domingo, 6 de marzo de 2011

81. El regalo del lagarto

El otro día me junté con unos colegas en una sesión esotérica con el ánimo de recabar sabios consejos de los espíritus para salir de la crisis. Queríamos contactar con una figura de peso, poderosa, inteligente, severa y humana a la vez, un gran líder del mundo ultraterreno cuyas directrices nos sirvieran para marcar el camino de nuestros congéneres. Íbamos a convertirnos en los mensajeros de la sabiduría, en los adalides de un nuevo despertar de la humanidad. Particularmente prefería como guía al gran sabio y mago Merlín, pero por aquello de que en la reunión espiritista había una mayoría friqui seguidora de El señor de los Anillos, todo parecía indicar que Gandalf iba a ser el resucitado de aquella noche.
Finalmente contactamos con alguien. Del círculo que formábamos mis cuatro colegas y un servidor –¿por qué será que nunca hay mujeres en estas sesiones?-, empezó a surgir una densa bruma, una persistente niebla que a veces tomaba la forma de un ser espectral, monstruo o similar. Cuando ya todos intuíamos la túnica flotante de algún poderoso mago, el gesto grave y severo de un anciano con barba blanca, el báculo poderoso y lanza-hechizos de un servidor del Bien, apareció una silueta pequeña, verde y de orejas puntiagudas.
-¡Coño! ¡Pero si es Yoda!
-¡Hostia! ¡Yoda! ¡Es Yoda!
-¡Yoda! ¡Yoda! ¡Yoda! –gritamos los cinco energúmenos abalanzándonos a la vez sobre aquel cascarrabias y venerable lagarto verde.
-Quietos, soplapollas, que no se me acerque ningún eunuco a babearme la cara u os electrocuto como el Emperador a Luke Skywalker.
-¡Vaya tela! –se me escapó.
-No habla como Yoda, no cambia el orden lógico de las frases –dijo un colega.
-Porque no soy gilipollas, ese mamoneo de “Llevarte a él podría” o “Has encontrado a alguien, yo diría”, son las ocurrencias del desquiciado de Lucas, no me preguntéis por qué, pero han jodido mi reputación. Al último que le metí el sable láser por el ojete empezó con el cachondeo de las frases, así que ojito, capullos, y si queréis algún consejo sabio para salvar al país, al mundo o a la galaxia ya estáis tardando en traerme bebida y compañía femenina.
Tras la inmensa decepción por la irrupción de la verdadera personalidad de Yoda, nos repusimos rápidamente y un colega trajo varias botellas de aguardiente y de anís del mono. Como compañía femenina se limitó a traer un par de muñecas de Famosa a las que el vil lagarto no hizo ascos.
Horas más tarde, medio alcoholizado y babeante, con una docena de botellas a sus pies y haciendo malabares peligrosos con su sable láser, Yoda nos dijo a todos:
-Muy bien, amamonados, espero que la próxima vez que me despierten sea en un cementerio o en un convento, así me divertiré más. Pero ya que me quedan pocos minutos en vuestra compañía, antes de marcharme, quisiera ser generoso con vosotros. A ver, ¿qué coño queréis?
Un colega se adelantó y pidió a Yoda que le regalará un sable láser lila. Todos miramos con severidad a Ramón por ser tan egoísta y sacrificar la salvación de la humanidad por un mero capricho.
Finalmente, convencimos a Ramón de que renunciase a su regalo y me adelanté.
-Señor Yoda –aventuré-, sólo queremos un poco de luz en el camino, al menos un sabio consejo que nos ayude a conjurar la crisis, a tener esperanzas y recuperar la racionalidad. Díganos algo para salvar a España, a Europa, ¡al mundo entero! de esta tiniebla neoliberal, de esta sociedad sin rumbo, pobre de espíritu, llena de miedo y corta de miras.
El lagarto entornó los ojos, arrugó la frente y movió las orejas. Me miró fijamente y sopesó, estoy seguro, si dormirse, descojonarse o traspasarme con su espada láser. Finalmente, carraspeó un poco, se irguió en su medio metro de estatura y dijo:
-Compañero Ramón, dime, ¿de verdad que no te conformarías con un sable láser verde?