sábado, 26 de septiembre de 2009

7. ¡Vengadores, reuníos!

Creía que a estas alturas de la civilización no iba a tener que defender cierta afición mía, uno pensaba que leer cómics o tebeos era ya un pasatiempo plenamente aceptado, gracias sobre todo a la popularización que el cine ha hecho de los superhéroes. Pero no, todavía hay quien menosprecia el género, quien pronuncia la palabra tebeo con enorme complejo de superioridad.
Mi primo me envió el otro día un correo con un artículo de Vicente Molina Foix, publicado en la revista Tiempo, en que ponía a caldo a los tebeos. David, quien me conoce y comparte conmigo el gusto por los cómics, no me dijo nada más, sólo escribió “Sin comentarios”. Llámame paranoico y pendenciero si quieres, pero me lo puso a huevo, es como si en el colegio el Ortiz me hubiera dicho: “tío, el Gordo va diciendo por ahí que eres un cabrón y un canijo de mierda”. Hasta le di las gracias por la información al gran instigador, leí el mensaje oculto, la provocación subliminal.
Bueno, a lo mejor me he emocionado y no pensaba nada de eso mi primo, es posible, quizás haya sacado conclusiones precipitadas, tal vez, o puede que no haya descodificado bien el mensaje, da igual. Al final, la mejor defensa es la que uno mismo puede procurarse, así que esto va por los tebeos que he leído en mi vida y por los que aún conservo en la estantería... y por mi primo. Y como diría el Capitán América a sus colegas: ¡Vengadores, reuníos!
Se quejaba el sesudo escritor de la moda del cómic, de cómo proliferaban las exposiciones y certámenes sobre el género y no sólo en verano. Criticaba que no se hablara del 50 aniversario de la publicación de Lolita, la magnífica novela de Nabokov (en realidad se publicó en 1955, en París, o sea, 54 aniversario) y que en cambio se conmemorara el 80 cumpleaños de Tintín (aquí sí que acertó la fecha). ¡Que gran oportunidad perdió el señor Molina Foix para hablar de la obra literaria de uno de los mejores escritores del siglo XX! Sin embargo, prefirió dedicar su artículo a lo que no le gusta. Curiosa elección, debe ser por aquello de que es un intelectual. Pero no fueron las críticas de Foix las que me sublevaron, no fue el hecho de que el articulista mostrara una soberana ignorancia sobre el género, una nula sensibilidad por un fenómeno que no entiende. Lo que me produjo la reacción fue el tono del artículo, la soberbia que destilaba, la pedantería y chulería intelectualoide que rezumaba. Criticaba el Premio Nacional del Cómic, abominaba de que un guionista o dibujante de tebeos pudiera estar a la misma altura que un escritor, poeta o ensayista. Mostraba una condescendencia pseudointelectual y patética por aquellos que leemos cómics, tildaba la lectura de tebeos como pasatiempo inocuo, de escaso aprovechamiento y nos acusaba a los defensores del género de infantilismo y padecer una quiebra de categorías estéticas. ¡Toma ya, Molina Foix, a ti la humildad y la sensibilidad artística sí que te hicieron un quiebro y te esquivaron de por vida!
El perdonavidas intelectual sólo salvaba del vilipendio a los dibujantes de las viñetas satíricas de contenido político, ¡asombroso!, es como decir que no te gusta la pasta pero que te encantan los fideos.
En fin, no voy a entrar en quién ha aportado más a la humanidad si Molina Foix o Francisco Ibáñez con su Mortadelo y Filemón; tampoco voy a dar una lista de obras maestras del género ni voy a contar quiénes son Neil Gaiman, Alan Moore o Stan Lee, no merece la pena, sólo digo que si Ibáñez y compañía estuvieran en la misma sala que el señor Foix, le harían un tremendísimo favor con escucharle más allá del protocolario saludo. Efectivamente, yo tampoco creo que estén al mismo nivel.
La tentativa de ninguneo del señor Foix me recuerda algo. Es el mismo desprecio lerdo que llevó a algunos entendidos del siglo XVII a despreciar El Quijote por ser una novela, cuando lo que se reverenciaba por aquella época era el teatro, en especial el de Lope de Vega. Y es verdad, Lope de Vega fue un genio literario, y comprendo que las aventuras de Alonso Quijano pudieran resultar raras para la época, incluso que no gustaran, pero sólo los muy insensibles, los muy ignorantes y los muy lerdos osaban despreciar El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, por cierto, la mayoría de los intelectualoides de entonces. Hasta que a alguien se le ocurrió leerlo, un día tonto, una tarde que, en vez de teatro o poesía, tenían a mano la novela de Cervantes. Y resulta que gustó, que a pesar de lo que predicaban los entendidos, aquel género menor que era la novela, aquel pasatiempo inocuo, entretenía tanto o más que lo otro, y que aquel soldado de Lepanto, aquel recaudador de impuestos corrupto, resultaba que escribía mejor en español que nadie hasta entonces ni de los que llegaron después. Pues eso.