domingo, 24 de octubre de 2010

63. Los próximos ahogados

La noche del 2 de octubre dos tipos viajaban en un vehículo, pendientes de cualquier señal que les indicara dónde coño estaban. Circulaban por una mala carretera, no tanto por el firme, la falta de peralte o quitamiedos, que también, sino por la nula señalización. Se habían pasado la mañana vendiendo bolsos y cinturones en un municipio pacense; la noche les pilló camino de Almadén, en Ciudad Real; allí descansarían y seguirían vendiendo a la mañana siguiente. Llevaban un localizador, un GPS; lo siguieron y el aparatito empezó a rayarse. Ahora por aquí, ahora por allá, te lo digo en italiano, francés o inglés, voz de hombre o de mujer, pero la dirección correcta, colega, que te la dé cualquier lugareño, porque yo tampoco tengo ni la más remota idea de por dónde queda Almadén ni Ciudad Real. Así que supongo que el conductor empezaría a mentar a la madre del aparato electrónico y, de paso, a los padres de los ingenieros de caminos, canales y puertos que diseñaron la carretera, y me imagino que el senegalés debió seguir ciscándose en la Dirección General de Tráfico y en todo bicho viviente, hasta que el pantano de La Serena, en la provincia de Badajoz, le salió al encuentro.
Cuando me enteré de la noticia me pareció propia de un relato de terror. Recuerdo que la comenté en voz alta, estupefacto, y una tipa comenzó a reírse, metiéndose con la pericia del conductor. Pensé que aquello podía haberme ocurrido a mí, que soy miope, me oriento mal y me lío con el GPS; si a eso le sumas la noche y el cansancio resulta que la ecuación es igual a: vulnerabilidad. Así que no compartí las risas de la comentarista y me afané por averiguar cómo había ocurrido la tragedia para tratar de aprender en cabeza ajena.
El Peugeot 306 se precipitó en el embalse de La Serena. Los dos senegaleses pudieron salir del coche que ya se hundía, pero el conductor, Mohamadou Dassi Gueye, no sabía nadar y pereció ahogado.
Mira, pensé, al menos yo sé nadar, claro que luego me percaté de que a lo mejor no hubiera tenido la fuerza del senegalés para abrir la puerta de un vehículo inmerso en agua. Pero, bueno, razoné, tal vez no hubiera caído al pantano, quizás yo o mi chica habríamos visto alguna señal que indicara su presencia o cualquier disuasión de continuar por el camino, como el cartel de Carretera Cortada… claro que el hecho baladí de que esté situado sólo a unos 12 metros del pantano me hubiera impedido frenar a tiempo –como le pasó al conductor senegalés-. Y eso en el caso de que hubiera frenado, porque el mismo cartel permite el paso a los vehículos autorizados por la Confederación Hidrográfica del Guadiana. Vehículos híbridos, supongo.
No le di más vueltas: si es de noche, estás perdido, el localizador electrónico no funciona y te marca que puedes ir por una carretera que te conduce derecho al pantano, y encima no hay ninguna señal o barrera contundente que te impida seguir… macho, se dan todas las negligencias, incompetencias y circunstancias adversas como para caer en el agua. Mala suerte, le podía haber pasado a cualquiera, incluida la tipa que rió del siniestro.
Bueno, me dije, al menos ya no volverá a pasar, pondrán una barrera luminosa para que la gente frene y no se ahogue, indicarán mejor las direcciones para que nadie se adentre por la carretera maldita y, sobre todo, cambiarán en el puto GPS la información para que no vuelva a señalar una dirección intransitable.
Pero… no sé, sentí un escalofrío y seguí leyendo, y vi que el embalse lleva lleno y en el mismo sitio desde 1995, que ni la Junta de Extremadura ni la Confederación Hidrográfica del Guadiana ni la Diputación de Badajoz reconocen que sea su responsabilidad señalizar aquella carretera extinta. Y fue entonces, sólo entonces, cuando pensé: ni lo van a hacer. El GPS seguirá indicando la dirección funesta y ninguna administración pública se va hacer responsable de señalizar y obstaculizar, porque eso es tanto como hacerse responsable del accidente. Efectivamente, mantenella y no enmendalla. Los próximos ahogados están por llegar.