miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ideas

¿Es más importante el contenido de una idea o la manera de defenderla? Lo segundo, sin duda alguna. Cualquier buena idea, es más, cualquier idea excelente es susceptible de ser adulterada por el gilipollas de turno. De hecho, solo hay que esperar lo suficiente para que esto ocurra. Las corridas de toros suponen un ejemplo diamantino. No me considero animalista ni antitaurino, yo no llevaría a un parlamento la prohibición de la fiesta nacional y me abstendría en la votación en el caso de que se llevara a cabo alguna. Creo que la fiesta nacional se muere sola sin necesidad de que nadie la mate. O evoluciona (todo pasa por no matar al toro) o desaparece, así de fácil.
Fui de pequeño a la Maestranza (plaza de toros de Sevilla), y salvo algún festejo memorable (novillada de Pareja-Obregón, Julio Aparicio y Espartaco Chico) me aburrían. Soy capaz de ver el arte –y sentirlo- que hay en una corrida de toros, pero es innegable el sufrimiento del animal, y desde un punto de vista ético, tiene más fuerza el sufrimiento del toro que la faceta artística. He aquí que la razón me indica que la postura antitaurina es la mejor, la más justa.
Sin embargo, cuando leo y veo a una buena parte de los antitaurinos equiparando la vida del toro a la del torero o, mucho peor, cuando algunos descerebrados se felicitan por la cogida de algún diestro, me pregunto si de verdad quiero esa compañía aunque sea de lejos. Pasa con todo, en manifestaciones, en política… al final tienen que llegar los imbéciles para mancillar con sus formas las bellas pasiones teóricas.
Casi todo se puede defender en esta vida y seguir siendo buena persona, verdad primera. La imbecilidad es imposible de ocultar y a menudo es contagiosa, verdad segunda.

Y entre estas dos verdades ha llegado septiembre y ustedes y un servidor se dedicarán a vivirlo. Que sean felices y luchen contra sus miedos.