sábado, 30 de enero de 2010

25. Los hombres relojes

Ya te advertí que algún día hablaría de superhéroes y como lo último que he leído del género me sigue fascinando, voy a dedicarle la columna a una de las obras maestras de sir Alan Moore, que no es sir sino anarquista, pero como seguro que no sabe español me permitiré la licencia. Recuerdo el día en que, ante la pregunta más habitual que le hago a mi primo David -¿qué estás leyendo?-, me contestó: “Watchmen”. Los hombres relojes, traduje espontáneamente. David me dedicó una mirada de primo mayor, sonrió y corrigió con cariño: “Los vigilantes”. Recuerdo que hojeé aquellos tebeos sin demasiado interés: yo era más de la Marvel, y David de DC, así que se los devolví aquella misma tarde sin intención de leerlos: no me gustaron los dibujos ni el color mate. No sé cuanto tiempo transcurrió, pero un día mi primo debió adivinarme más maduro y me volvió a sugerir la lectura, así que esta vez sí que me llevé a casa los 12 tebeos que componen la miniserie –novela gráfica, se llama en el mundo comiquero- y, para mis sorpresa, me encantó.
Hace sólo unos años David me regaló un tomo que recopilaba la miniserie. Me la leí por segunda vez, y hará unas dos semanas volví a releerla. Lo hice porque está al caer que vea la película y antes quería tener bien fresco el tebeo de Moore –guionista- y Dave Gibbons, el dibujante.
Me lo he pasado tan bien con esta última lectura, que suscribo con la sangre de mi dedo meñique la crítica que en su día hizo de esta miniserie la revista Time Out: “La primera serie en más de 30 años que asume que la gente sigue leyendo cómics cuando deja atrás la adolescencia”. Efectivamente, si uno no lee tebeos y llega a sus manos Watchmen, le gustará muchísimo (aunque como dice mi primo, después viene el problema, porque creen que todo el género es así y acaban desilusionados ante otros tebeos de menor nivel). Pero lo bueno llega si encima eres un aficionado del género; en ese caso Watchmen es lo mejor que puede pasar por tus manos. Partiendo de un interesante dilema -quién vigila al vigilante-, Moore cuenta la vida de unos héroes retirados que afrontan la inminente 3ª Guerra Mundial en los Estados Unidos. No voy a contar el cómic, pero sí me deleitaré enumerando algunos de los temas que el guionista desarrolla: desde la ingenuidad de tipos que se calzan medias para combatir el crimen; la inspiración que supusieron para otros jóvenes que recogieron el testigo; el declive de los héroes, sobre todo a raíz de la desaparición de los supervillanos (había más héroes que villanos, se quejaba uno de los personajes); hasta la aparición de un hombre-dios que acabará por apartarse de la humanidad, más bien harto de ella; pasando por los planes filantrópicos del hombre más inteligente del mundo para detener la guerra. Todo esto sin olvidar a personajes estrellas como el íntegro pero perturbado vigilante de la máscara, Rorschach, aficionado a partir cuellos y dedos, y al Comediante, un fascista puro y duro encumbrado como héroe por los gobiernos de su país… y por sus ciudadanos. La historia se desarrolla además a finales de los 80 (la miniserie se publicó entre 1986 y 1987), con Nueva York como escenario principal, con un Richard Nixon en la Casa Blanca y con la Guerra Fría a punto de alcanzar la temperatura de la fusión o fisión nuclear. ¿Demasiadas licencias propias de un escritor de ficción? Bush junior llegó a la Casa Blanca tras una cacicada retransmitida a todo el mundo sin que ninguna institución estadounidense dijera ni mu.
El caso es que el genio de Moore cuela unos extras que son los que le dan la categoría de obra maestra a esta novela gráfica. Me refiero a las entrevistas que a final de los capítulos podemos leer de los personajes, a sus memorias, a sus cartas e incluso informes siquiátricos de algunos de sus protagonistas, sin olvidar otras joyas como el artículo de Dan Dreiberg –uno de los héroes- sobre las técnicas de caza de los búhos, o el tebeo de los piratas que cuentan dentro de Watchmen. No es frikismo, de verdad, sienta al coco mucho mejor que escuchar las quejas de la tarada secesionista de Karmele por disputar la última plaza en Eurovisión.
Con todo, me quedo con dos de los mensajes de la novela. El primero, la custodia de los vigilantes, o sea, ¿quién controla a nuestra policía, a nuestros gobiernos, a nuestros ayuntamientos, a los que tienen el poder? El segundo, ¿por qué la sociedad encumbra siempre a quienes más daño le procuran; por qué un tipo como Ozimandias es un triunfador y otro como Rorschach es un tarado, un marginado? Y una última reflexión: ¿Por qué los misántropos como Alan Moore aportan mucho más a la humanidad que las miríadas de filántropos, como Díaz Ferrán, que quieren salvar al mundo y a su economía?
Como diría Súper Ratón, no te olvides de mineralizarte ni supervitaminarte.