domingo, 29 de mayo de 2011

92. Elecciones, plazas y perroflautas 

15-M en Sevilla
 
Vale, ya lo había previsto (artículo 73) y tampoco es que hiciera falta una bola de cristal, pero lo del domingo pasado fue un auténtico pasote (pasada mayúscula). Una cosa es que el votante de izquierdas le tuviera ganas a Zp y otra diferente lo que le hizo a cientos de alcaldes socialistas en las elecciones municipales de 2011. Más de uno y una, tras haber peleado cuatro años por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, tras una campaña electoral llena de ilusión y esfuerzo, han visto cómo el votante de izquierdas se la ha traído al pairo ir a votar. Dan ganas, asumo que alguno habrá pensado, de pasarse al PP y mangonear un rato para que luego te voten. El mensaje que da la ciudadanía al poder es ese. Algo así como “el vivan las caenas” con el que aclamaban a Fernando VII –el peor rey de nuestra historia- cuando regresó a España en 1814, sólo que actualizado al siglo XXI.
Una vez más se impone felicitar a los votantes de derechas por entender mejor el principal mecanismo de una democracia moderna: el voto. A pesar de que muchas veces –entre otras, en esta ocasión también- premien el malfacer de su partido (xenofobia en Cataluña), ignoren los casos de corrupción (Camps) o voten a una candidatura que no ha hecho ni oposición ni campaña electoral (en Benetússer, municipio del área metropolitana de Valencia y donde actualmente resido), hay que concluir que el pepero de turno entiende las reglas del juego con una soltura que ni sueña el izquierdista medio.
No me quejo de la falta de fidelidad del voto, todo lo contrario, una persona libre e inteligente puede cambiar su voto en función de sus criterios, pero vota. Como dije en algún comentario en esta misma Taberna, aunque de manera más fina, quien no vota es una persona que vive en una dictadura o que le importa un huevo vivir en ella. Es como el curro: si llegas tarde continuamente y no eres funcionario es probable que te terminen echando, sin importar que luego te quedes más tiempo o seas más productivo que el resto de tus compañeros. Puede que sea injusto, pero acorde a las reglas es lo que hay.
Esto me lleva, inevitablemente, al movimiento 15-M. La semana pasada ya me encargué de alabarlo y sigo creyendo que es un buen ejemplo de ciudadanía. Además lo hemos exportado a otros países y es emocionante leer carteles en español en plazas estadounidenses, italianas, inglesas o alemanas reclamando más libertad y democracia. Dentro de nuestras fronteras, esta movilización es buena y necesaria para avisar a los partidos de izquierdas que deben cambiar e integrar las propuestas del 15-M para volver a gobernar. Suficiente influencia han tenido en el gobierno socialista el mercado, los neoliberales y la irracionalidad del banquero y sus amigotes. Ya era hora de que le tiraran a Zp y a Rubalcaba de la oreja izquierda. Pero ya está. El movimiento no puede ir más allá de ahí, de la influencia. Se agotará en sí mismo si no logra eso, influir, que la estructura (o sea, los partidos políticos) lleve en sus programas electorales parte de sus propuestas. Y eso es mucho, y es un objetivo loable que se puede conseguir.
No he estado en ninguna de las concentraciones del 15-M pero conozco a gente de cuyo criterio me fío que sí han ido y se han mostrado encantados. Sobre todo, me dicen (y también veo) por la manera en la que son autosuficientes, el modo de organizarse, de mantener una convivencia sin necesidad de que el poder esté presente. Pasa como con lo del Prestige y el chapapote: es la propia iniciativa popular la que primero llega y trata de buscar una solución al problema. Es admirable; es, de hecho, hermoso para los ciudadanos… y terrible para los gobernantes.
Pero hay que votar. Además de la plaza, hay que votar, además de la propuestas, hay que pedir que la peña vote (sin siglas, sin partidos, pero que voten). Porque si la peña no vota el espíritu del perroflautismo nos contaminará a todos cual infección zombi. Y eso, a la derecha española, liberal y votante, le mola cantidad.