domingo, 22 de mayo de 2011

91. Tortilla española

El niño apretaba fuerte la mano de su padre para sentirse más seguro y no perderse entre el gentío; la plaza abarrotada asustaba al infante de cuatro años, que veía asombrado a una multitud plantada en mitad de la plaza.
-¿Quiénes son, papá?
-Gente, no los conozco, mira, aquel de la melena lleva una camiseta en la que pone Ramones, así que ese debe llamarse Ramón.
-¿Van a un cumpleaños?
-¡Ja, ja, ja! No creo, no, ¿un cumpleaños?, ¿por qué?
-Están cantando, aplauden… eso se hace en los cumpleaños.
-Y en las bodas, pero aquí no hay tartas, chaval, así que no, no es un cumpleaños.
-¿Y que hacen entonces?
El padre miró sin detenerse a su niño. Había salido guapo, el chaval, se parecía a su madre, tenía sus mismos ojos: grandes y grises. Preguntaba por todo, y el pequeño cabrón tenía una memoria impresionante, así que debía tener cuidado con lo que decía. Ya le había metido en un par de líos por sus definiciones políticamente incorrectas. “Para él soy Dios. Mi palabra es la realidad. No me había pasado nunca con nadie y con este me durará poco, a los 9 seguro que empieza a cuestionarme”. Pero ahora no tenía muchas ganas de responder al niño, de decirle por qué había allí tanto policía y tantos ciudadanos, por qué protestaban. “¿Por qué protestan? ¡Joder, si no protestaran no estarían vivos, si no nos quejáramos en este país volveríamos al medievo!”.
-Vamos, peque, que llegamos tarde a la casa de la abuela. Hoy tienes tortilla.
-Pero… ¿por qué están aquí, papá?
Nada, era un pequeño perro de presa, un stanford de esos, el padre genético del pitbull: una vez que cogía el hilo de una idea no la abandonaba jamás. Apretó un poco el paso, siguió callado, miró al frente y trató de poner cara de despistado, pero el padre sentía los grandes ojos grises de su hijo apostados en su nuca: “En eso ha salido también a la madre”.
-¿Por qué, papá?
-Ahora te cuento, sigue caminando.
Iba a contestar, qué remedio, pero cuando dejarán atrás el gentío; de paso, en esos segundos, podía pensar alguna buena metáfora o parábola, algo fácil y rápido para que el niño comprendiera mejor sin meterse demasiado en el meollo. “No, eso no es una buena idea, me pasará como con las abejas, cuando nos preguntó de dónde venían los niños y me puse a hablarle de insectos y flores. Mejor las cosas claras. Si quieres tacto búscate a un táctico, como decía Gus Petch en Crueldad Intolerable”, pensó el padre deteniéndose al fin. El niño lo seguía mirando con aquellos ojos tremendos. “Cuando sea mayor va a ligarse a más de una con esa mirada”.
-Verás, hijo, ¿tú sabes quiénes son los buenos y los malos en las películas de dibujos que te pongo?
-Si –dijo el niño asintiendo con la cabeza.
-Pues en la vida real es un poco más complicado, más que nada porque los malos, casi siempre, se hacen pasar por los buenos.
-Eso es trampa.
-Efectivamente. Pues bien, una de las cosas más importantes que tienes que aprender es a distinguir entre buenos y malos. Los buenos no hacen daño, generalmente, los malos siempre que pueden, sin excepción. ¿Ok? ¿A ti te parece que la gente que hay en esa plaza está haciendo algo malo?
El niño miró a la gente, trató de ver algo que le indicara el mal.
-No.
-Muy bien, no. Pues, digamos, que en general, estos son los buenos. Piden tener una casa, un trabajo, poder ir al hospital cuando se pongan malos, y que los políticos trabajen para nosotros sin que roben nada, ni ellos ni sus amigos. ¿Lo entiendes?
-Sí –dijo el niño asintiendo.
El padre sonrió y volvió a andar, faltaban unos pasos para entrar en el bloque de pisos de su suegra y reunirse con la familia. Era hora de comer, estaba pensando en la tortilla de patatas que hacía su suegro, la tortilla española. Una delicia patriótica.
-¿Y los malos, papi? ¿Dónde están los malos?
El padre lo miró. Pensó en hablarle de Strauss-Kahn (“un jefe de banqueros cabrón y violador”), de Rodrigo Rato (“padre de la crisis inmobiliaria española y el cobarde que salió corriendo del FMI cuando llegó la crisis”), de ZP (“protector de bancos y banqueros”) de Berlusconi, de Rajoy, de Camps…
-Eso, hijo mío, te lo explico mañana, pero a grandes rasgos y para empezar a distinguirlos se caracterizan por llegar a un sitio y aprovecharse de los demás.
-¿Cómo las hienas, papi, se comen lo que caza el león?
-Eso es, hijo, como las hienas.