domingo, 14 de noviembre de 2010

66. Los hombrecillos y mujercillas que jugaban a la política



Ejercicio de agudeza visual. Razona en menos de cinco segundos cuál de los dos corredores es el flemático inglés que está jodiendo a la clase trabajadora británica. El que está haciendo pagar a estudiantes, desempleados y rentas bajas los excesos de la City y compañía. El que está encareciendo las carreras universitarias, cargándose las becas y estigmatizando a los parados a base de quitarles sus prestaciones debidamente ganadas. En efecto, es el de la izquierda, el pavo de la carne rosácea y la gomina en el pelo, el de la incipiente papada vibrante que quiere, como sea, dejar en evidencia al corredor de al lado y que, aunque se le parezca, no es Míster Bean, sino Zapatero. ZP, el otrora político de izquierdas que actualmente pierde el culo por salir a correr con el chulo y derechista de Cameron. ZP, el protector de banqueros y Sicavs, el que, oh my God!, dice que ahora va a prestar más atención a los parados (o sea, que va a copiar el modelo británico de: si rechazas un trabajo, dos meses sin prestaciones; si son dos los que rechazas te quito medio año y si son tres, querido parado, date por jodido durante tres años).
Pues sí, estos cabrones y otros más se han reunido en Seúl para jugar a la política, para hacernos ver que solucionan problemas sin hacerlo, para tranquilizar al poder financiero asegurándole que nadie le va a quitar ni un céntimo. Y luego, después de correr una mañana media hora y dejarse los higadillos, regresan a sus respectivos países a ponernos a las clases medias y trabajadoras caras de perros vigilantes, a nosotros, los culpables de la crisis, el paro y la corrupción. Esas caras tantas veces ensayadas entre ellos y ellas, caras de malo, caras de padre o maestro cruel que ha estado ausente pero que ahora regresa para meter en vereda al díscolo personal.
Y en medio de la inmundicia, de los mierdas nacionales y extranjeros, habla un estadista de verdad, Felipe González, un tipo que no salía a correr con Mitterrand ni Kohl, ni falta que le hacía, que ya no viste americana ni corbata pero que entiende como pocos lo que significa la palabra liderazgo. Y dice algo humano. Que tuvo la oportunidad de dar una orden y cargarse a unos asesinos pero que no lo hizo, y que su decisión no se debió a razones morales, y que al día siguiente no dejaba de pensar cuántos futuros asesinatos habría evitado de haber dicho que sí; y que, todavía, dijo Felipe González, no sabe si hizo lo correcto. Esto es un político. Esto es un estadista. Un hombre que dijo no para que España fuera tenida en cuenta como país democrático; un hombre que dijo no para que una década más tarde Francia se convenciera de que Eta era y es una banda asesina, y que España era y es un Estado moderno y civilizado. Y encima, todavía tiene la gallardía de reconocer que no sabe si hizo lo correcto, si tanto gato blanco o negro que cazaba ratones mereció la pena para que luego llegaran los Aznar, Zapatero y los que están por venir… y se perdieran vidas por el camino.
Hay mucha injusticia en comparar a estos politicuchos con un estadista como González, porque sólo hay un par de ellos por siglo y país. Pero al menos podrían tener la inteligencia de callar más a menudo; el silencio hace menos golfo y tonto al tontogolfo Pero eso es demasiado pedir a Pons, el del PP, el de Pin y Pons, al coleguita que va en vaqueros y dice soplapolleces. Que se dedique a los suyo, a la política que se hace y se vive ahora: la de la sumisión vergonzante al poder financiero. Que no opinen de temas que les vienen enormes, de decisiones estratégicas para un país que marcan su rumbo durante la siguiente década. Que se dediquen a lo suyo, a correr con otros políticos, a ponerse vaqueros, chaquetas deportivas o a sonreírles a las becarias. A mangonear y hacerse fotos con deportistas y actores, a poner primeras piedras y cortar cintas que inauguran los comienzos de las obras que nunca se acabarán. Ya sabemos que si hay una catástrofe estos incapaces son los primeros en buscar refugio y cortar la retirada de la gente decente. Ya que los tenemos que padecer, por lo menos que no ensucien la memoria de quienes lo hicieron mejor que ellos, de quienes fueron políticos de verdad.