domingo, 31 de julio de 2011

101. El médico y el desgarro
 
A punto de irme de vacaciones con más calor que de costumbre, voy a aligerar la tarde con un chiste antiguo que siempre funciona.
Esto es un tipo que entra en la consulta del médico con una evidente cojera y signos de dolor en la cara. Es un hombre de mediana edad, con dos hijos, mujer, y un perro de casi 20 años que se llama Cobi porque tiene la nariz torcida. El aire acondicionado del centro de salud está estropeado, bueno, en realidad no, lo han apagado por lo del ahorro energético, aunque cuanto más se apaga el aire acondicionado más se suda y se ponen más lavadoras… y se usan más detergentes y desodorantes (en el mejor de los casos). Lo cierto es que el médico, un funcionario hipermotivado por la rebaja del sueldo y las palabras del nota del bucle capilar (Rosell, el presidente de la CEOE, que se quejaba recientemente de la prepotencia de los funcionarios sin mencionar la de los grandes empresarios) estaba ese día hasta los cojones. Como estamos en la España del siglo XXI diremos que nuestro médico en cuestión es negro, musulmán y gai… bueno, dejemos lo de musulmán y diremos que es simpatizante del Dalai Lama. Y tampoco nos vamos a meter en su orientación sexual o el color de su piel, trataba simplemente de darle cierto aire de exotismo al relato.
Como decía, el médico vio la cojera del tipo, la cara de dolor y preguntó lo inevitable:
-¿Qué le ocurre?
-Nada, doctor, que tengo un desgarro en el tobillo.
-¿Perdón? –inquirió el médico subiéndose las gafas.
-Sí, sí, un desgarro, ya sabe, salí esta mañana a pasear al perro, metí el pie en un socavón y me torcí el tobillo: un desgarro.
El médico le hizo indicaciones al señor de que se levantara la pernera del pantalón y se bajara el calcetín; tenía el tobillo tan hinchado como la pierna de su suegra.
-Bájese usted los pantalones –dijo el médico en un tono aséptico.
-Oiga, que yo el daño lo tengo en el tobillo.
-Lo sé, lo sé, pero se tiene que bajar los pantalones.
El tipo miró incrédulo la cara del médico, pero esta era la viva imagen del profesional que quiere irse lo antes posible, no la del cabrón que quería gastarle una broma.
-Está bien, está bien –dijo el tipo mientras se bajaba los pantalones.
-Los calzoncillos también, y dese la vuelta, por favor.
El tipo miró asombrado al médico, pero el doctor siguió leyendo un informe dando por descontado la obediencia del paciente.
-Oiga, que a mí lo que me pasa es que…
-Mire –cortó el galeno-, hace ya cinco minutos que debía haber cerrado la consulta, podría derivarlo perfectamente a urgencias y que tuviera que esperar allí cuatro horas en una sala abarrotada y con 10 grados más de temperatura, así que ya sabe, o hace usted lo que le digo o se va de aquí.
El tono del doctor no había sido ni siquiera desagradable, se veía que era un buen tipo, uno de estos que creen en la evolución del ser humano, en el eterno retorno y la reencarnación, alguien que habla del pensamiento positivo a todas horas… pero un hombre, al fin y al cabo, que también tiene ganas de llegar a su casa, darse una ducha y relajarse, pensaba el tipo. Además, ¿no se duchaba todos los días en el gimnasio? ¿Qué era mejor: enseñarle el culo peludo a un médico que te lo pide por favor o a un saco de carne de gimnasio hormonada con cara de becerro?
El tipo hizo una mueca de conformidad, la misma que utilizaba cuando pagaba los impuestos, llevaba a su suegra al callista o permitía que el novio de su hija pequeña se quedara en casa a dormir, así que se bajó los calzoncillos y le dio la espalda al médico.
Este cogió, presionó levemente en la espalda del paciente, le dijo que se agachara un poco, y con una soltura inimaginable le introdujo el miembro viril por el mismísimo ojete al paciente. El hombre chilló de dolor y dio muestras de querer soltarse para matar al médico, pero el doctor en un tono muy pausado, con gran sentido común le dijo:
-Esto, amigo mío, es un desgarro, lo que tiene usted en el tobillo es un esguince.
No me negarás que ha resultado didáctico.