jueves, 22 de febrero de 2018

zenda #poemasdeamor

Lobos que sueñan con nenas

Hoy he vuelto a ver la foto en la que aparecemos los tres,
la que guardabas en el cajón de la mesita de noche
porque te avergonzabas
de la cara somnolienta con la que salías.
Y, fíjate como son las cosas, mi amor,
que aún te sigo viendo guapa
a pesar de que me convencieras de casi todo.
“Es que tienes poca personalidad, cariño”, te reías.
Solo que a mí me daban igual los argumentos
con tal de tocarte, de olerte, de escuchar tu voz
y verte leer en el sillón
o caminar de puntillas por el pasillo
para endurecer tus glúteos.
Siempre fuiste la rara más sexi del mundo,
la mujer más hermosa con la personalidad implacable
de las magas y de las diosas.
Pero algún dios cabrón me la jugó en esta tragedia
y me dejó a mí vivo
para añorarte.
Me habría cambiado por ti un millón de veces.
Por ti. Por la niña. Pero sobre todo por mí,
para no ser el que se levanta por las mañanas
y tira de su vida como si fuera un fardo ajado.
El martes hizo cinco años
de aquella mala noche y ya soy capaz
de soportar el aniversario de tu muerte
sin el semblante de moribundo.
Hasta Claudia lo ha notado.
“Ya no duele tanto, ¿verdad, papá?”
“Claro que no”, le miento.
Sí que sigue doliendo.
Pero ahora me conformo con que una semana después
llegue nuestro aniversario de verdad, la fecha
en la que nos enrollamos por primera vez,
allí, en la playa,
delante de las olas y de nuestros amigos.
Así que ahora me parece una ventaja.
Primero triste. Después, menos triste.
Y luego ya se va pasando y uno va viviendo
a través de los viejos y gloriosos tiempos,
que fueron todos los que pasamos juntos.
Menos la última noche, claro,
cuando nos fundieron las luces para siempre.
Y esta vida que me ha quedado, si no fuera por Claudia,
que crece y comienza,
sería solo el recuerdo de la anterior.
Vale, me has pillado.
También está la nueva chica, la profe de Literatura
que sustituye a Laura por la baja de maternidad.
Ya nos hemos besado y nos queda poco para acostarnos.
El otro día estuvimos a punto,
pero Claudia se quedó sin su clase de inglés
y abortamos la operación “primer polvo y a ver qué pasa”.
Se lo tomó a risa y se lo agradecí.
Un día de estos te diré su nombre si veo que la cosa tiene futuro. 
Trata bien a nuestra princesa, quédate tranquila,
y a mí me cuida y me dice que coma más.
También que me abrigue el cuello y la garganta
(se ha fijado en mis cicatrices y creo que quiere
que no las luzca demasiado).
Es una mujer buena.
Es suficiente.
Con peores mimbres se juntan algunas familias.
El otro día –y ya termino, cariño- la niña
me recordó que de pequeña
(ahora tiene nueve años, joder,
cualquiera diría que ya es mayor)
la tranquilizaba cuando le decía que no soñaría
con lobos.
De lo que no se acordó
fue de la pregunta que me hizo justo la noche antes
de que pasara lo que pasó.
“Papi, ¿los lobos sueñan con nenas?”
Era una jodida premonición,
ahora me percato.
La noche siguiente te convertiste en…
bueno, ya sabes lo que ocurrió cuando salió la luna llena.
“Una vez me maldijeron”, me confesaste
la primera vez que nos acostamos juntos.
“Y creo que fue de verdad.
Pero han de darse muchas casualidades
para que la maldición se cumpla,
así que no te asustes demasiado.
Pero si alguna vez me sale mucho pelo
y unos colmillos grandes,
corre por tu vida.”
Aún escucho tus risas
y veo bajar y subir tus pechos desnudos.
Y, sin embargo…
Luna llena, amor presente, niña dormida en tus brazos
y el mar y el fuego disputándose a los valientes.
Aquella noche de junio pasó y aún me pregunto
cómo coño no sucedió antes
y por qué no te acordaste si solo era aquello.
Al principio te echaba la culpa.
Bueno, a mí también, después de todo fui
el que te clavó el cuchillo de plata en el corazón.
Solo que no eras tú, nena, sino un monstruo
que iba a devorar a nuestra princesa
y que ya me tenía agarrado
por el cuello.
Ojalá Claudia no hubiera estado.
Me habría dejado comer vivo por ti
antes de ponerte un dedo encima.
Y, tal vez, te hubieras vuelto humana y viuda
al mismo tiempo.
Me habrías llorado y te habrías recriminado
el asesinato.
Luego te habrían recetado diazepam,
como a mí,
solo que tú habrías salido adelante.
Lo sé, lo sé, soy un quejica,
pero dame tiempo.
Un año más.
O tal vez dos.
Ya está, cariño, cuídate,
la princesa sigue fenomenal
y se acuerda de ti.
No permitiré que te olvide.
Nunca.
Y sí, sé que estás orgullosa de ella.
Y de nosotros.
Te amo, mi niña,
a veces acaricio mis cicatrices
para sentirte cerca.

No hay comentarios: