sábado, 12 de junio de 2010

44. La Señora de Abajo

Oído acechante, la Señora de Abajo detectó a los vecinos del piso de arriba y cogió el ascensor. Escuchar, espiar y permanecer despierta cuando todos duermen son algunas de sus virtudes… menos cuando entran a robar, claro, ahí no hay dios quien la despierte. La Señora de Abajo es una cazadora total: la naturaleza la ha dotado de una inteligencia racional y emocional, y de cualquier tipo de intelecto que termine en al, como paranormal o fatal. A su talento genético debemos añadir su amplia experiencia y formación, acreditada por media etiqueta de Anís del Mono y por un viaje a Andorra que hizo en su temprana madurez para comprarse una radio con doble pletina, circunstancias que comparte con la Señora de Más Abajo, compañera y depredadora también, pero que una indigestión de polvorones caducados la privó de la cacería nocturna que se avecinaba.
El ascensor se paró, y ella, poderosa y con cara de mala, salió al rellano tenebroso donde departían mansamente cuatro vecinos jóvenes a los que no conocía de toda la vida. Para colmo uno de ellos era andaluz, sevillano para más señas, el muy flojo y sinvergüenza. Los miró; la miraron. Eran sus enemigos naturales, como la lombriz de tierra lo es de la vaca lechera. La depredadora se aventuró sola por el rellano tenebroso, segura de sus intenciones y más convencida aún de los resultados: aquellos jóvenes indisciplinados que no iban a misa los domingos (al igual que sus propios hijos), que no rezaban el rosario en la cocina y que tenían pinta de currelas, aquella gente no era rival para ella. Ella, sometida durante toda su vida al cura y al marido, y antes por un hermano listo que te cagas que usurpaba las plazas de garaje de sus vecinos; ella, lista como ninguna y dotada por el don de la oportunidad como cualquier depredadora avezada, respiró tranquila antes de atacar a la manada de enfrente: clase trabajadora que había cometido la osadía de comprar un piso en su mismo bloque.
La Señora de Abajo, con una velocidad inusitada, entregó a las parejas dos papelitos con ínfulas de recibo por la pintura del bloque, y mientras miraban divertidos el proyecto de recibí, distraídos como estaban, la Señora de Abajo atacó con todo su arsenal. Sacó de dentro la bilis, la mala hostia acumulada y reconcentrada por ser una secundaria de la manada, por haber sido marginada por los machos Alfa durante décadas, ninguneada por otras mujeres liberales y sofisticadas, con trabajo fuera de casa y cultura. Ella, que había seguido todas las reglas marcadas por su padre, por el cura, por el marido y por el hermano listo, ella, en aquella noche de caza, soltó el sermón del domingo en pleno jueves a las diez de la noche. “¡No habéis pintado la barandilla de verde, no habéis permitido que el pintor os la pintara, y eso, arreglo a ley, se os puede denunciar, lo que pasa es que no hemos querido!”, soltó, para continuar después: “Eso no lo hagáis más, no lo hagáis más, que yo os dejo libertad, como a mis hijos”, desvarió.
Y fue entonces cuando la cazadora decidió retirarse a su guarida, orgullosa de su triunfo, para saborear antes de irse a dormir los despojos de sus jóvenes piezas. Y cuando ya giraba su cuerpo para coger el ascensor, cuando ya se veía a sí misma contando a la mañana siguiente a la Señora de Más Abajo su victoria sobre la escoria humana, el sevillano, el muy flojo y sinvergüenza, adicto al gazpacho y a la siesta, que te monta un tablao flamenco allí donde aguarde más de 10 minutos, siempre que no se tenga que ir a la Feria o al Rocío, o esté cansado, claro está, le contestó que si querían ir arreglo a ley (expresión de la cazadora, oída a alguna mente privilegiada, seguro) que le enseñara el acta firmada por los vecinos donde se aceptaba el presupuesto, que le justificara la subida de 200 a 273 euros por vivienda y por qué no se había informado previamente a ningún vecino (joven, claro) de dicha subida. Antes de que pudiera reaccionar, a la fiesta se sumaron los otros jóvenes y cada uno soltó el típico argumento racional que la Señora de Abajo y sus compinches detestan porque sencillamente vienen de otros. Y porque son racionales.
Acabada la cacería, la Señora de Abajo regresa zaherida y mohína a su guarida: no ha habido suerte, las presas escaparon y su orgullo está tocado. No pasa nada, mañana, ella, junto a la Señora de Más Abajo, volverá a trazar su enésimo y fallido plan para conquistar el bloque.
Seguro que continuará.