domingo, 25 de septiembre de 2011

105. Cultura de la recompensa

          Ante la exigencia de políticos locales y nacionales de que los ciudadanos les tratemos de usted y frente a la insistencia empresarial por exigirnos a todos una cultura del esfuerzo, a mí, pringado remador como la mayoría de la ilustre clientela de Taberna de Armas, me entran unas ganas locas de dejar el remo y de decirle al patrón que reme él con sus santos cojones.
          Algún lumbrera nacional, de estos bien pagados que reclaman moderación salarial para los demás y que les irrita la sola mención de subir la mierda de salario mínimo interprofesional, podría copiar de los anglos su cultura de la recompensa. En otras palabras, hace 30 o 40 años, aunque el jefe fuera muy cabrón había que llamarle don Rafael porque el sueldo que pagaba ese mamón daba de comer a una familia entera de más de cuatro miembros. Hoy, los trabajadores dignos y valientes (¡qué pocos quedan, la verdad!) tendrían que llamar a la versión moderna de don Rafael, Fali o Falito, habida cuenta de que para lo que pagan suficiente es con que no le quemen el coche en una tarde desocupada.
          ¿Violencia verbal? ¿Encabronamiento dominguero? ¿Abstinencia mal digerida por cerrar inopinadamente Taberna de Armas el domingo pasado? ¡Naaaaaaa! Simplemente creo que el esfuerzo ha de pedirse si va a venir la recompensa después, al más puro estilo inglés, que para algo son los que han ganado las batallas, una tras otras. Una vez un colega me dijo que los estadounidenses eran unos cobardes, que sin tanto armamento no serían nada, no tenían el valor de otras naciones más paupérrimas (como la española). Le respondí que puede que así fuera, que a lo mejor armado con un palo de fregona un árabe, un español o un ruso son más peligrosos que el americano (en realidad lo dudo, pondrían a un marine ultrapreparado, capaz de matar con un palillo de dientes), pero a continuación le dije que de qué ejército hubiera querido formar parte, por ejemplo, en la Segunda Guerra Mundial. Viendo el número de bajas y descartando identificarse con los malos, yo hubiera elegido al estadounidense: habría sido mucho más probable sobrevivir en sus filas que en otras.
          Pues de eso se trata, querida clientela, del sistema, de la estructura, de la peña en general. Porque eso es lo que es un país, su gente, sus ciudadanos, Una tierra deshabitada no llega ni a comunidad de vecinos por muchos millones de kilómetros cuadrados que tenga. Es la gente la que importa, la que hay que cuidar, educar, potenciar y recompensar.
          Por favor, que el Inem inaugure cursos para fomentar la cultura de la recompensa para empresarios, alcaldes, candidatos y míster importantes en general. Soy capaz de impartir algunas lecciones gratis. Les enseñaría gustosamente cómo hacer felices a sus subordinados sin necesidad siquiera de sonreírles. Bastaría con que les pagaran más y no fueran tan hijos de la grandísima puta.