sábado, 17 de octubre de 2009

10. Un hombre feliz

Se levantó una mañana con los mocos atravesados en la garganta, como de costumbre, aunque llamar mañana a las 5.30 de la madrugada no deja de ser un eufemismo. Cogió la linterna de la mesita de noche para no despertar a su mujer, pero las pilas estaban tan gastadas –qué poco duran las de ahora aunque sean alcalinas- que la moribunda luz no salvó a su dedo gordo del pie derecho de un doloroso golpe. Camino del cuarto de baño fue insultando en voz baja a cuantos dioses conocía o había oído hablar de ellos, e incluyó a las religiones que preconizaban una vida mejor, y para rematar le mentó la madre al de los cuernos: “Que tampoco me olvido de ti, hijoputa”
Se miró al espejo. Tenía el vientre abultado, los pectorales fláccidos y aleatoriamente peludos y una calvicie mal distribuida.
Mientras se miraba y repasaba lo que tenía que hacer durante los siguientes 15 minutos –técnica que empleaba para no quedarse dormido- se hizo la primera pregunta de todas las mañanas: “Cuándo, cómo y por qué la cagué”. Luego vino la segunda: “¿Por qué no seré millonario?”. La tercera: “¿Me cambiarían por error en el hospital cuando nací y hay algún cabrón disfrutando de la vida de rico que me esperaba?”. La cuarta: “¿Lo descubriré algún día y seré recompensado?”.
Luego siguió elucubrando pensamientos más prácticos mientras se planchaba una camisa y se ponía unos calcetines agujereados: pensó en la mejor alineación posible de su equipo de fútbol, en la mejor alineación posible de la selección nacional de fútbol, y en la mejor gestión posible de un club de fútbol, desde los orígenes hasta convertirlo en un club de Champions, aunque ahora se llamara de otra manera.
No le dio tiempo a sentarse para desayunar, se bebió el café del día anterior, frío y turbio: “Esto tiene que joderme los riñones, fijo”. Luego buscó las llaves del coche y salió de casa dando un portazo involuntario: despertó a su mujer y a cuatro vecinos.
Mientras bajaba en el ascensor recordó que los recibos estaban a punto de pasar en fila por su cuenta corriente: hipoteca, seguros, luz, comunidad, teléfonos varios y la cuota trimestral de turno de gastos varios e inoportunos. Esta vez empezó por el director de la oficina del banco, siguió por el de los seguros y terminó por la comercial que le dijo que iba a ahorrarse un montón de dinero en llamadas de móvil a fijo. Tampoco se olvidó del administrador de su bloque y del dinero gastado en ascensores que se paraban en días alternos de la semana.
Salió de su edificio esquivando una meada de perro y una pota de humano, pero no pudo evitar la mierda de lo que debió ser un ternero, por las dimensiones de la misma. Empezaba a encabronarse. Tras limpiarse el zapato en cuanta brizna de hierba que se encontró por el camino, se metió en el coche y encendió la radio. Su barrio estaba peor que en las fotos de infancia.
El trayecto fue rutinario: atascos, conatos de accidentes, cuasi atropellos a ciclistas y moteros, insultos... lo típico. Y todo mientras en la radio le contaban que a un presidente de Autonomía le habían regalado unos trajes y unos zapatos de piel de potro: “¿Matan a un potro para fabricar zapatos? Cabrones”.
Tras encontrar un aparcamiento que estaba más cerca de su casa que del trabajo, sopesó la posibilidad de utilizar las tardes para sacarse el carné de entrenador de fútbol: “Si no consigo ganarme la vida como entrenador, por lo menos me servirá para agente de futbolista; cuanto más sepa del tema, mejor”. Luego, con cara de gato recién lavado, entró en la oficina en la que llevaba trabajando los últimos siete años.
Se abstuvo de saludar porque a esa hora no había ninguna compañera educada, así que encendió el ordenador y antes de pulsar la siguiente tecla echó de menos a su colega Simón, al que lo largaron hacía un mes por aquello de la crisis. Daba igual que fuera uno de los más productivos, al ser el último contratado fue el primer despedido.
Media hora después fueron llegando el resto de sus compañeros y compañeras y los fue maldiciendo por orden de entrada. Por último entraron los jefes e hizo una brillante y breve disertación mental sobre el papanatismo laboral y sus funestas consecuencias en la sociedad moderna.
Tras 9 horas de aire viciado y mentes enfermas, terminó su jornada y regresó feliz al coche decidido a sacarse el carné de entrenador; aquella misma tarde se informaría, y luego iría a correr, que tenía que estar en forma, y se plancharía varias camisas para desayunar en condiciones por las mañanas, y le regalaría una flor a su mujer, que hacía tiempo que no la cuidaba... pero se percató de que aquella tarde daban por la tele un partido de fútbol sala, y luego podía empalmar con el partido de tenis, y más tarde echaban una serie americana, no recordaba si Hospital Perturbado o Forenses Vengadores, aunque tal vez fuera un programa nacional: Tu vecino cochino o Convivencia entre compañeros amamonados.
Bueno, quizás mañana tuviera más tiempo para lo del carné.
                 

5 comentarios:

Alex dijo...

Muy buena historia, enhorabuena, me lo creo todo excepto que llevaba 7 años trabajando en la oficina, al menos que se trate de otro país que no sea España.

MalAcero dijo...

Como me dijo recientemente un querido profesor mio... "Antoñito somos demasiado acomodaticios en esta vida". Por otro lado es ley de vida que algunos radicales individuos (evidentemente desequilibrados como yo) oigan un extraño clic entre vapores alcoholicos y tapas de calamarplancha, le planten cara a tan monotona existencia y decidan que han de cambiar de vida radicalmente...
¡POR ESO PINTE EL SALON DE VERDE (y porque me lo dijo Ana, mi mujer)!.
Un abrazo y afila bien el lapiz.

Ricardo Montes de Oca dijo...

Gracias, amigos. Pero sí, querido Álex, sí que hay gente que lleva en España trabajando 7 años o más para la misma empresa, incluso hasta los hay eficientes, aunque tú y yo tengamos ya a cuestas más despidos que felicitaciones de los jefes.
Y, en efecto, Malacero, yo también creo que hay que salir del redil por mucho frío que haga al principio; a veces más vale arriesgarse a una dentellada lobuna que a tanto cordero hijo de puta. Felicidades, cazador, tu blog es una auténtica pasada.
Un abrazo para los dos.

David Caro dijo...

No sé qué es peor, si verse reflejado, o la cantidad de gente que son exactamente como ese hombre feliz y ni siquiera se dan cuenta.

Gran relato, primo.

Ricardo Montes de Oca dijo...

Nombrar lo que nos atenaza es empezar a combatirlo. Cuando comencé a escribir el artículo me acordaba de dos cosas: de lo duro que es madrugar y de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Un abrazo, David.