domingo, 4 de julio de 2010

47. Guerra de guerrillas

No paraba de preguntarme cómo es que en España no había movilizaciones y huelgas igual que en Grecia, habida cuenta de que tenemos el doble de paro que ellos. Quizás todo lleve su tiempo y la huelga del metro de Madrid sea el preludio de lo que viene; si en las próximas semanas la selección nacional de fútbol no gana el Mundial y sucesos como los de Madrid se repiten en otras grandes urbes españolas, vamos a tener un verano movidito (no te olvides de los pilotos de aviones y controladores aéreos), y un próximo otoño más hiperactivo que una clase de 2º de la ESO. El reúma empieza a calar hasta la médula ósea y esto ya no lo arregla ni su puta madre punto org. Tenemos crisis para un lustro. Lo menos.
Es justo que los trabajadores comiencen a enseñar los dientes, desde un punto de vista neutral es lógico; hasta ahora sólo veíamos la comprensión del Fondo Monetario Internacional -FMI-, de los economistas de la Merkel y del Joaquín Almunia de turno hacia los matones financieros: “Ok, vosotros sois responsables de la crisis pero no pasa nada, papá Estado, que tiene las cuentas saneadas, presta dinero a los bancos y arreglamos el sistema financiero”. Como el Estado se queda sin pasta se tiene que endeudar y ¿quién paga la deuda de los malos?, pues los trabajadores, los funcionarios, los pensionistas y cualquiera que se levante a las seis y media de la mañana a doblar la espalda. Pero esa pasta adicional no se gasta, por lo que el Estado deja de invertir y nuestra maltrecha economía, sin un mínimo de oxígeno, se apaga. “Pues nada, reformas estructurales del mercado laboral, que la gente cobra demasiado y trabaja poco y encima se quiere quedar en casa cuando se pone mala, que hay que ser como los chinos, señores: tlabajal sin descansal y sin pone mala cala”. Y si no es suficiente se sube el IVA, eso sí, nada de impuestos extras a la banca o a las SICAV (sociedad de inversión de capital variable, para entendernos, un colectivo de 100 inversores -como mínimo- y con mucha pasta gansa que sólo tributan al 1% frente al 18% que tributo yo, mi padre y toda la peña que conozco; para entendernos todavía mejor: los 100 inversores son en la mayoría de los casos ficticios, tienen nombre y apellidos pero pintan poco, el que pinta es uno de ellos que es quien tiene la pasta, monta una Sicav entre familiares y conocidos –esta cuenta va a tu nombre pero no te olvides de quién es la pasta-, y en vez de pagar a Hacienda un 18 paga un 1%. Estos ricachones defraudadores son conocidos como los mariachis -ponle música mejicana y canta en voz alta conmigo-: “Con dinero y sin dinero yo hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley”. Ante la infamia fraudulenta, Hacienda reaccionó y les dijo: para esto no se crearon las Sicav y vas a pagar al 18%. Ante el deber cumplido, el Congreso de los Diputados y esa cosa llamada Senado reaccionaron: le quitaron la competencia a Hacienda de controlar fiscalmente a las Sicav y se la pasaron a la Comisión Nacional del Mercado de Valores –CNMV-, reconocida mundialmente por su capacidad para detectar fraudes –lo de Gescartera fue un fallillo de nada-. Desde entonces las Sicav no han vuelto a tener problemas porque la CNMV no ha detectado ni una irregularidad. ¿A que entran ganas de disolver las Cortes Generales y condenarlos a trabajos forzados pavimentando autovías en pleno mes de agosto?).
En esas estábamos cuando el expresidente de Caja Castilla La Mancha, Juan Pedro Hernández Moltó, el perdonavidas que antaño pedía que le miraran a los ojos y que luego arruinó con su gestión a la citada caja, dice que metió al marido de Cospedal en la dirección de la misma porque no le quedaba remedio, para mantener el equilibrio político en la caja de ahorros. Hasta le crearon el puesto, porque todas las sillas estaban ya ocupadas por los amiguitos de turno. Este es el paradigma de la economía y de la política española.
Y luego los poderes económico, político y mediático se quejan de “la huelga salvaje del metro de Madrid”, y piden comedimiento, que los trabajadores se están pasando, que hay que castigar a los piquetes, a los huelguistas y a los sindicatos. Todavía se creen que la peña ignora que estamos en guerra. El Gobierno debería sonreír menos con la cara de acojono de Esperanza Aguirre y pensar que el buen ejemplo de Madrid puede cundir: huelgas sectoriales que paralicen a una gran ciudad. Eso es mucho más efectivo que una huelga general.
Visto que nuestros políticos sólo hacen caso a quienes les acojonan habrá que meterles más miedo que los mercados financieros. Renunciemos a la apatía y a una confrontación total; esto es una guerra de guerrillas.