sábado, 1 de mayo de 2010

38. Los hombros de la humanidad

“Si he visto más lejos ha sido porque me he alzado sobre los hombros de gigantes” o algo así pero en inglés fue lo que le escribió Isaac Newton a Robert Hooke cuando ambos se peleaban por sus diferencias científicas sobre la óptica y la gravitación. Fue su particular manera de reconocer que un invento o cualquier logro se basa siempre en otro anterior, y que por grande que pueda ser un genio y por importante que llegue a ser su descubrimiento, sólo ha podido darse por los pasos previos que otros han dado, sean gigantes o meros hombres y mujeres con sus limitaciones. A eso se le llama humildad y cuando proviene de alguien como Newton uno se da cuenta de que es el camino a seguir. No por prudencia ni para esquivar envidias ni recelos; simplemente porque es verdad: aprovechamos el legado de nuestros ancestros para que los que vengan detrás de nosotros hagan lo propio y nos superen. Así evolucionamos, así aprendimos a bajar de los árboles y plantarle cara a otros animales mucho más feroces, fuertes y más dotados naturalmente para la caza que nosotros. Salvo por un pequeño matiz, claro: nuestro cerebro es mucho más incisivo que cualquier zarpa, más determinante que las fauces del tigre más peligroso de la selva.
Como las cucarachas americanas, los humanos estamos dotados excepcionalmente para la supervivencia; no hay nada que celebrar, forma parte de nuestros genes. Pero lo que de verdad nos redime, y sólo de vez en cuando, son actos de humildad como el de Newton o sacrificios como los de los trabajadores de Chicago en 1886, cuando consiguieron con su sangre la jornada laboral de 8 horas. No eran metrosexuales ni tenían tiempo para depilarse, ir al gimnasio o la biblioteca, su jornada laboral podía sobrepasar las 18 horas y el resto de sus condiciones laborales eran de las peores de Estados Unidos. Pero tras dejarse media vida en fábricas hediondas por míseros sueldos llegaron a la conclusión de que el número 8 era bastante práctico: 8 horas para trabajar, 8 para dormir, 8 para la casa.
Gracias a los hombros de aquellos gigantes tengo tiempo para escribir. Mi jornada laboral es de 7 horas y 45 minutos, luego tengo tiempo para ir al gimnasio, pasear con mi chica, escribir historias largas o pequeñas e incluso para jugar al Imperium III en el ordenador. Gracias a tipos rudos a los que probablemente jamás hubiéramos invitado a nuestros cumpleaños o bodas, a individuos con pinta peligrosa y malencarados que debían lavarse muy de vez en cuando. Pero aquellos hombres tenían algo que no se vende en el supermercado ni se baja de Internet. Tampoco te lo dan los genes ni ninguna ley civil o criminal. Se llama dignidad, y aquellos aguerridos trabajadores, la escoria del Chicago de finales del siglo XIX, los desharrapados del mundo, eran los capitalistas de la dignidad humana. Mientras otros atesoraban dinero y capital ellos se llenaban el alma de amor propio y coraje, de solidaridad con el compañero. Al ritmo del fragor de las fábricas, al tiempo que sus manos se encallecían y sus pulmones se llenaban de hollín dijeron no. Por supuesto que hubo delatores y cobardes, esquiroles que decidieron mamar mientras sus colegas se jugaron el tipo. Tal gentuza es imprescindible para cualquier buena historia que se precie, y la historia de la humanidad es la mejor de todas. Pero los buenos salieron de las fábricas, pisaron la calle y gritaron lo que eran: hombres, no esclavos. Eran los dueños de su propia hambre, y ésa no se la vendían a nadie. Eso ocurrió el 1 de mayo de 1886, en Chicago de la Frontera. El 2 y el 3 continuaron con las huelgas y movilizaciones ante los escandalizados periódicos –la mayoría a favor del poderoso, como siempre, faltaría más-, los falsos patriotas y toda la morralla de aprovechados y explotadores. Entonces, el día 3, cuando los trabajadores movilizados se enfrentaron contra los esquiroles, la policía, que no se pierde ni una cuando el de enfrente está desarmado, empezó a disparar contra los currelas. Aquel día se cargaron a seis. Lo curioso era que los trabajadores defendían la ley, pues ese mismo año se había promulgado la Ley Ingersoll que establecía la jornada laboral de 8 horas. Luego fueron a por los líderes de los obreros. Tras el juicio, a tres de ellos los metieron en la cárcel, a otros cuatro los ahorcaron y hubo uno más que se suicidó en su celda para no darle el gusto al poderoso. Uno de los cuatro ejecutados, Hessois Auguste Spies, ya en el cadalso y a punto de ser ahorcado gritó: “la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera decir yo ahora”.
Gracias, caballeros, y también a los gigantes que os antecedieron y a los que os sucedieron, a los hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas para que tuviéramos un extra de tiempo más para pensar, vivir y hacer algo útil por nosotros mismos. Feliz día de los trabajadores.

8 comentarios:

lara dijo...

Fantástico!!!!
Feliz día a ti y a todos tus seguidores. El trabajo es salud y la dignidad en el trabajo bienestar. Bs

Xavier Seguí dijo...

En la vida hubiese relacionado, como lo has hecho, a Robert Hooke e Isaac Newton, con los obreros de Chicago y el primero de mayo. Enhorabuena.
Algunos hilos interesantes y nuy sugerentes: "la voz que vais a sofocar..." alude directamente a aquello que nos hace Humanos, que no es, como se pensaba el cortex cerebral, el desarrollo de la mano o la bipedestación. A fin de cuentas somos enormemente parecidos en los genes a los chimpancés. Hoy se apuesta por el lenguaje que nos permite comunicarnos y construir un ego social que sobrepasa nuestras miserias y limitaciones.

Ricardo Montes de Oca dijo...

Gracias, Lara, gracias, Xavier. Vuestros comentarios me han recordado un dicho y una anécdota. El dicho: si el trabajo es salud viva la tuberculosis.
La anécdota: Cuando Platón le dijo a Diógenes que un hombre era un bípedo implume, éste cogió un pollo, lo desplumó y lo soltó en la Academia de Platón diciéndole: “¡Te he traído un hombre!”. Platón, que no cejaba en su empeño, se limitó precisar la definición (originaria de Sócrates): bípedo implume con uñas planas.
Un abrazo a los dos.

Anónimo dijo...

¡Me sorprendes cada semana!
Bonito homenaje a los trabajadores.
Felicidades

Anónimo dijo...

Buen artículo y el formato está mejor que antes, más profesionalizado¡sigue así tabernero! Aunque no estaría de mas que hablaras en tu artículo de los sindicalistas dóciles con el poder. ¡Que poco tinen que ver con los de Chicago de la Frontera!

Ricardo Montes de Oca dijo...

Gracias, anónimos, me pareció apropiado lo del homenaje teniendo en cuenta que el artículo salía un 1 de mayo. Conocí la historia en el instituto, pero entonces no curraba y no le daba tanta importancia a la defensa de los derechos de los trabajadores. Aquello lo aprendí tras mi primer contrato.
En cuanto a los cambios de forma en el Blog, me alegro de que te gusten, se los debo a mi chica, que sacó tiempo de las piedras para adecentarme un poco el sitio. Gracias a los dos y gracias a ella. Un saludo.

Anónimo dijo...

¡Por tu culpa, capullo, me he levantado en armas en el trabajo y he pedido dignidad, y ahora seguro que me darán por todos lados...!
Pero, ¿sabes qué te digo?. Que prefiero morir de pié...
EXCELENTE columna, cuñao, de las mejores. Sigue así.

Ricardo Montes de Oca dijo...

Gracias, cuñao, me alegré un montón de que cambiaras de trabajo y de que optaras por otro más entretenido. La vida hay que ganársela, y aunque es de sabios saber dosificarse, alguna que otra batalla hay que librar. Un abrazo.