sábado, 19 de diciembre de 2009

19. Baila el Chiki-chiki

Ya está bien de tantas críticas, coño, que me paso últimamente las semanas envenenado sólo de releer lo que escribo. Hoy voy a contar un chiste y empezaré con una fórmula infalible y a la vez tradicional: Esto era un alemán, un americano y un español… bueno, vale, también había un italiano, de vez en cuando hay que innovar. Pues eso, que estaban los cuatro hombres en un balneario en Suiza, al calor de sus aguas termales y disfrutando de unas vacaciones en medio de una crisis intempestiva cuando, después de hablar de deportes, bebidas y otras cosas importantes, al americano se le ocurrió decir que era empresario. Uno a uno los demás fueron diciendo que también lo eran. Los cuatro se quedaron algo sorprendidos y más cuando se percataron de que no eran meros emprendedores, sino grandes, grandísimos empresarios cuyas decisiones eran respetadas y seguidas por competidores, público en general y hasta, de vez en cuando, por los gobernantes de sus propios países. Comenzaron a reírse, claro, qué absurdo pensar que en aquel balneario exclusivo iban a descansar empresarios de medio pelo o simples profesionales: allí, o millonarios de cuna o triunfadores como ellos.
El caso es que después de contarse en qué sector trabajaba cada uno, el americano preguntó: “Desde vuestra experiencia, ¿qué creéis que es lo más importante de una empresa, cuál es la clave para que un negocio triunfe?”.
El alemán estuvo a punto de responder, pero se cohibió cuando el estadounidense se adelantó y dijo: “Mercado”, y los otros lo miraron medio acojonados. “Hay que abrir el mercado, meterse dentro, que te conozcan y consuman, si hay que ser persuasivos se es, si debemos usar las armas, se usan, y si el cine y la música ayudan, mejor, pero toda empresa debe priorizar un objetivo: vender, cuanto más mejor”.
El alemán reaccionó enfuruñado, tenía tres carreras universitarias y aunque el pragmatismo estadounidense lo amedrentaba, se sentía el líder intelectual del grupo, el que debía ofrecer la mejor versión de occidente, por encima de americanos y, por supuesto, de españoles e italianos.
“Tecnología,” –dijo- “la tecnología y eficiencia de los productos y servicios son los que marcan la diferencia. Si tienes una buena estructura, unos buenos trabajadores formados y motivados y una tecnología punta, el mercado se abre naturalmente. A veces los americanos forzáis la entrada para luego tener que salir despavoridos; más vale partir de una base racional y ofrecer el mejor resultado”, sentenció el alemán y todos loaron la versión teutona del asunto.
A estas alturas el español estaba con una sonrisa que le llegaba hasta las cejas, y se sintió feliz cuando el italiano se le coló en la respuesta: “Mejor,” –pensó- “esta vez no me robas la idea”.
“Diseño”, prorrumpió el italiano ante la tranquilidad del español. “¿De qué sirve llegar a los mercados o tener el mejor producto cuando el cliente ve algo tosco, aburrido, enlatado? Fabricad peor si queréis, pero envolvedlo mejor. Si dura menos lo comprenderán, la obsolescencia inmediata es algo ya admitido por el cliente. Así que ennegreced las lavadoras, adelgazad las gafas, ensanchad los relojes, si todos prestamos un servicio similar el cliente se irá con el más guapo, el que huela mejor”, terminó el italiano, y aunque el alemán y el americano no estaban de acuerdo con él, o sólo en parte, alabaron la inteligencia mediterránea. Pero el español ya no podía aguantar más la risa, 20 años atrás ni hubiera hablado, sin embargo ya estaba crecido, había que enseñarles a los dos guiris y al primo italiano cómo funcionaba la cosa. “Estáis equivocados,” –dijo ante el estupor civilizado de los otros- “lo realmente importante para una empresa es el Chiki-chiki”. “What?, Che cosa?, Wie?” –preguntaron los tres a nuestro intrépido compatriota. “El chiki-chiki, coño, o sea, la competitividad, y la competitividad es un cúmulo de factores, y la competitividad, por si no os habéis enterado, se baila así” -dijo aquel chiquilicuatre poniéndose en pie en el jacuzzi y adoptando el ritmillo pegadizo.
“Uno, bajad los sueldos de los trabajadores; dos, meted a becarios en la empresa (bien formados, casi gratis y desgravan un huevo en Hacienda); tres, enchufad a familiares y conocidos; cuatro, estableced horarios partidos de 10 horas diarias; Baila chiqui-chiqui, baila mogollón, todo lo que ahorro me lo embolso yo”, cantó aquel empresario español reventado de risa ante la estupefacción de los empresarios occidentales.
El chiste se lo dedico, con todo mi cariño, a Díaz Ferrán, presidente de la patronal española (CEOE), que quiere abaratar mi despido y debe un crédito a Caja Madrid de 26,5 millones de euros que solicitó para la gestión de sus propias empresas. El otro día la patronal lo ratificó en el cargo –él nunca llegó a dimitir-y lo aplaudieron a rabiar. Fin del chiste.