domingo, 5 de noviembre de 2017

Relato #Día de Muertos, de Zenda

Jimena LaFrey
-¿El chico está preparado?
Frank negó con la cabeza y Mendoza gesticuló quitándole importancia.
-Pues que se joda -concluyó.
-Sique deprimido.
Mendoza hizo otro gesto similar. Frank había aprendido a interpretarlos mejor que sus palabras, después de todo, llevaba ya cinco años muerto en aquel cementerio. Si todo hubiera ido bien, ahora sería piel y huesos pudriéndose entre la madera y el terciopelo. Pero su mujer y su hija lo enterraron en el cementerio de San Gabriel el día equivocado. Un cáncer de pulmón lo había matado a la edad de 47 años. Unas 36 horas después de su óbito, resucitó dentro de su ataúd dando alaridos de pavor. Se llevó hora y media hasta que su voz se convirtió en un gruñido ronco y animal. Lloraba como solo un hombre adulto es capaz de hacerlo. Fue entonces cuando escuchó a Mendoza.
-Para ya, hombre, que te he oído.
Así conoció al viejo. Claro que cuando lo vio casi se vuelve a morir del susto. Tenía dos agujeros de bala en la cabeza. El de entrada -justo en la frente- podía disimularse. El de salida no.
-Me quedó una pensión de mierda, así que la aliñé trabajando para unos camellos. Gente chunga –dijo tocándose el orificio.
Mendoza llevaba seis años y medio allí cuando Frank volvió a la vida. Le explicó de qué iba todo.
-En el 79 enterraron aquí a León Cienfuegos, un tipo que se parecía a Clark Gable, bigotito incluido. Al parecer era un Don Juan, y antes de que le diera un infarto había enamorado a una bruja, una de las de verdad, entiéndeme. Se trataba de Jimena LaFrey, y es la responsable de que estemos hablando.
>>LaFrey tenía solo 16 años y no dominaba por completo sus hechizos. Ella solo quería quedarse con su joven dandi, pero acabó resucitando a medio cementerio. Tuvo que ser la hostia. Imagínate a la pobre Jimena con solo 16 tacos, picando y cavando en plena noche para desenterrar a León, y cercada por un griterío inhumano. Le llevó más de dos horas, y cuando al final lo liberó, el tipo le dijo que tenía que volver a casa con su mujer.
>>¿Te imaginas? Una bruja adolescente traiciona a su aquelarre para resucitar al amor de su vida y resulta que el muy hijo de puta huye en cuanto puede para ver a la parienta. Bueno, Lafrey no se lo tomó muy bien, Frank, de hecho, usó su magia negra para deshacer el entuerto.
>>Y lo consiguió. Verás, la maldición de Lafrey alcanzó a Cienfuegos saltándose la tapia del cementerio. Según cuenta –y vaya si me lo creo- lo reventó como un huevo dentro de un microondas. La chica nunca se anduvo con chiquitas. A partir de entonces la tapia se convirtió en la frontera de nuestro nuevo hogar.
>>O sea, que si la traspasas: ¡pumba!, vísceras por doquier. En cambio, si te quedas aquí vivirás bastantes años, aunque Lafrey nunca especificó cuántos.
>>No envejecemos y somos inmunes a las enfermedades, pero debemos cuidarnos de las heridas, ahora tardan más en cicatrizar. Las nuevas, claro, porque las antiguas –dijo señalando su frente-, permanecen. Ah, y debemos alimentarnos de carne fresca para no enloquecer: ratas, perros, gatos… lo que caiga.
Mendoza no mintió, aunque pasaron algunos años hasta averiguarlo. Hacía solo cuatro meses, unas semanas después de que el chico resucitara, Frank y el viejo habían tenido que inmovilizarlo primero y atarlo después para meterle un gato vivo por la boca. Walter, así se llamaba el muchacho, había muerto con solo 19 años, y se había pasado 20 días sin comer después de su resurrección.
-Si te quieres matar, salta la tapia, chaval, será muy rápido, aunque un poco sucio. Pero no nos jodas.
Y, sin embargo, los jodió: tras 22 días de abstinencia a Walter se le pusieron los ojos rojos y comenzó a morderles.
-Es una especie de rabia –dijo Mendoza mientras noqueaba al chico.
-Creía que éramos inmunes a las enfermedades –replicó Frank mientras sujetaba al gato por la cola.
Mendoza gesticuló, y después los dos alimentaron al joven.
Y ahora, meses después, por fin, había llegado el Día de Muertos a la ciudad, una festividad recién traída de México, según contaban las crónicas locales.
-Bueno, Lafrey ha tenido mucho que ver con ello. Nuestra bruja quiere que comamos en condiciones una vez al año, por eso hace que el desfile termine aquí dentro.
Esta vez le tocó a Frank gesticular. No terminaba de acostumbrarse.
-Es un ritual, Frank, tómatelo así. Nos pasamos el año muertos de hambre, joder, a veces hasta comemos cucarachas y lombrices. Somos víctimas de una maldición, no pedimos ser enterrados aquí el 18 de junio, cuando resucitó aquel hijoputa de Cienfuegos. Desde entonces hemos resucitado 15, y ahora solo quedamos tú, yo y el chico.
-Es gente inocente, Mendoza.
-¡Y también lo era aquel borracho que vino en Año Nuevo a mear sobre las tumbas, Frank! ¿Te acuerdas? Yo ni siquiera tenía hambre, pero fuiste tú el que quisiste pedirle el móvil para hablar con tu mujer y tu hija. Las habrías condenado, tío, ya sabes cómo se venga Lafrey de las familias si se entera de que hablamos con ellas. Imagínate la que se liaría. ¡Si hasta nos tenemos que esconder por las mañanas cuando viene la gente al cementerio! Solo tenemos las noches, a los profanadores y el Día de Muertos.
Frank se acordaba. El borracho ni se inmutó cuando Mendoza le rompió el móvil, solo quería dormir. Pero Frank se frustró, y estaba hambriento, así que le abrió la garganta y bebió de él hasta dejarlo seco. Luego hicieron una hoguera y se lo comieron. No, no existían los inocentes cuando se pasaba hambre.
 -Esta noche –siguió Mendoza- tú y yo nos daremos un festín del copón. Entrarán más de cien personas como colofón del desfile, y todos disfrazados. Lafrey ya ha marcado a tres para nosotros. Hoy es nuestro día, ¡joder!, disfruta de la vida.