domingo, 19 de septiembre de 2010

58. Envilecimiento

La verdad es que empezó a caerme mal a los pocos días de su liberación, y fue algo incómodo, ya que durante un tiempo su nombre me despertó empatía y coraje, pero sólo durante los seis años de su secuestro. Luego, una vez liberada y cuando sus compañeros empezaron a largar contra ella, el mundo y yo vimos a Íngrid Betancourt con otros ojos. Estas cosas me mosquean, como cuando de adolescente estudiaba filosofía y me identificaba plenamente con el pensamiento de algún filósofo para, un día más tarde, apoyar incondicionalmente a otro que opinaba lo contrario, ya sabes: Aristóteles contra Platón, Locke contra Hobbes y Belén Esteban contra la Campanario. Pero esta tarde, tras leerme una entrevista suya en un diario británico  he repensado la cuestión.
Betancourt, durante la entrevista en la que promociona su libro (Incluso el silencio tiene un fin, sería la traducción del francés: Même le silence a une fin), habla de sus encontronazos con otros secuestrados; se defiende, dice no querer criticar a nadie, aunque ya lo hace a través de su libro y da su versión del asunto. Sin embargo, hay un tema que la salva. Precisamente habla de la vileza de quienes la secuestran y la mantienen cautiva durante seis años, de quienes amenazan constantemente su vida con una metralleta, de quienes la torturan y, quizás lo peor, de quienes la privan de su vida mientras el mundo y su familia avanzan de la mano. Recluida en la selva, incapaz de mentarle la madre a sus secuestradores, pasa el tiempo puteándose con sus compañeros de cautiverio.
Como buen cabrón civilizado que soy, también me apunté en su día a derribar al ídolo, al icono de los secuestrados por una guerrilla de narcotraficantes ignorantes, brutales y asesinos. Quizás Betancourt no sea una buena persona, pero es infinitamente mejor que quienes la secuestraron. Y sí, siempre hay quien conserva un punto más de entereza, de coraje, de valentía y de dignidad entre los rehenes y, nuevamente, tampoco debió ser Betancourt la mejor de entre ellos. Además, se prestó como nadie a ser su voz, su representante. Demasiado ego, aunque es política y el ego y las ganas de poder son los distintivos de los políticos actuales.
¿Qué habríamos hecho tú y yo en su lugar? ¿Qué nivel de sumisión habríamos adoptado? ¿Cuánta vileza habríamos acumulado y cuánta esparcido entre nuestros iguales? ¿Nos habríamos aprovechado de alguna ventaja frente a nuestros compañeros de infortunio? Tienes seis años para pensártelo, para contestar estas preguntas; seis años de humillación y aislamiento; seis años de convivencia forzada con unos seres humanos a los que no has elegido. ¿No íbamos a ser un hijo de puta redomado ni una sola vez durante tanto tiempo?
Quizás sean las preguntas pertinentes, quizás esa es la clave de bóveda sobre la cual se sustenta el dominio y la opresión: dejemos que se peleen entre ellos, construyamos un sistema para envilecerlos, que no se atrevan con sus verdugos pero sí contra los desgraciados como ellos. No hay que ser ningún genio para activar un plan como ese, para maltratar así a la gente: pasa en la jungla, en las oficinas y hasta en las familias.