No permitas esa abominación
El
sudor se enfriaba en su pecho cuando recordó las palabras de María:
-No
permitas esa abominación.
Habían
ido a un cine del centro, uno que daban películas del siglo pasado y que
animaba a la gente a vestirse de época. A pesar de las oportunas indicaciones,
aquello fue un batiburrillo del siglo XX, con mezclas tan dispares como los pantalones
acampanados y las hombreras descomunales.
María
y él optaron por ropas de los 40, vestían como Humphrey Bogart e Ingrid Bergman
en Casablanca. De hecho acudieron en
coche, en un DeSoto Coupe del 48, de color crema, un préstamo de Bernie, su
jefe de por entonces. El coche era eléctrico y solo circulaba por tierra, pero
los acabados eran impresionantes. Parecía mentira que lo hubieran imprimido
hacía solo un par de años.
-Después
hasta podemos echar un casquete, si quieres –bromeó él.
María
sonrió.
Durante
el primer intermedio fue cuando se cruzaron con Álvaro y… su mujer. Ingrid
había fallecido en un accidente dos meses atrás. Se había caído de una escoba
voladora durante la celebración de Halloween. A veces, las ganas de divertirse
de los adultos se imponían a las más elementales normas de seguridad y sentido
común. Parecía mentira que a mediados del siglo XXI aún permitieran las escobas
y las nubes voladoras sin ninguna restricción adicional a no sobrevolar zonas
habitadas.
Y
Álvaro, el bueno de Álvaro que había luchado por conquistar a su mujer desde
los 15 años hasta bien entrado en los 30 (¡a los 34!) no lo aceptó.
Literalmente. Ni siquiera avisó a la familia de Ingrid. Tampoco organizó su
funeral. Al final todos se enteraron, evidentemente, la ley exige informar de
la muerte de cualquier humano. Es requisito indispensable para comprar un
duplicado. También le incluyen un destello intermitente en la frente para que
ningún vivo se lleve a engaño. A partir de ahí, los dueños pueden hacer lo que
quieran, incluso vivir una mentira. La mayoría lo hacían en casa. De hecho la
cosa empezó con las mascotas de los ricos, en concreto con el chimpancé
progresado de Luc Kalifa, el campeón de motos voladoras. Había pagado por aquel
mono cultivado en laboratorio una millonada. Al mono solo le faltaba hablar, y
no era nada agresivo gracias a la modificación genética oportuna. Pero una
gripe mató a Moly a los dos años de
edad. Luc pagó menos de un cuarto de millón por una réplica igual a Moly, un androide. El mono daba el pego
y Luc Kalifa volvía a sonreír. ¿Quién podía pedirle más a este cochino mundo?
El
siguiente paso fue obvio. Ya existían los androides de evasión, robots sexuales
con textura de piel humana. También con calor, olor y sabor. Solo les faltaba
hablar porque gemir, ya gemían. Y tras el monito Moly, la actriz Vilma Lago encargó otro androide que en vez de
funciones sexuales satisfacía vacíos emocionales. Acababa de perder a su bebé
de seis meses.
Los
androides se perfeccionaron al mismo tiempo que se abarataban. Bondades del
capitalismo de la segunda mitad del siglo XXI.
Y
para cuando Ingrid Romero se cayó de una escoba voladora y se partió el cráneo
contra el suelo, ya ni siquiera eran noticia los duplicados. Hasta se llamaban
así, en vez de replicantes, como inicialmente comenzaron a conocerse. Pero la
duplicada de Ingrid Romero sí que fue la primera que María y él vieron, la
primera conocida. Físicamente era igual que ella, salvo por la luz que cada 30
segundos destellaba en su frente. Su autonomía, por otra parte, era bastante
limitada. Movimientos menos dinámicos y más restringidos, conversaciones
banales. Sin embargo, su cara, sus gestos y su voz eran calcos de la auténtica
Ingrid.
Lo
peor, no obstante, fue la reacción de Álvaro. La duplicada no conocía a la
pareja, algo normal porque en vida había sido solo una conocida. Los duplicados
venían con un paquete básico de conocimientos familiares, pero no todos los que
sobrevivían a los finados se prestaban a aportar información para crear a los
duplicados.
-Son
Carlos y María, ¿no te acuerdas, Ingrid? Fuimos compañeros en el instituto.
Claro
que no se acordaba, pero en pocos segundos el ordenador que la duplicada llevaba
en la cabeza recabó de las bases de datos toda la información que necesitaba para actuar con normalidad.
-Hola,
María, te sienta muy bien esta ropa, aunque no es de tu estilo. Por cierto, tu cumpleaños
es dentro de una semana.
Silencio.
-Ha
estado enferma, pero ahora se encuentra mucho mejor –la excusó Álvaro.
María
se disculpó y volvió a su asiento. Cuando Carlos regresó a los pocos segundos
fue cuando se lo dijo:
-Si
me pasa algo a mí, no permitas esa abominación.
Desde
luego. Cómo no.
Ahora
el sudor seguía enfriándose en su pecho. Acababa de follar con la duplicada de
María y eso que no hacía ni 24 horas que la había adquirido. Se dijo que iría
poco a poco. Los fabricantes le aseguraron que le devolverían todo el dinero en
caso de que no quisiera quedársela. Tenía seis meses por delante.
-¿Es
muy habitual? –había preguntado.
-¿Devolver
un duplicado? Menos del uno por ciento de nuestros clientes lo hace.
Carlos
se había quedado mudo, nunca se había planteado un éxito tan arrollador de los duplicados. El
programador, intuyendo sus pensamientos, añadió:
-No
podemos conseguir la inmortalidad, eso es un cuento. Pero podemos paliar el
dolor. En eso somos los mejores.
Y
de eso, en definitiva, se trataba.
Tenía
que superar el divorcio.
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