domingo, 10 de abril de 2011

85. Las rodillas de sus señorías
 
Tras la resaca de las últimas semanas, después de un resfriado que me ha durado mes y medio, la llegada de la primavera (ansiada pero cada vez más criminal, entre la alergia y la astenia) y la publicación de Las aventuras de Barén, por fin va llegando la normalidad a la Taberna. Creía que me iba costar más trabajo retomar la actualidad nacional, pero los políticos españoles y europeos siempre te echan una mano, de hecho te lo ponen a huevo. Si las cosas continúan así les quitarán el puesto a los contertulios y colaboradores de los programas del corazón para ocuparlos ellos: no sólo no solucionan problemas sino que los crean para entretenerse y jodernos de paso.
La última ha venido por unas declaraciones del eurodiputado del PP y vicepresidente del Parlamento Europeo, Alejo Vidal-Quadras, que tras la polémica de los viajes en clase preferente de los eurodiputados, nos aleccionaba a los ciudadanos diciendo que un eurodiputado debe viajar en clase vip para desarrollar mejor su trabajo. Porque, claro, tras más de 300 vuelos anuales (el dato es suyo), uno, venía a decir Alejo, no puede viajar en clase turista, con las rodillas apretadas, y después desarrollar la labor política (vaya tela) con eficacia. Es lógico. Sus señorías llegan cansados de los viajes, con los trajes arrugados, oliendo un poco a sudor y otro poco a perfume caro y, claro, darle después al botoncito en el Europarlamento o reunirse con el lobby de turno para que a uno lo unten convenientemente… pues eso, colega, que te lo tengo que explicar todo, no queda bonito, que se tienen que presentar ante el mundo entero con la gomina recién puesta y el gesto descansado.
La verdad es que entiendo perfectamente a los eurodiputados, Alejo incluido. Yo, cuando cogía el tren de las 7:15 de la mañana para ir al trabajo, tenía que compartir un vagón con capacidad de 60 personas con alrededor del triple de pasajeros. No es que no pudiera sentarme, ¡qué insolencia!, es que apenas cabía de pie, me sentía como una anchoa enlatada. A mí, al igual que Alejo, también me parecía una auténtica pasada tener que trabajar después del suplicio de viajar en aquel vagón infecto, con las rodillas apretadas, los testículos apretados por mis piernas apretadas, y los pulmones estrujados por no respirar el aire que exhalaban las multitudes apretadas que me rodeaban. Tras el corto trayecto en el tren de cercanías (unos 15 minutos), me bajaba en Valencia, tomaba un poco de aire para recuperar mi volumen estándar, y me encaminaba a mi curro con la ropa arrugada, oliendo aún a sobaco ajeno y al propio, pero eso sí, con una sonrisa en los labios mientras me acordaba del Estado, las Autonomías, Renfe, los políticos y sus secuaces.
Después, una vez que me sentaba en la oficina, rendía de puta madre, no tanto por el trayecto sino por la seguridad de que si me relajaba me mandaban a la calle; así que, querido Alejo, queridos eurodiputados y eurodiputadas, no se crean que la clase turista es tan mala como ven en las películas, ¡qué va! Rendirán sus señorías tan bien como hasta ahora, es más, seguro que los transportes funcionarían mejor de usarlos ustedes como los uso yo. Seguro que habilitarían más vagones, que aumentarían la distancia entre asientos, que invertirían más en reparar lo averiado y restaurar lo viejo. Ustedes regulan la actividad del resto de la sociedad, aquí y en todas las democracias. Quizás ya sea hora que el estatuto del político profesional lo empecemos a regular los ciudadanos. Duración en el cargo, incompatibilidades, sueldos y prebendas… son decisiones que no deben tomar ustedes por muy descansados que estén. Ya sabemos el resultado y no nos gusta.