martes, 12 de junio de 2012

108. Cuando Papá nos quite las tijeras 

        Antes de que terminara la 2ª Guerra Mundial y cuando la derrota del III Reich era ya inminente, americanos y soviéticos acordaron en Yalta que Europa no iba a volver a desencadenar un nuevo conflicto bélico, y para ello nada mejor que desarmar al niño bravucón e irresponsable que era el Viejo Continente. El riesgo de que una nueva guerra en Europa a 20 años vista volviera a involucrar al resto de naciones era inasumible para los nuevos amos del cotarro. Así que aparte de crear la ONU, decidieron impedir que Alemania volviera a convertirse en una potencia militar, contando, además, con que Francia y Gran Bretaña delegarían su ardor guerrero en el primo yanqui de Zumosol.
         El resto no importábamos, éramos sujetos pasivos, y si no, ahí estaban la OTAN y el Pacto de Varsovia para mantener a cada uno en su sitio: enfrentados, sí, pero retenidos por el collar de nuestros amos, como perros que se amenazan sin morderse. Si había que darse hostias se iba uno a Afganistán, a Vietnam o a donde tocara, pero no en Europa. La Guerra de los Balcanes de finales del XX fue el experimento con gaseosa que consintieron los americanos, sabedores de que las burbujas no saldrían de Yugoslavia.
        Desde entonces vivimos mucho mejor (y más años, las balas acortan la esperanza de vida muchísimo), y nuestros líderes políticos se contentaban con aquella mentira de los 80 y 90 (ahora está en desuso), de que Europa podía ser “un enano militar pero era un gigante político”. Menuda gilipollez.
        Ahora, con este terrorismo financiero que está acabando con el modelo de vida occidental (estadounidense, más bien, ya que son los grandes valedores de la clase media), Estados Unidos y Asia se están percatando de que las nuevas tijeras del Viejo Continente se llaman dinero, y no habría problemas para el tío Sam si los alemanes se las clavaran a los españoles o a los griegos en los mismísimos ojos, pero es que la sangre salpica y eso jode bastante: es lo que tiene la globalización.
        La crisis financiera como tal empezó en Estados Unidos, pero cuando llegó el tsunami a Europa, los europeos empezamos a devastar nuestro Estado del Bienestar con metódica precisión, y de entre todos, los españoles fuimos los más competitivos a la hora de cagarla; claro que nadie en Europa se esperaba que los spaniards llegáramos tan lejos (salvo para algunos españoles, claro), tanto, que hasta Merkel y compañía comienzan a comprender que aunque merezcamos ahogarnos en nuestra propia mierda, si lo hacemos, sólo seremos el primer eslabón y ellos el último.
        Cuando esto acabe, lo que quede de Europa no podrá volver a poner en peligro al resto de la economía mundial, hay demasiados habitantes en el mundo como para permitir el dislate. China ya nos configuró el futuro: Europa como un gigantesco parque de atracciones cultural, lleno de edificios bellos… y nada más, un lugar para el turismo. Fuera producción, fuera investigación y desarrollo, adelante con la construcción de nuevas catedrales góticas al estilo Calatrava para atraer al turista japonés, y nuevos estadios y cosos taurinos para macroconciertos del Boss y de Shakira. Eso sí, ni siquiera los griegos o italianos podrán competir con los chiringuitos españoles y sus espectáculos.
        Aquí no hace falta contratar a figurantes para que hagan de piratas.