sábado, 27 de marzo de 2010

33. El pajo vociferante

Recuerdo con nostalgia mis tiempos de periodista en la Junta de Extremadura cuando uno de mis deberes cotidianos era leerme 9 periódicos de buena mañana para informar a mi jefe de la actualidad nacional y autonómica. Hoy ya no puedo ni quiero dedicarle tanto tiempo a los diarios, además, uno aprende más leyendo libros de Historia que noticias, pero gracias a Internet bicheo un poco en los periódicos digitales y luego complemento la ración informativa con algún telediario vespertino.
El caso es que algunas veces en el pasado y demasiadas en la actualidad tengo que releer o volver a escuchar una noticia porque no la comprendo a la primera. Y lo peor no es que el tema sea arduo o bastante ignoto para mí, ¡qué va!, pertenecen a nuestra triste actualidad nacional, pero en ocasiones dudo si he entendido bien por lo disparatado del hecho.
La última me pasó esta semana con una manifestación estudiantil en Madrid, donde unos jóvenes apenas veinteañeros –bueno, siempre hay algún talludito repetidor- abucheaban y zarandeaban al rector de la Universidad Complutense por cambiar de segregados a mixtos tres colegios mayores públicos. En España no he pernoctado en ninguno, pero sí pasé un mes en Inglaterra en una residencia de este tipo: ya sabes, un cuarto pequeño con cama, armario, mesa y silla, un baño y zonas comunes con cocinas, lavadoras y un largo etc. El paraíso cuando tienes esa edad y estás estudiando en la Universidad.
Como te decía vi la noticia por la tele y luego hube de buscarla por Internet porque no la comprendía. ¡Aquellos estudiantes insultaban al rector porque dejaba que se mezclaran chicos y chicas en las residencias universitarias! Empecé a reírme. Busqué a monjas y curas entre los manifestantes, a Mayor Oreja y a Ana Botella, pero no los hallé. Entonces indagué más y me pregunté: ¿gente del Opus?, pero nada, allí no había familias numerosas recién salidas de la misa dominical, ni Roucos Varelas ni Razinguers Zetas. Era chavalerío estudiantil, despeinados, todavía con granos en la cara, pañuelos en el cuello y chaquetas. Si excluimos los granos –fui afortunado con el acné (mi padre siempre apostilla que fue la levadura de cerveza que me dio de pequeño la que me mantuvo el cutis limpio… por eso ahora me tomo una birra diaria, la vacuna de recuerdo)- era una pinta parecida a la que tenía yo en aquella época. Y cuando ya pensaba que me había vuelto loco o que se habían vuelto locos o que era una inocentada, lo vi. No era el mismo, por supuesto, pero vi a uno de esos talluditos vociferantes, mayores que el resto, pero fatalmente indignado porque en el cuarto de al lado de su residencia –suya porque lleva ya más tiempo en ella que en su propia casa-, en vez de un tipo con pelos en el pecho podía encontrarse a una compañera universitaria. Me vino una palabra a la mente: pajo. No busques su significado en el diccionario: la falta de influencia académica de los andaluces en la RAE está empobreciendo al idioma, pero si preguntas por las calles de Sevilla cualquiera te puede decir qué significa pajo; incluso te lo pueden señalar, llegado el caso. Ni árbol filipino ni fruto del mismo nombre, un pajo es un tipo heterosexual incapaz de relacionarse con las mujeres. Es cobarde con ellas, machista y las ningunea porque no lo desean como compañero sexual. Por favor, no confundas el término con tímido, pues no tienen nada que ver ambos conceptos; el pajo puede ser tímido o no, pero en definitiva odia al sexo femenino porque ellas no se percatan del maravilloso espécimen masculino que tienen al alcance cuando pasan por su lado.
Pues eso, cuando vi a aquel pajo vociferante -también había pijillas bulleras que no querían a ningún maromo como vecino- me quedó más o menos clara la noticia, al menos pude contextualizarla. Me lo imaginé en su cuarto, reunido con otros pajos potenciales y más jóvenes a quienes adoctrinaba sobre el peligro de compartir cocina y lavandería con las chicas. Tipo película americana, ya sabes, el rollito de las fraternidades universitarias, con chaqueta y todo pero adornado con cutre caspa española. Chunga combinación.
Esos comentarios retrógrados, esa mala baba del incompetente, esa ira destilada del reprimido y rechazado me recordaron a los pajos con los que me crucé durante mi vida universitaria. Tipos ruines, alérgicos a la higiene moral y personal, que en cuanto le comentabas que el ABC era un periódico de fachas o le criticabas a Umbral ponían pies en polvorosa.