron a la fábula y pasaron a la Historia a ver si yo no puedo recurrir a ella para entretenerte una semana más.