56. Una conversación informal
El tipo entró en el bar y pidió una cerveza, pero como hacía tiempo que no entraba en uno se encontró con que el camarero le preguntó que si un quinto, un tercio, una caña o la entera, a lo que el tipo respondió que con un vaso de cerveza le bastaba. El camarero torció el gesto contrariado por la respuesta y sin saber si acertaba o no, le puso la caña de toda la vida. Debió de acertar, porque al cliente, un tipo delgado, medio calvo y de unos 50 años se le vio la cara de satisfacción. El bar estaba desierto y el camarero vio que se iba a aburrir si no entraba nadie más. Después de todo, el tipo no era el parroquiano habitual. Iba trajeado, con la corbata un poco ladeada y la cara de mala hostia. “¿Comunión?”, preguntó el camarero. “Bautizo”, respondió el cliente con una sonrisa espontánea. La pregunta había agrietado los muros de la incomunicación.
En efecto, cerca había una iglesia con cura loco incluido, un energúmeno que reventaba el sosiego de los vecinos a base de campanadas reiterativas, escandalosas y con una secuencia completamente irracional.
De todos modos no era muy habitual que al bar se acercaran los invitados, puesto que en la plaza de la iglesia habían abierto un par de cafeterías nuevas. El camarero miró el reloj y calculó que le quedaba una hora hasta que llegaran los habituales, así que aprovechó la presencia del tipo para hablar de fútbol, mujeres, política y el tiempo. El tipo lo miró con media sonrisa, pensando que el otro no tenía ni puta idea de nada de lo que le estaba hablando. “¿Te has quedado sin muchos clientes por la crisis?”, preguntó el tipo. “Con los mismos que antes de que empezara: ninguno. El bar es de mi jefe, y ese no pisa el negocio durante el fin de semana”. El tipo sonrió, empezaba a caerle bien ese camarero cuarentón, ignorante pero espontáneo. Al menos no había soltado ninguna soflama racista. “¿Están cerradas las cafeterías de la plaza?”, inquirió el camarero. “Qué va. Están rebosando con los invitados del bautizo, pero me he venido aquí porque no los soporto”. El camarero se rio, aunque parecía un capullo, el tipo trajeado era sincero, un intelectual de esos que tienen la casa llena de libros pero que cuando van al bar o a la peluquería ojean los diarios deportivos, las revistas del corazón y el Interviú babeado.
Tras la tercera caña el tipo trajeado tenía mejor humor, se había vuelto más sociable y hablador, abandonando los monosílabos y cierta actitud de superioridad. “¿A qué se dedica?”, preguntó el camarero. Sabía que era una pregunta que podía ser incómoda, sobre todo con desconocidos, pero a aquel tipo del bautizo no lo iba a ver más en su vida. “Tengo una librería”, respondió el tipo. “Ah”, dijo el camarero. El tipo se percató del asomo de decepción en la cara del profesional, pero pidió una cuarta cerveza para analizar la situación. “¿Sabe? Me llevo aquí más de 12 horas al día seis días a la semana, y he conocido a tipos con todas las profesiones, pero creo que es el primer librero que pasa por aquí”. “Si quiere le firmo un autógrafo”. El hombre rio su propia gracia y el camarero pensó que empezaba a estar mamado. “¿Lee libros, caballero?”, preguntó tras parar de reír. “No. Ya leí suficiente en el colegio”. “Entonces va usted sin luces, jefe”, respondió el tipo. “¿Sin luces?”. El tipo se acabó de un trago la cuarta caña y pidió al camarero la quinta. “Es que hay teorías que sólo las defiendo bien cuando estoy borracho”, razonó. El camarero le puso la caña, el tipo le dio un sorbo, paseó el nudo de la corbata por todo su cuello y cuando lo dejó suficientemente ladeado, muy serio, comenzó: “Verá, uno no es como un tigre, que vive solo en la jungla, somos más bien como los lobos, o los monos, que necesitamos de una manada, de un grupo para crecer. Cuando uno se enfrenta a un problema, además de su propio intelecto, cuenta con las referencias, con lo que le ha contado de la vida su padre, su madre, su abuelo o la vecina del quinto. Pero el mundo es más grande que nuestra familia o nuestro barrio, y nos fijamos aunque no queramos en lo que hacen los demás. Los libros te aportan eso mismo, las luces de cruce en una carretera oscura, la línea blanca del arcén y los reflectantes de la mediana. Probablemente en un día soleado no le harán falta, amigo, pero hay más noches que días con sol. Y si usted no lee, las referencias que consiga son y serán las que obtenga en este bar, o en la serie de televisión que siga en su día libre. Le aportarán algo de luz, pero tal vez no de la mejor calidad ni cantidad”. El tipo dio un trago más a la caña, pagó la cuenta, saludó y se marchó ligeramente bebido. El camarero se quedó mirándolo mientras se iba: “Menuda borrachera lleva el tío”.