domingo, 29 de agosto de 2010

55. El buenismo

Imagínate que te vienes un día conmigo a pasear por el desierto, pero no a uno cualquiera, sino a uno de esos donde aparecen tíos con turbantes y rifles de asalto AK 47, y que nosotros vamos a repartir gominolas, bollycaos y fosquitos a unos niños y niñas magrebíes o afganos, o ladrillos para que sus padres y madres les construyan escuelas. La cosa va molando, porque después podemos regresar a la gran ciudad, ducharnos, quitarnos el polvo de los zapatos y decir en una terraza de verano, mientras nos bebemos unas cervezas frías, lo comprometidos que estamos con el mundo, lo cojonudos que somos y la de novias que deberíamos haber tenido y nunca tuvimos. Y de paso nos metemos con esta mierda de sociedad insolidaria, más interesada en ir al gimnasio o de compras que con el turismo comprometido. Ok. Pero antes de que podamos regresar a casa o al hotel con refrigeración, antes de que fardemos con nuestras colegas y amores de lo machotes, a la vez que sensibles, que somos, unos mamones le pegan cuatro tiros al motor y a las ruedas del coche, nos apuntan con sus rifles y nos insinúan que si no nos vamos con ellos, nos van a meter los ladrillos y las gominotas todo recto por el ojete. Eso nos lo tenemos que imaginar porque ni tú ni yo sabemos árabe ni sus derivados, pero como somos listos les adivinamos la intención.
Llegados a este punto se me antoja una pregunta baladí: En tales circunstancias qué preferirías ser: ¿español o francés?
Está claro, y también que el secuestro de los tres cooperantes españoles terminó de la mejor manera posible, felicidades por tanto al Gobierno y a quien corresponda. No obstante, pasada ya una semana de la liberación y del cava, habrá que cuestionarse la estrategia. El buenismo instalado en la sociedad española estaría bien si no nos relacionáramos con el mundo, si viviésemos en la triste y forzosa autarquía de los años 40 y 50. Pero afortunadamente las cosas han cambiado, y ya vamos por Europa y por el mundo sin complejos, ganando campeonatos mundiales de fútbol pero también ofreciendo una imagen un tanto incongruente. Si cooperamos con el Magreb precisamente para evitar los fanatismos, poco conseguiremos si cuatro buenos caen en malas manos y tenemos que financiar al terrorismo internacional a través del pago de rescates y liberaciones de secuestradores. Alguien tendrá que leerle la cartilla a una, dos o trescientas ONGs para pedirles que no nos lleven a los demás al infierno. Si vamos a Afganistán con nuestros ejércitos y nos hacemos colegas de la población civil, no podemos permitir que cada vez que haya un conato de enfrentamiento con los talibanes, el ejército español se esconda para evitar conflictos. Una cosa es ser bueno y otra gilipollas. El respeto que pierdes con ese buenismo es vital para nuestra supervivencia, por eso y aunque me pese, porque no me gusta el personaje, algo de razón tenía Sarkozy cuando dijo que la estrategia a largo plazo no podía consistir en pagar rescates.
Todo este asunto me recuerda a un pasaje de la novela El general en su laberinto, de García Márquez. Este libro altamente recomendable (breve, entretenido, didáctico), cuenta los últimos días de Simón Bolívar, el general venezolano que contribuyó a la independencia de buena parte de las colonias americanas de España a principios del siglo XIX. En una de las escenas, el Libertador come con un grupo de personas y entabla conversación con un francés que empieza a pregonarle las bondades de la Revolución Francesa y de la civilización europea, y de lo aconsejable que sería para las colonias americanas adoptar el civilizado modelo. Bolívar, sin dejar de comer, y culto como era, empieza a enumerarle una serie de matanzas europeas que nos dejaba con el culo al aire. Y luego continuó: “No traten de enseñarnos cómo debemos ser, no traten de que seamos iguales a ustedes, no pretendan que hagamos bien en 20 años lo que ustedes han hecho tan mal en dos mil”. Pero lo mejor viene al final, cuando el general termina espetando. “¡Por favor, carajos, déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media!”.
Pues eso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo siento mucho,pero desde la perspectiva que me da la edad, he llegado a la siguiente conclusión: religiones, asociaciones y conjunto de personas que presumen de querer hacer el bien, lo único que hacen es vivir comodamente sin dar un palo al agua y aprovecharse de la buena Fe o la mala conciencia del personal, y cuando meten la pata hasta el borde superior de la frente, recurren al Estado para que les solucione el problema que han creado, evidentemente sin que esto sea un paraguas para denostalo en la menor ocasión.
El caso es, que en vez de cuidar que los ciudadanos de este Pais, que somos los "paganinis", vivamos mejor,los asociados de todo tipo de estas organizaciones, viven como rajás y no molestan al "sistema" colaborando con él a cambio de unas migajas y de su EGO.

Ricardo Montes de Oca dijo...

Estoy de acuerdo y añado algo. La persona que busca a toda costa la palmadita en la espalda, no sólo no es de fiar sino que suele ser un hijo de la gran chingada en el 99,9999% de las ocasiones. Saludos cordiales.