domingo, 7 de noviembre de 2010


65. Enseñanza paterna

(Carta interceptada por los servicios secretos de San Marino)

No sé por qué la peña se ha molestado tanto con lo de tu nombramiento, Ana Patricia, cuando dije que no conocía a nadie más capacitado que tú para el cargo estaba siendo totalmente sincero. ¿En qué otras manos, aparte de las tuyas, iba a dejar el cotarro? Hay mucho presuntuoso y advenedizo en este mundo, te lo digo yo, hija, que llevo en el negocio ya más de 60 años. Se nota que son nuevos en el oficio aunque lleven 20 años en él. Esto funciona de generación en generación, está en tus genes; ellos lo tuvieron que mal aprender en un máster, hija mía, y ya se creen que son banqueros. No tienen ni puta idea, preciosa, he visto a botones y a ujieres en mis bancos con más picardía y conocimiento que a la mitad de la junta directiva.
Estos mamones se creen que la política de recursos humanos no va con ellos. Meten a sus amantes y a sus pelotas en puestos claves, añaden a dos o tres personas con talento, ambición y ganas de trabajar, los puteados, y se limitan a que el sistema funcione. Y funciona. Lo que pasa es que al nivel en que me muevo, nos movemos, Ana Patricia, las cosas son exactamente igual. Lo que pasa es que los puteados son ellos. ¡Fíjate bien! Muchos vienen de familias modestas, pero ya desde jovencitos aprendieron a ser trepas y a trabajar sólo lo imprescindible para seguir escalando, pero… ¿hasta dónde pretendían ascender? ¿Querían que yo los nombrara mis propios jefes? No, no divago, Ana Patricia, la estupidez humana no conoce límites, y las de estos pardillos que rondan la cincuentena, como tú, y que ahora quieren dirigir el mundo, es sencillamente obscena.
En la sociedad debe haber un orden vertical y tú y yo estamos arriba del todo. Así que por muy alto que estén tus compañeros de promoción, tus lugartenientes de marras, siempre estarán por debajo de tus tacones.
Mira, una vez conocí a un directivo que se jactaba de que las suelas de sus zapatos apenas pisaban la calle. Moquetas, parqués, mármol… pero muy poco asfalto. Se henchía de vanidad y orgullo enseñándome, sentado en su sillón, las suelas de cuero algo gastadas de sus zapatos italianos. El muy imbécil hasta me mostró la bayeta y el producto de limpieza que utilizaba a diario –los guardaba en un cajón de su escritorio- para lustrar las suelas, sólo las suelas. Era su signo de distinción, me decía, había padecido demasiado para ascender y se recordaba diariamente, reflexionaba el pavo, la de mierda que hay que limpiar para estar donde uno quiere, para no pisar el suelo común. Pretendía impresionarme, debía ver muchas de esas series americanas en la que el ejecutivo cuenta una historia personal y tierna para ascender. Medrados estamos, pensé. Evidentemente no lo ascendí y a punto estuve de despedirlo por su gilipollez, pero lo dejé donde estaba: en definitiva necesitamos de esos fulanos para seguir como estamos. Sólo que deben permanecer debajo de nosotros.
Es el eterno dilema, Ana Patricia, ¿cola de león o cabeza de ratón? No es el nuestro, mi niña, que somos la testa del león, del dragón o de lo que sea. Pero hay un momento de sus vidas en que estos mierdas se cansan de ser cola de león, no todos, pero sí muchos, y los muy necios y bastardos aspiran a convertirse en los amos del cotarro, en los dueños del chiringuito. Es entonces, como me pasó con aquel capullo de suelas inmaculadas, en los que hay que enseñarles el abismo, el frío que se pasa fuera de la cola del león. Así funcionan las cosas, hija mía, y ya sé que lo sabes, pero deja que te lo recuerde de vez en cuando, principalmente porque soy tu padre y quiero que la tradición continúe; y en segundo lugar porque me hago viejo y mis tareas ya empiezan a ser diferentes. Tuyo es el presente, Ana Patricia, pero sólo para que continúe el legado. Hay que jugar con la frustración y la esperanza de nuestros discípulos, al igual que ellos lo hacen con la del resto del personal, porque así son las cosas, así las aprendimos y así las enseñamos.
Te quiere mucho tu padre, orgulloso de ti, como siempre.
                                                                               

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿y que pasa con los que descendemos de los dioses del olimpo? jo! y yo que me creía que los dioses vivían tan bien! ¿sus buenos días eran sinceros?...