domingo, 20 de marzo de 2011

83. Félix

Félix, en primer plano, con su flequillo y sonriendo

Te mereces mejor homenaje que este, pero de eso ya se encargó Iván, que el viernes se emborrachaba en Sevilla a tu salud con unos cuantos amigos más. Me hubiera gustado estar allí, pero al menos el rato que hablé con el Melenas recordé los buenos y salvajes tiempos, los tiempos de la foto, con veintipocos, cuando te empeñabas en ser siempre el último que abandonaba la fiesta, cuando nos llamabas mariconas a los que nos íbamos a dormir a las siete o a las ocho de la mañana. Eras especialmente divertido entonces, un poco vehemente, eso sí, insistiendo en continuar cuando los demás ya queríamos irnos: “Tú tranquilo que la fiesta sigue, tú no te amargues todavía”, solías decirnos a todos juntos o por separado, que aun muertos de sueño nos partíamos de risa con tu retahíla.
Recuerdo un año nuevo, 1998 o quizás 1999, que, tras salir de una discoteca, te fuiste andando para casa mientras los demás buscábamos un taxi o nos despedíamos. Te llamamos a gritos, pero creías que íbamos delante de ti y no paraste. Según me dijiste al día siguiente o al otro, tardaste algo más de hora y media en llegar a casa: siempre tuviste ese puntito saltimbanqui.
Me avisaron este viernes por un mensaje en el Facebook, así que llamé al Melenas y me confirmó el accidente de coche y tu muerte. “Había ido a echar unos currículos, al parecer debió despistarse, se salió de la carretera y se chocó contra un árbol”.
“Estamos recordando sus frases antológicas”, me dijo Iván. Yo también aporté mi granito de arena y le conté la vez en que estábamos en la Alameda (plaza de Sevilla), Guille, Isi, tú, una amiga de Guille (Vanessa, juraría que se llamaba) y yo. ¿Eran las seis, las siete? Debía faltar poco para amanecer, hacía frío y no nos movíamos de puro cansancio. Al final pusiste esa voz de pito tan incongruente con tu cuerpo y soltaste aquello de: “Yo, a estas alturas de la noche, lo único que quiero es meterla en calentito”. La chica se indignó como si fuera con ella la cosa y los demás nos reímos, un poco cortados al principio, pero sin poder parar después, para mayor indignación de nuestra compañera.
Esa risa tuya me recordó más tarde, después de hablar con Iván y contarle lo sucedido a Isi, otra noche en la que nos encontramos a mi hermana y unas amigas suyas. Era verano, por la noche, estábamos por Puerta Triana (uno de los accesos a la Isla de la Cartuja), a punto de entrar en una terraza veraniega. De repente, sin mucho disimulo, reparaste en que una de las chicas que iba con mi hermana se parecía a la actriz Gracita Morales. “¡Anda ya!”, te dijimos al principio. Pero sí, el caso es que se daba un aire, y lo gordo vino cuando aquella chica abrió la boca y todos escuchamos el mismo tono de voz de Gracita. “¿Qué es lo que desea el señorito? ¿Quiere algo más el señorito?”, empezamos a imitar todos celebrando tu ocurrencia. Al final casi nos tiene que echar mi hermana para que dejáramos de hacer el ganso, pero aquello del señorito y Gracita Morales nos duró un par de años.
Otro episodio de risa incontrolable ocurrió en Cádiz, cuando Alicia nos invitó un par de días al piso que había alquilado su hermana. Hicimos de comer espaguetis y ya no recuerdo quién fue el que cogió la olla del fuego y la puso directamente sobre la mesa de madera, sin paño ni salvamantel que valiera. Después de comer, al despejar la mesa de cubiertos, platos y mantel, vimos el cerco redondo e imborrable que había dejado la olla sobre aquella mesa que no era nuestra. Fue una putada, Alicia se quedó lívida, y otra vez, de forma disimulada al principio pero incontrolable después, comenzamos a reírnos, y así estuvimos recordando el incidente y partiéndonos de risa varios meses.
Bueno, tipo, al final el Melenas me ha convencido, “hay que recordarlo como lo que era, alguien sin maldad alguna, feliz, bruto, leal, siempre sonriente”. Y una excelente persona, añado. Ha sido un verdadero placer ser amigo tuyo, Félix, buen viaje. La fiesta continúa.