Lobos que sueñan con nenas
Hoy
he vuelto a ver la foto en la que aparecemos los tres,
la
que guardabas en el cajón de la mesita de noche
porque
te avergonzabas
de la
cara somnolienta con la que salías.
Y,
fíjate como son las cosas, mi amor,
que
aún te sigo viendo guapa
a pesar
de que me convencieras de casi todo.
“Es
que tienes poca personalidad, cariño”, te reías.
Solo
que a mí me daban igual los argumentos
con
tal de tocarte, de olerte, de escuchar tu voz
y
verte leer en el sillón
o
caminar de puntillas por el pasillo
para
endurecer tus glúteos.
Siempre
fuiste la rara más sexi del mundo,
la
mujer más hermosa con la personalidad implacable
de
las magas y de las diosas.
Pero
algún dios cabrón me la jugó en esta tragedia
y me
dejó a mí vivo
para
añorarte.
Me
habría cambiado por ti un millón de veces.
Por
ti. Por la niña. Pero sobre todo por mí,
para
no ser el que se levanta por las mañanas
y
tira de su vida como si fuera un fardo ajado.
El
martes hizo cinco años
de
aquella mala noche y ya soy capaz
de soportar
el aniversario de tu muerte
sin el
semblante de moribundo.
Hasta
Claudia lo ha notado.
“Ya
no duele tanto, ¿verdad, papá?”
“Claro
que no”, le miento.
Sí
que sigue doliendo.
Pero
ahora me conformo con que una semana después
llegue
nuestro aniversario de verdad, la fecha
en
la que nos enrollamos por primera vez,
allí,
en la playa,
delante
de las olas y de nuestros amigos.
Así
que ahora me parece una ventaja.
Primero
triste. Después, menos triste.
Y luego
ya se va pasando y uno va viviendo
a
través de los viejos y gloriosos tiempos,
que
fueron todos los que pasamos juntos.
Menos
la última noche, claro,
cuando
nos fundieron las luces para siempre.
Y
esta vida que me ha quedado, si no fuera por Claudia,
que
crece y comienza,
sería
solo el recuerdo de la anterior.
Vale,
me has pillado.
También
está la nueva chica, la profe de Literatura
que
sustituye a Laura por la baja de maternidad.
Ya
nos hemos besado y nos queda poco para acostarnos.
El
otro día estuvimos a punto,
pero
Claudia se quedó sin su clase de inglés
y
abortamos la operación “primer polvo y a ver qué pasa”.
Se
lo tomó a risa y se lo agradecí.
Un
día de estos te diré su nombre si veo que la cosa tiene futuro.
Trata
bien a nuestra princesa, quédate tranquila,
y a
mí me cuida y me dice que coma más.
También
que me abrigue el cuello y la garganta
(se
ha fijado en mis cicatrices y creo que quiere
que
no las luzca demasiado).
Es
una mujer buena.
Es
suficiente.
Con peores
mimbres se juntan algunas familias.
El
otro día –y ya termino, cariño- la niña
me recordó
que de pequeña
(ahora
tiene nueve años, joder,
cualquiera
diría que ya es mayor)
la
tranquilizaba cuando le decía que no soñaría
con
lobos.
De
lo que no se acordó
fue
de la pregunta que me hizo justo la noche antes
de
que pasara lo que pasó.
“Papi,
¿los lobos sueñan con nenas?”
Era
una jodida premonición,
ahora
me percato.
La
noche siguiente te convertiste en…
bueno,
ya sabes lo que ocurrió cuando salió la luna llena.
“Una
vez me maldijeron”, me confesaste
la
primera vez que nos acostamos juntos.
“Y
creo que fue de verdad.
Pero
han de darse muchas casualidades
para
que la maldición se cumpla,
así
que no te asustes demasiado.
Pero
si alguna vez me sale mucho pelo
y
unos colmillos grandes,
corre
por tu vida.”
Aún
escucho tus risas
y
veo bajar y subir tus pechos desnudos.
Y,
sin embargo…
Luna llena, amor presente, niña dormida
en tus brazos
y el mar y el fuego disputándose a los
valientes.
Aquella
noche de junio pasó y aún me pregunto
cómo
coño no sucedió antes
y
por qué no te acordaste si solo era aquello.
Al
principio te echaba la culpa.
Bueno,
a mí también, después de todo fui
el
que te clavó el cuchillo de plata en el corazón.
Solo
que no eras tú, nena, sino un monstruo
que
iba a devorar a nuestra princesa
y
que ya me tenía agarrado
por
el cuello.
Ojalá
Claudia no hubiera estado.
Me
habría dejado comer vivo por ti
antes
de ponerte un dedo encima.
Y,
tal vez, te hubieras vuelto humana y viuda
al
mismo tiempo.
Me
habrías llorado y te habrías recriminado
el
asesinato.
Luego
te habrían recetado diazepam,
como
a mí,
solo
que tú habrías salido adelante.
Lo
sé, lo sé, soy un quejica,
pero
dame tiempo.
Un
año más.
O
tal vez dos.
Ya
está, cariño, cuídate,
la
princesa sigue fenomenal
y se
acuerda de ti.
No
permitiré que te olvide.
Nunca.
Y
sí, sé que estás orgullosa de ella.
Y de
nosotros.
Te
amo, mi niña,
a
veces acaricio mis cicatrices
para
sentirte cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario