domingo, 13 de marzo de 2011

82. No en vuestro rebaño

No soy muy devoto ni creyente, ni siquiera del poderoso Thor de la Marvel, pero desde hace muchos años y cada vez que compruebo que alguien trata de excluirme de su grupito de mierdas le doy las gracias al Universo por el favor hecho, por la ocasión ganada. Pocos placeres comparables al que el detestable te margine, al que te impida traspasar la cerca de su rebaño. Supone algo así como el espaldarazo, la confirmación de que uno lo está haciendo bien. Después de todo y si caminas al lado de una piara de cerdos y cerdas sería un tanto pueril molestarse porque le gruñan a uno: ¿acaso una flor deja de oler bien porque un hijoputa la huela?
El tema viene por lo de siempre; llega a mis oídos la historia de una adolescente a la que su antigua mejor amiga ahora no le habla por culpa de una tercera que, como no, ocupa ahora (o más bien usurpa) la diestra de dios padre, o sea, el favor de la chica guay, más popular y atractiva del mundo. La advenediza, claro está, y antes de ganarse el puesto, se encargó de criticar, menospreciar y mentir sobre nuestra querida adolescente (ponte de su parte, coño). De modo que la chica guay echó de su grupito a nuestra encantadora amiga y se quedó con la traidora. Cuando la usurpadora y la superguay cumplan los 18 años van a encontrar a un montón de empresas españolas peleándose por ellas, pues buscan a este tipo de gentecilla para incluirlas en plantilla (y ascenderlas posteriormente).
Después de que me relataran situación, mi primer comentario fue que se olvidara de la guay, que la mandara a la mierda y pasara de ella. No es políticamente correcto pero funciona a las mil maravillas: cuando eres chico y cuando eres grande. Ganarse enemistades no es lo más recomendable, pero peor es sufrir humillaciones, sentir pena y vergüenza de uno mismo y calentar el banquillo de una relación con un amigo, amiga o amante que no valen ni para molde de palillo de dientes. Si el otro-otra fuera civilizado lo entendería, pero nunca un imbécil lo fue y pasa lo mismo que con los cerdos y la higiene: son incompatibles. Así que si nuestra querida adolescente fuera mi hija, hermana o tuviera la suficiente confianza le diría que mandara a su antigua amiga a comprar bollicaos a Siberia. Y no, quizás no hable con tacto, pero como diría Gus Petch en Crueldad Intolerable (hermanos Coen), si quieres tacto búscate a un táctico.
Puede parecer cosas de adolescentes, pero no tanto. La jugada se repite también con adultos y todos los días: en la vida familiar, con los vecinos, las amistades y, por supuesto, en el trabajo, lugar abonado como pocos –junto al colegio y al instituto- para este tipo de mamoneo. Lo que pasa es que la hipocresía y un malentendido civismo encubren muchas de estas situaciones en la vida de un español adulto (sí, en otros sitios más civilizados no se favorece tanto la vileza del ciudadano, contribuyente y currante).
Sin embargo, ser diplomático con quien sólo merece media sonrisilla de desprecio no deja de ser un error. El ser humano es gregario y necesita compañía, pero también es inteligente y domesticó a los lobos por si los colegas no salían tan buenos y uno necesitaba al final del día un perrillo al que acariciar. No es misantropía: se trata de ser pragmático.
En fin, querida adolescente, no creo que te lean esto, pero más vale ser cabeza de ratón que cola de león (bueno, esto sí que te lo leen). O dicho de otra forma: si la guay de tu amiga no te considera lo suficientemente apta como para estar a su lado, considérala tú lo suficientemente mema como para no perder el tiempo con ella.
¡Dios!, qué comedido me estoy volviendo con los años.