domingo, 31 de octubre de 2010

64. El Señor de las Ficciones

El tipo abrió los ojos y aspiró una bocanada de aire, por un segundo sintió que se ahogaba, pero no, todo estaba bien y tranquilo, así que permaneció unos segundos más acostado. Luego se incorporó con cierta premura, como el que trata de recordar algo importante y urgente, pero no halló el motivo ni la prisa, así que volvió a relajarse. Sonrió y pensó que podía pasarse así toda la vida: activándose y relajándose sucesivamente, a cada paso.
Se miró las manos. Buscaba serenidad y fuerza y las halló en sus dorsos tostados y en las palmas callosas. “Qué raró”, pensó, “Juraría que eran más viejas”. Sintiéndose más seguro comenzó a caminar y salió de la casa acogedora: afuera encontró un campo familiar. Tal vez uno de su infancia o adolescencia, no lo sabía, había un río y caminó hasta él; casi al mismo tiempo divisó a otro hombre que miraba a la orilla.
“Buenas” dijo el tipo al desconocido. “Bienvenido”, respondió el otro.
-¿Dónde estoy? –preguntó al cerciorarse de que algo raro había ocurrido.
-Tú sabrás, el recuerdo es tuyo, pero es una mezcla de paisajes vistos, imaginados y soñados. Siempre es así.
El tipo calló. Se daba cuenta ahora de la urgencia, de su ansia por respirar.
-¿He muerto? –dijo arrepintiéndose al instante de la pregunta. Sabía que era así, pero no tenía miedo ni pena.
-Ya lo sabes –dijo el desconocido volviéndose. Era un hombre demasiado común, alguien olvidable al instante de verlo-. Aunque no durará mucho, cuando terminemos seguirás tu camino.
“¿Mi camino? ¿Adónde?”, pensó el tipo.
-¿Quién eres? –preguntó al desconocido, “y ¿quién soy?”, pensó seguidamente.
-No te esfuerces, sabes quién eres pero no lo recuerdas, es necesario que sea así, lo es para que continúes. Y no te preocupes por la dirección, no es la primera ni la última vez que te pasa esto, pero cada vez andarás con menos miedo.
El tipo se sorprendió de que el desconocido hubiera adivinado sus pensamientos. No sentía miedo, seguro, pero le incomodaba preguntar lo siguiente.
-No me dirás que eres Dios.
El desconocido sonrió.
-Buena manera de resolverlo, al final lo has negado en vez de preguntarlo y aun así buscas mi respuesta. Tranquilo, no soy Dios, soy el Señor de las Ficciones.
-¿Perdón?
-Divinidad, Señor… da igual el nombre, soy quien recibe a los idealistas, a los creadores… a los soñadores. Les doy la bienvenida y algo más en este instante transitorio. Sólo volveremos a vernos cuando mueras de nuevo, así ha sido, es y será. Mi tarea aquí es tranquilizaros, infundiros ánimos ante lo desconocido… aunque pocos de vosotros lo necesitáis y mucho menos tú.
-Creo que no te entiendo –dijo el tipo.
-Claro que sí. Has dedicado tu vida a soñar otra realidad, a luchar por unos ideales, por una ficción, por algo irreal que aún no era pero que debía ocurrir. Sois los constructores del mundo, trabajáis y vivís por una obra que os superará siempre: nunca la veréis terminada, nunca estaréis del todo satisfechos con ella… pero habrá valido la pena. Los que te suceden se alzarán sobre tus hombros y verán más lejos que tú, y tú sobre los de ellos cuando te vuelva a tocar. Has cambiado la realidad, no desde luego como imaginaste ni deseaste, pero la suerte de muchos ha mejorado gracias a ti.
-Como el que inventó la rueda.
-Por ejemplo.
-Lo recuerdo… luché por los derechos de los hombres y mujeres, sobreviví a la guerra, al exilio, a la cárcel… y seguí luchando, mi objetivo fue siempre que los demás vivieran mejor… pero no fui un creador.
-Sí, lo eres, viste tan claro en tu mente cómo debían ser las cosas, que tu sueño fue más fuerte que la realidad. Sólo fuiste consciente de la miseria y del lodo porque sabías que había que limpiarlos, nada más. En tu alma siempre pesará más lo que debe ser que lo que es, por eso los que sois como tú cambiáis la realidad. Es la impronta de la casa, de la ficción, de los sueños.
El tipo sonrió, no creía todo lo que escuchaba pero lo había comprendido, estaba satisfecho, aunque no del todo: siempre se podían hacer mejor las cosas. Trató de recordar más pero no pudo, no obstante era feliz, se sentía ligero, sin obligaciones.
-Muy bien, creo que es hora de continuar, encantado de conocerte, Señor de las Ficciones, pero debo seguir.
-Marcelino –le dijo al tipo que ya se marchaba.
-¿Si? –dijo girándose.
-Te dije que estaba aquí para darte la bienvenida y algo más.
-¿Un mapa? ¿Un salvoconducto? ¿Un carné? –preguntó el tipo riendo.
-No –sonrió el Señor de las Ficciones-, las gracias. Muchas gracias por creer, muchas gracias por crear.
El tipo sonrió y asintió, no era lo que esperaba pero estaba bien, levantó la mano y se despidió del extraño personaje, tenía que seguir caminando.