12. El emperador invisible
A pesar de que fui un niño atento a cualquier historia y cuento que me relataran mis mayores, a las anécdotas que se les escapaban o que compartían conmigo o incluso a los libros que comencé a leer, no hubo ninguna narración que me hablara de cierto personaje. Crecí con las historias de soldaditos de plomo, brujas emboscadas, princesitas rubias y flautistas embelesadores. Ahora soy yo quien se las cuenta a las niñas Clara y Lucía, aquellas historias que los hermanos Grimm o que Hans Christian Andersen escribieron en el siglo XIX, verdaderas enseñanzas que van preparando a los infantes para la vida. Además, las chiquillas reaccionan al igual que lo hice yo: mientras escuchan el relato quieren ver el dibujo que los ilustra, para comprobar cuán fea es la bruja o bello y apuesto el príncipe de los que hablan los cuentos. Pero me he percatado de que hace falta una pequeña actualización.
Fue después de la lectura de El traje del emperador, aquel cuento en que unos astutos rufianes engañan al soberano haciéndole creer que le cosen un traje que sólo los inteligentes podían ver, de modo que quien lo viera desnudo demostraba su imbecilidad e ignorancia. Pero el imbécil era en realidad el emperador, que se dejó engañar porque no tenía a su lado a un Bigotes que le regalara trajes de Milano, así que se vio irremediablemente desnudo y lerdo, e hizo como el que llevaba una esplendorosa ropa cuando en realidad iba en cueros delante de todos sus súbditos.
Pues bien, resulta que aunque no me lo contaron, ese emperador tenía en otro país un primo mucho más listo que él, al que muy pocos conocían por su verdadero título, el de el emperador invisible. Nuestro siniestro personaje tenía una rara facultad un tanto inapreciable para la mayoría: parecía que no tenía poder. ¿Y qué facultad es esa?, preguntarán los niños. Bueno, pues la cosa tiene gracia o la tendría si no fuera porque ya nos lleva jodiendo muchos años, pero el caso es que sí que tiene mucho poder, y no, no tienen ninguna responsabilidad, y sí, abusa de ese poder sin freno todo lo que le da la gana y más. Y el problema es que el emperador invisible no es uno como Sauron, pues hobbits hay en todas partes para acabar con él, lo peor es que hay unas cuantas hornadas de emperadores invisibles que adoptan la forma de un banquero, de un político, de un hereda empresas, de un hunde economías ajenas, que después de tomar decisiones irracionales y dañinas, y de gran calado –como dicen en la TV- nos joden a los súbditos. Disculpe, dirán las niñas y niños, pero vivimos en una democracia, ya no somos súbditos sino ciudadanos. Y tendrá razón, la chiquillería, lo malo es que todo estaba previsto y que la democracia está muy bien, sobre todo para los que conocieron tiempos peores, pero el emperador invisible navega con experiencia por las aguas de la democracia, y es comprensivo con los partidos políticos y financia sus deudas, y cuanto más dinero debe el poder político al financiero, mejor para el emperador invisible y peor para los ciudadanos porque, ¿quién va a tocarle las pelotas al que te da pasta gansa para que cuelgues los carteles en las calles? ¿Cómo vas a controlarlos más allá de la simple formalidad si cualquier ministro de Economía ha pasado por sus clases o seminarios? ¿Y el príncipe, y el caballero, y las tropas de asalto... nadie se opone al emperador invisible? Bueno, pero es que el emperador es muy listo y no aparece cuando se le busca, ya aprendió de sus antepasados, que cuanto más alzaban el pescuezo con mirada de superioridad, más pronto le cercenaban la cabeza, así que ahora se limita a influir y cuenta con poderosas armas para ello: medios de comunicación doradores de píldoras y untadores de vaselina para supositorios, televisiones lerdizantes, académicos y falsos intelectuales justificadores de cualquier tropelía del emperador invisible, etc.
Pero bueno, a pesar de sus armas, de su fortaleza aparentemente inexpugnable, de su legión de defensores habrá algún momento en el que el bien triunfe sobre el mal, ¿no?, al menos en las versiones descafeinadas de los cuentos de siempre ocurre así, ¿verdad? Claro, claro, sólo que hay un pequeño matiz, y es que cuando en una de aquellas se los agarras bien al emperador invisible te dice aquello de que él no ha sido, que no ha tenido la culpa ni responsabilidad, que fue otro, que preguntes por el emperador desnudo o por el sátrapa bananero... pero que él, o ella, es inocente y casi siempre acaban escapando y cuando uno de ellos cae hay otros que recogen el manto de invisibilidad para seguir gobernando... a su manera.
Otro día seguiré la actualización con el cuento de La vaca que se quedó sin leche por culpa de los mamones de siempre.
Fue después de la lectura de El traje del emperador, aquel cuento en que unos astutos rufianes engañan al soberano haciéndole creer que le cosen un traje que sólo los inteligentes podían ver, de modo que quien lo viera desnudo demostraba su imbecilidad e ignorancia. Pero el imbécil era en realidad el emperador, que se dejó engañar porque no tenía a su lado a un Bigotes que le regalara trajes de Milano, así que se vio irremediablemente desnudo y lerdo, e hizo como el que llevaba una esplendorosa ropa cuando en realidad iba en cueros delante de todos sus súbditos.
Pues bien, resulta que aunque no me lo contaron, ese emperador tenía en otro país un primo mucho más listo que él, al que muy pocos conocían por su verdadero título, el de el emperador invisible. Nuestro siniestro personaje tenía una rara facultad un tanto inapreciable para la mayoría: parecía que no tenía poder. ¿Y qué facultad es esa?, preguntarán los niños. Bueno, pues la cosa tiene gracia o la tendría si no fuera porque ya nos lleva jodiendo muchos años, pero el caso es que sí que tiene mucho poder, y no, no tienen ninguna responsabilidad, y sí, abusa de ese poder sin freno todo lo que le da la gana y más. Y el problema es que el emperador invisible no es uno como Sauron, pues hobbits hay en todas partes para acabar con él, lo peor es que hay unas cuantas hornadas de emperadores invisibles que adoptan la forma de un banquero, de un político, de un hereda empresas, de un hunde economías ajenas, que después de tomar decisiones irracionales y dañinas, y de gran calado –como dicen en la TV- nos joden a los súbditos. Disculpe, dirán las niñas y niños, pero vivimos en una democracia, ya no somos súbditos sino ciudadanos. Y tendrá razón, la chiquillería, lo malo es que todo estaba previsto y que la democracia está muy bien, sobre todo para los que conocieron tiempos peores, pero el emperador invisible navega con experiencia por las aguas de la democracia, y es comprensivo con los partidos políticos y financia sus deudas, y cuanto más dinero debe el poder político al financiero, mejor para el emperador invisible y peor para los ciudadanos porque, ¿quién va a tocarle las pelotas al que te da pasta gansa para que cuelgues los carteles en las calles? ¿Cómo vas a controlarlos más allá de la simple formalidad si cualquier ministro de Economía ha pasado por sus clases o seminarios? ¿Y el príncipe, y el caballero, y las tropas de asalto... nadie se opone al emperador invisible? Bueno, pero es que el emperador es muy listo y no aparece cuando se le busca, ya aprendió de sus antepasados, que cuanto más alzaban el pescuezo con mirada de superioridad, más pronto le cercenaban la cabeza, así que ahora se limita a influir y cuenta con poderosas armas para ello: medios de comunicación doradores de píldoras y untadores de vaselina para supositorios, televisiones lerdizantes, académicos y falsos intelectuales justificadores de cualquier tropelía del emperador invisible, etc.
Pero bueno, a pesar de sus armas, de su fortaleza aparentemente inexpugnable, de su legión de defensores habrá algún momento en el que el bien triunfe sobre el mal, ¿no?, al menos en las versiones descafeinadas de los cuentos de siempre ocurre así, ¿verdad? Claro, claro, sólo que hay un pequeño matiz, y es que cuando en una de aquellas se los agarras bien al emperador invisible te dice aquello de que él no ha sido, que no ha tenido la culpa ni responsabilidad, que fue otro, que preguntes por el emperador desnudo o por el sátrapa bananero... pero que él, o ella, es inocente y casi siempre acaban escapando y cuando uno de ellos cae hay otros que recogen el manto de invisibilidad para seguir gobernando... a su manera.
Otro día seguiré la actualización con el cuento de La vaca que se quedó sin leche por culpa de los mamones de siempre.