Víktor
El
doctor Emil Lazar había creído que desde su resurrección nada podría asustarle.
Pero allí estaba, temblando a pesar de su nueva naturaleza, controlándose para
que su creadora, Olivia Drakos, una rubia con los ojos verdes más bonitos del
mundo no se percatara de que su pupilo era un cobarde.
-Tranquilo
–le susurró mientras lo acompañaba por los pasillos de la mansión.
Bueno,
pues tocaba de nuevo hacerse el hombre, aunque aquello ahora había dejado de
importar, concretamente 15 días atrás, cuando la bella Olivia lo abordó en un
café de la alameda, se lo ligó en unos minutos y, ya en su pequeño apartamento
de estudiante (“solo para mí… y para ti”), en vez de follárselo, le chupó la
sangre y acabó con su vida. Y algo más.
Qué
vergüenza. No solo había llorado e implorado por su vida a la vampira, sino que
en el momento del ataque, cuando sintió los colmillos de la mujer en su cuello,
se había meado encima. Y a Dios gracias que se había parado ahí. Luego, cuando
sus fuerzas mermaron y dejó de defenderse, se preparó para morir. Y entonces se
vio tendido en el suelo, bocarriba, inmovilizado por ambos brazos. Y encima de
su rostro, pendiente de él, ensimismada, Olivia lo miraba con la boca llena de
sangre y un mechón de pelo suelto.
“Joder, pero qué bonita es la hija de puta, si
está a punto de llorar.”
Y
de hecho lloró. Y al ver sus lágrimas, Lazar casi la hubiera perdonado a pesar
de que acabara de chuparle un litro de sangre. Por cosas peores pasaban algunas
parejas.
-Qué
bello –gimió la mujer.
El
joven médico se consoló por expirar entre los brazos de aquella belleza
salvaje. Ya ni siquiera estaba asustado.
Sin
embargo, ella no lo dejó morir. Olivia Drakos lo había elegido para alimentarse
aquella noche. Era guapo, joven, lleno de sangre. Pero ahora, en su
apartamento, mientras moría y lo miraba a los ojos, apreciaba toda la belleza en
su expiración.
-Vivirás
–le dijo.
Y
luego lo besó y la sangre comenzó a entrar en la boca de Emil.
Dos
días después resucitó para conocer en carne propia que los vampiros existían.
Ella le enseñó todo. Los mitos de los que podía reírse (espejos, ajos, cruces,
transformaciones) y los límites de la especie que debía respetar (el fuego, el
sol, la decapitación). También le trajo a su primera víctima: un individuo
pasado de rayas y alcohol. Le rompió la espalda antes de alimentarse de él.
De
eso hacía dos semanas. Y esta noche Olivia le había citado en la mansión de Víktor.
-Es
el líder de nuestra estirpe, el más sabio y poderoso, cuida de nosotros. Y
ahora quiere conocerte, darte la bienvenida a la gran familia. Por eso antes
quiero contarte su historia, quiero que comprendas su sacrificio.
>>Víktor
huyó del Viejo Mundo a finales del siglo XVI, cuando los hombres y el fuego
encontraron su tumba. Ya no se sentía seguro en la tierra de sus antepasados,
así que se embarcó hacia Nuevo Mundo. Pero lo que no consiguió el fuego casi lo
logra el agua, y su barco naufragó un atardecer en mitad del Atlántico. Acabó en un islote pedregoso con dos
supervivientes más: una madre y un niño. Víktor los salvó, había pensado
alimentarse de ellos mientras aguardaba otro barco. Durante unos días, se las
apañó para cuidar de ellos y ocultar su secreto al mismo tiempo. Cazó,
construyó un refugio y hasta hizo fuego. Sabía que era cuestión de tiempo que
el hambre le venciera y acabara devorando a aquellos dos infelices. La sangre
de los animales (gaviotas y peces) lo envenenaba día a día.
>>Pero
día a día, también, Víktor se fue enamorando de la mujer, de aquella pobre
viuda, y se encariñó igualmente del pequeño hijo de cinco años. Él, que ya ni
recordaba a su propia familia, se encontró con una nueva en mitad del océano. Y
le afectó hasta tal punto que decidió ligar su destino a la suerte de aquellas
criaturas. Así que nuestro padre decidió ayunar hasta la inanición con tal de
que Eva y el joven Arminius sobrevivieran.
>>Pasaron
las semanas y Víktor contó su secreto a la mujer y al niño. “Necesito que
sepáis la verdad, solo así estaréis más seguros”. Y mientras tanto, el vampiro enfermaba
entre ataques de locura que aplacaba clavándose los colmillos en sus muñecas y los
accesos de felicidad en los que cuidaba de Eva y Arminius.
>>Un
día, al atardecer, cuando Víktor salió de su refugio de piedras, el vampiro se
percató de que la madre y el niño se habían ido. Descubrió las huellas. Un
barco. ¡Los habían rescatado mientras él dormía! Nunca llegó a saber si Eva
intentó esperarlo o alertó a sus rescatadores a que se dieran prisa. O quizás
fuera el niño. O ambos. Pero se sintió feliz. Su mayor miedo había sido
devorarlos, dejarlos secos como un pedazo de carne en salazón. Y había vencido,
había logrado superar su hambre… para verse solo.
>>Víktor
tardó más de 100 años en alcanzar las costas del Nuevo Mundo. Se llevó varado
allí casi la mitad del tiempo. Jamás supo de Eva o de su hijo. Jamás volvió a
probar la sangre de un hombre.
Emil
asintió cuando Olivia terminó el relato. Habían llegado a la puerta de la
biblioteca de la mansión de Víktor. Dentro, junto a más de 20.000 volúmenes, esperaba
su dueño.
-Tranquilo
–dijo otra vez Olivia mientras lo besaba-. Entra.
Emil entró. Tenía muchas preguntas que hacer a
ese padre de vampiros. Y la primera, por supuesto, era como sobrevivía sin la
sangre humana. Y entonces lo supo. Quiso volverse para escapar pero no le dio
tiempo. En un segundo Víktor lo alcanzó y le partió el cuello al tiempo que
enterraba sus colmillos curvos y amarillentos en su carótida. La sangre sabía
muy bien, pensaba Víktor mientras sorbía lentamente. No se olvidaría de
felicitar a Olivia.
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