domingo, 19 de junio de 2011

95. El resorte democrático

A nuestros gobernantes no les hace falta diluir ninguna droga en el agua potable para adueñarse de nuestras voluntades; esto no es una peli de ciencia ficción en la que los españoles seamos víctimas de la perfidia extraterrestre, no somos el objetivo de una estrategia diseñada minuciosamente durante años para socavar poco a poco nuestra libertad de pensamiento y adueñarse así del planeta o de nuestra patria. Aquí basta enseñar una muleta roja para que 9 de cada 10 embistamos como toros, partiéndonos los cuernos entre sí, para ver quién es el primero por darse de cabezazos contra el muro que hay detrás del trapo rojo.
Acaba de pasar otra vez y a cuenta de las manifestaciones del 15-M en Barcelona, cuando algunos “indignados” trataron de impedir a los diputados del Parlamento catalán que accedieran al edificio (cualquier día los políticos hacen la ola a los perroflautas por darles la excusa perfecta para no ir a currar). Fue interesante ver cómo todos los demócratas españoles se rasgaron las vestiduras y dijeron aquello de hasta aquí hemos llegado: con nuestros representantes no se juega.
La verdad es que fue un resorte democrático el que se activó en nuestras mentes hispanas (la mía la primera). Tras casi 40 años de dictadura y un intento de golpe de Estado en febrero de 1981, el Congreso de los Diputados y sus primos hermanos, los parlamentos regionales, son para los españoles el sanctasanctórum de la democracia. Mientras haya parlamento hay democracia. Parlamento. Eso mismo decía Jack Sparrow en Piratas del Caribe cuando trataba de salvarse el culo. Los que manejan los hilos lo saben de puta madre.
Bien analizado ¿no es peor para la convivencia democrática que a una familia, tras desalojarla de su casa por no pagar la hipoteca, le obliguen a seguir pagando dicha hipoteca? ¿O abaratar el despido sin aumentar, a cambio, el sueldo mínimo interprofesional y sin crear puestos de trabajo? ¿O pagar con nuestros impuestos la macrodeuda de los bancos dejando las cuentas públicas, otrora saneadas, hechas un cisco, saqueando nuestras pensiones y permitiendo a la vez unas pocas jubilaciones euromillonarias sin que Hacienda diga nada? ¡Qué va! ¡Parlamento!, pronuncian, y como buenos piratas que son, utilizan el comodín del público para putearnos a gusto.
Sigo creyendo que el 15-M es un actor necesario, ya casi imprescindible para nuestra democracia. Hasta ahora era el mercado (o los mercados, si se pronuncia en plural uno parece que sabe más de economía aunque en realidad no se tenga ni pajolera idea) quien le decía al poder político por dónde debía caminar. Ahora, al menos, hay una voz que discrepa y que grita para otra dirección. ¿Fue un error manifestarse a las puertas del Congreso de los Diputados en Madrid (hombre, sí que lo fue porque como bien sabe el presidente del Congreso, José Bono, si buscas a un diputado no lo encuentras por el Congreso, y menos si es jueves), o dificultar el acceso al Parlamento de Cataluña? Sí, fue algo feo, pero a veces las fealdades son necesarias, sobre todo si son puntuales, meros avisos. Supongo que más de un diputado habrá reflexionado algo mientras iba en un furgón policial camino de su curro. Algo así como “espero que esto no vuelva a ocurrir”. El poder político es lo único que nos queda a los ciudadanos para defendernos de las tropelías de los nuevos señores feudales. Si los políticos no hacen otra cosa sino servirlos tendrán que soportar cada vez más de cerca el calor de nuestras antorchas: el fuego del pueblo. Y es verdad, la ira es irracional y más si viene de muchos y nace del miedo, del hambre y de la indignación lúcida o embrutecida. Es como el que alimenta un estanque de pirañas toda su vida y un buen día se cae dentro por un descuido. Explícale tú ahora a las pirañas que vas de buen rollo y que eres su representante. Buen provecho.