jueves, 20 de agosto de 2009

1. Pelotanda

No quiero despistarte ahora al principio y que creas que soy un perturbado que sólo piensa en acabar con el prójimo tras una refinada y cruel tortura. Nada de eso, estoy convencido de que paso por un buen tipo, al menos para Bartolo, el pez al que alimento con sistemática puntualidad todos lo días a las cuatro de la tarde cuando llego de currar. Al pez se le ve feliz en el salón de mi piso, y si tuviera la más mínima sensibilidad para darse cuenta de que un ser superior… bueno, más alto y con pelo, invierte parte de su tiempo alimentándolo y, a veces, cambiándole el agua, se sentiría infinitamente agradecido. Seguro que lo piensa, Bartolo es un pez especial a pesar de ser naranja y haberlo comprado en el Carrefour, y en su mirada bobalicona siempre he encontrado agradecimiento tácito. No es un asunto baladí, sobrealimenta a tu pez o deja que el agua se enturbie y lo hallarás flotando de costado: es una imagen cabrona y persistente que se colará en tus sueños de manera insidiosa.
Entonces, ¿por qué hablar de maldad, por qué insinuar que aunque ahora no, he debido ser un maligno en mis vidas pasadas, en el caso de que las haya tenido? Porque es la única explicación que encuentro. Ahora que soy bueno y responsable debo pagar por el daño que sin duda cometí en otras vidas, ya que si no, no se explica la suerte de compañeros que me han tocado sufrir. No le encuentro mucha lógica, debí padecerlos cuando fui un criminal o un mal tipo, pero ahora la china se ha colado en mi zapato y cojeo desde hace un lustro por tan infames camaradas de viaje.
Trabajar 8 horas seguidas con un hijo o hija de puta al lado, una persona maloliente sin excusas –nada de sudor fuerte, resistencia contumaz al champú y al jabón- o un trastornado es una condena, sobre todo cuando en vez de cloroformo y una bañera grande de ácido, dispones de un pequeño pez anaranjado. ¡No me mires así! Son reflejos de vidas pasadas. Ahora, en cambio, que soy bueno y deploro la violencia pero no la estrategia, he de conformarme con defenderme de manera civilizada y proporcional. El problema es que en vez de adversarios inteligentes y malvados, uno ya sólo se topa con necios, ignorantes superlativos y soberbios sin fronteras, sin olvidarnos de los cobardes, por supuesto, los peores y más traicioneros.
Lo peor del asunto es cuando te persiguen. Tuve una vez una compañera de trabajo insufrible que peleaba con todo el mundo. Seguía tres reglas principales: meterse en cualquier asunto ajeno que podía –personal y profesional-, hablar mal de todos los compañeros con el primero que la quisiese escuchar, y pelotear hasta la náusea a cualquier jefecillo o encargada que se cruzase por su camino. A veces no hacía falta ni eso, ella misma baboseaba en las mesas de sus superiores. Pues bien, a estos tres defectos principales sumó el de la delación, cuando la empresa decidió prescindir de nuestros servicios. Digo nuestros porque ella y yo íbamos en el mismo lote, junto con más compañeros. La empresa argumentó que estaba en crisis y nos echó a los últimos contratados, nos lo comunicó una semana antes de rescindir nuestros contratos. Mis compañeros despedidos y yo, todos menos ella, a la que prudentemente mantuvimos al margen, decidimos escribirle una carta al cliente explicándole la situación. Se quedó perplejo, pues conocía el buen hacer de los despedidos y la empresa en todo momento le comunicó que a pocos de nosotros nos iban a echar. La realidad es que despidieron a la mitad del equipo y cuando nuestras espabiladas jefas se atrevieron a comunicarle la buena nueva al cliente (nosotros aún continuábamos trabajando), éste no sólo les afeó su conducta sino que les dijo que ya estaba informado por los trabajadores. La empresa montó en cólera e insinuó que tomaría represalias –pensé que querían azotarnos, porque el despido era improcedente aunque lo escribieran sin h-, y empezó a indagar quiénes y cómo habíamos llevado la iniciativa. ¿Te imaginas quién contó todos los detalles y aportó las pruebas de nuestra acción? Efectivamente, a Pelotanda –alter ego de la susodicha- le faltó tiempo para contarle a la jefa quiénes fuimos los responsables y de qué manera lo hicimos. No dimos crédito a la actuación y no porque no la creyéramos capaz, que por algo la mantuvimos apartada, sino por la inutilidad de su conducta. ¿Se pensaba que salvaría su culo vendiendo los nuestros? Pues sí, lo creyó con fe fervorosa, y equivocada, por supuesto, pues la largaron el mismo día y a la misma hora que a los demás.
Bueno, la historia pudo terminar ahí, pero el hecho es que cuando volví a encontrar trabajo, a los dos meses de empezar, entró una chica nueva en la oficina. ¿Adivinas? Efectivamente, Pelotanda. Menos mal que estaba avisado porque si no me da un chungo allí mismo.
No sé, tal vez siga una vida más sin redimirme y aplace para otro nacimiento la paciencia infinita y la defensa caballerosa, mi alma no es tan grande ni evolucionada como para ignorar los baños de ácido cuando pienso en Pelotanda.
    

4 comentarios:

Bea dijo...

Eres un crack!!
Seguro que en otras vidas tuviste que hacer algo porque vaya tela.... después de ésto, en la próxima reencarnación te dejarán elegir.
Sigue luchando en esta aventura que empezaste hace poco más de un año, estoy segura de que tú objetivo está cada vez más cerca.
Eres un gran profesional y, por encima de todo, una gran persona.
Muchos besitos de Bartolo y míos.
Bea

Ricardo Montes de OCa dijo...

Gracias, cariño, algo bueno tuve que hacer en el pasado cuando tú estás a mi lado. Un beso enorme.

Anónimo dijo...

Pienso que no hay vidas anteriores,pero se que en esta hay mucho incapaz, mucho inane, mucho irresoluto y aunque odio el calificativo mucho envidioso/a, en definitiva mucho flojo, toda persona que no le gusta trabajar, gran defecto, es delatora y por ende envidiosa, "PERDON" he vuelto a usar la jodida palabra, ese tipo de personas hacen esa labor de zapa para distraer a jefecillos mediocres y que estos mediocres no se fijen en la inactitud de los pelotas. Son tan pelotas, que si tienen que llevar al jefe a hombros, cuando llevan una hora de trasporte, le miran desde abajo y le dicen "D. Fulano, que digo yo que, que lastima de que Yo no sea jorobao para que Ud. vaya mas cómodo.
Es la técnica del pillo, con una mano suena una campanilla y con la otra te intenta robar la cartera.
Moraleja. A los que trabajamos, cumplimos, y obtenemos resultados, los "julais" estos nos dicen que tenemos suerte, seran H. de P.

Anónimo dijo...

Gran defecto ser delator/a, oficio innoble de personas con cociencia laxa y poco o ningún caracter,propio de gente que necesita hacerse notar porque de otra manera pasan desapercibidos/as