domingo, 18 de julio de 2010

49. Banderas de España

Nunca vi en mi vida tantas banderas españolas como la noche del lunes 12 de julio en Madrid, cuando la multitud se echó a la calle para celebrar la victoria de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica. Aunque también hubo jarana el domingo, tras el partido, fue el lunes el día de fiesta, cuando los 23 jugadores, subidos en el autobús, fueron arengados y ensalzados por cientos de miles de españoles. Las imágenes aéreas de Madrid, iluminada y llena de gente, de risas, de caras felices y celebraciones fue un bonito espectáculo que vieron millones de personas. Una noche hermosa. Un día de alegría que ha durado prácticamente una semana.
Aquella noche hubo una frase que me gustó, y eso que la dijo una triunfita –Edurne-: “Han hecho que nos sintamos orgullosos de ser españoles”. Tenía razón, aquellos 23 tipos (más el entrenador y todos los que les han ayudado) han conseguido que la gente pasee orgullosa la bandera por la calle, que la enseñe en los balcones y la ice hasta en las antenas de sus coches. Unos jóvenes que empezaron a jugar al fútbol hace 20 años han logrado todo eso.  Una veintena que comenzó junto con miles de niños en los equipos de fútbol del barrio o del pueblo, y que, poco a poco, gracias a un proceso de criba y selección, fue creciendo y madurando en clubes y ligas superiores hasta convertirse en los 23 que nos representaron en el Mundial que ganaron, que ganamos.
Al Mundial de Sudáfrica de 2010, potencialmente, podían haber ido todos esos niños que comenzaron a darle patadas a un balón en la década de los 80 o los 90, esos niños que fueron quedándose en el camino, que llegada la adolescencia o la juventud abandonaron el césped por la caja de herramientas o la corbata, por la beca, por la lesión, por el restaurante de sus padres… Incluso hubo algunos que llegaron a ser profesionales y a vivir del fútbol y a jugar en primera división y en equipos importantes… pero al final sólo cabían 23 en ese autobús de la gloria y llamaron a los mejores. Y cuando los seleccionaron no buscaron en el dni sus apellidos, ni sus enchufes, ni sus cartas de recomendaciones… ni favores ni agravios. Eligieron a los más capaces para cumplir una misión y resulta que acaban siendo los mejores del mundo, para disfrute y orgullo de todo un país. Lúcido raciocinio, felicidad asegurada.
Han ganado una copa de oro macizo de cuatro kilos de peso, aunque para las celebraciones usan una de latón bañada en oro. Aquellos 23 tipos besaron la copa verdadera y ahora hacen lo mismo con la falsa, al igual que quienes posteriormente se han sumado a la fiesta, también los mediocres; y esa copa antaño reluciente, comienza a ser babeada por periodistas deportivos, cantantes, empresarios, políticos y banqueros, morralla o no, que desde luego no han pasado en su mayoría por un proceso de selección como el de los futbolistas. Aquí sí cabían los apellidos, el enchufe, Fulano, Mengano y Zetano.
Si la crisis económica mundial ha provocado que el paro suba en los países industrializados un 11%, y en España ha superado el 20 por algo será. No, no tenemos entre nosotros a los mejores políticos, ni a los mejores empresarios ni banqueros, ni tampoco a los más destacados sindicalistas. Ni Gobierno ni oposición tienen a una mayoría de gente capaz y trabajadora. Esos mismos que ahora ensucian con sus babas la copa de latón bañada en oro, tratando de contagiarse del éxito ajeno -que no del esfuerzo y de la capacidad-, fueron los mismos que accedieron a sus prebendas y privilegios gracias al enchufe, y a la mediocridad y cobardía de seleccionadores que les abrieron las puertas y aplanaron escalones movidos por el interés. Gran parte de nuestros líderes, desde el presidente del Gobierno hasta el encargado de un almacén, son gente débil y mediocre, marineritos engreídos en sus barcos durante los días soleados y acojonados hasta la médula cuando estalla el temporal.
Cómo de orgullosos nos sentiríamos todos los días de la bandera si nuestros líderes también fueran los mejores de entre nosotros. Tal vez así no la dejaríamos que se marchitara en el balcón, que la lluvia y el viento la ajaran y que la contaminación la ennegreciera; no la retiraríamos pronto por cansarnos de ella. No tendríamos que comprarnos una nueva dentro de dos años cuando la selección de fútbol volviera a jugar, único momento en el que volveremos a sentirnos orgullosos de España.