15. El seleccionador (I)
Esta semana recogí a un par de amigos en el aeropuerto de Valencia y me los llevé a casa. En realidad el itinerario fue un poco más extenso, ya que hubo varios factores que lo alargaron considerablemente. En primer lugar y antes de traérmelos al pueblo, debíamos pasar por otro sitio de la capital para recoger unas llaves. Marta, el localizador electrónico de mi amigo Manolo (la llamó así), nos condujo de una manera un tanto enrevesada al apartamento, así que a la vuelta, aunque seguimos al principio las indicaciones del localizador, hubo un momento en que me “sonó” la avenida por la que circulábamos y empecé a girar siguiendo mi exclusivo criterio de orientación. Debo decir en mi descargo que soy miope y era de noche, lo que contribuyó a cierta confusión espacial; el caso es que acabamos yendo por donde no era y llegamos a casa con media hora de retraso. No es mi récord, ni mucho menos, aunque nos reímos bastante y culpé a Marta de todo.
La cuestión es que mientras deambulábamos por la ciudad, pasamos por una avenida que no debimos cruzar y me topé con un edificio conocido. Hace unos dos años me pasé allí tres meses aprendiendo a cocinar. Es una institución pública y presumía de formar a los mejores cocineros de la Comunidad Valenciana. Las instalaciones eran muy buenas, el programa lectivo estaba diseñado con criterio y era bastante completo, y entre el profesorado, aunque mejorable, había gente de valía. Pero algo falló. Había por allí un tipo simpático y cincuentón, calvo y delgado, con pintas de intelectual, quien era el máximo responsable de la selección de los alumnos. Lo apoyaban dos chicas de unos 30 años, rubias, altas y pijas, como suelen ser casi todas las de recursos humanos, no acierto por qué… bueno, sí que lo sé.
El proceso de selección fue así: recepción de formularios, un examen psicotécnico para chimpancés intoxicados por un cólico de pistachos, y una entrevista personalizada con el tipo simpático o las pijas rubias. Las dos primeras pruebas pasaron sin pena ni gloria, ya sabemos que el spanish team deja lo mejor para el final: la entrevista. Antes de que comenzara nos reunieron en una sala. Estábamos citados cuatro personas por hora, pero por una combinación de hechos inusuales en nuestro país -falta de previsión, dejadez de funciones y desayunos funcionariales- nos llegamos a juntar 15 convocados en la misma sala. Me dediqué a observar. Había entre 15 y 20 plazas, y se supone que quedábamos cerca de 40, así que las posibilidades eran altas. En el primer minuto de observación descarté a seis aspirantes. Formaban un grupo ruidoso y tabernario: discotecas, drogas, mujeres, violencia… no se cortaron ni con los temas ni con el volumen de voz, y todo eso a cinco metros del ujier-que-no-se-perdía-ni-una. El chivato, vamos. Los otros no recabaron tanto mi atención, a excepción de dos chavales más que guardaron una actitud similar a la mía: observar en silencio.
La entrevista fue rutinaria, me tocó una de las dos rubias altas y pijas, que me preguntó por qué quería ser cocinero y por mis aficiones. Oculté lo de que escucho voces y mi fijación por las cabras alpinas; mentí en todo lo demás: salí contento. A la salida me esperé y vi como el grupo tabernario fue entrevistado casi por completo por el tipo simpático y con gafas. Luego regresé a casa.
A las dos semanas comencé el curso de cocina. Éramos 18: 15 chicos y tres chicas. De los dos observadores silenciosos y formales no quedaba ninguno. En cambio, los seis simios del grupo tabernario sí que estaban allí junto a otros dos orangutanes que debieron ir a la entrevista antes o después que yo; de las tres chicas, una era normal y las otras dos discotequeras trasnochadas. El resto del personal parecía que se había salvado del terrible gen zombi que pululaba por aquel centro de formación, encargado de ofrecer nuevas glorias a España y a toda la Unión Europea, que para eso pagaba el 80% del curso –para nosotros era gratuito-.
En los primeros 10 minutos de presentación, aquel prohombre encargado de la selección de los futuros defensores de la gastronomía valenciana y española, dejó aparcada su simpatía natural, trocó el gesto afable en seriedad amenazadora y nos dijo que no utilizáramos los recreos para fumar porros, robar material o prendernos fuego los unos a los otros. ¿Sicokiller aficionado o amamonado descomunal?, me pregunté. La solución, la próxima semana.
3 comentarios:
Casi un mes después retomo mi vida cotidiana, o lo que queda de ella... Durante este tiempo no he hablado pero he aprovechado cualquier momento de asueto, la más mínima posibilidad de acceso a la red de redes para ejecutar el navegador de Internet y entrar en la Taberna. Me hizo reír en París, reflexionar en Sevilla, tranquilizarme en Valencia, distraerme en San Sebastián, verlo de otra manera en Madrid y sofocar mi inmenso cabreo de vuelta a Sevilla.
La primera semana de normalidad y ¿qué me encuentro? Alusiones a la selección, a recursos humanos. Como dijo aquel gran sabio: ¡qué grande es el cine!
Un par de apuntes. Envié mi CV a una reputada empresa de base tecnológica. Si, a una de esas que nos sacará de la crisis... Automáticamente alguien desvía la información al Departamento de Selección (R.R.H.H., como diría mi gran amigo Urdaci). Imagino que en ese departamento una alta rubia pija “procesa” la información y me pregunta ¿me puedes enviar el CV en castellano?, es que lo has enviado en inglés... para información del lector diré que este trabajo un alto grado de interacción con otras empresas de Europa. Pero como dijo otro gran sabio: ¡qué aprendan ellos español!... Subsanado este pequeño incidente, la alta rubia pija me responde, ¡estupendo!, tu CV se adapta perfectamente al puesto (que raro suena eso hoy en día, ¿verdad?). A eso la rubia añade, pásate por la empresa, que está literalmente en la otra punta de España a 1000 km de donde vivo, y completas las pruebas psicotécnicas para finalizar con la famosa entrevista... Todavía no se que tipo de contrato se ofrece, cuanto dura, los detalles pormenorizados del trabajo, el salario, etc. Mi conocimiento se limitaba a 5 líneas que aparecían en un anuncio de la página web de la empresa y que me hacían pensar que se trataba de una oferta potencialmente interesante. Automáticamente me puse en contacto con el Departamento de Selección para recabar más información sobre el puesto, si tengo que “comerme” 1000 km me gustaría saber de que va la cosa. ¿Cuál fue la solución del Departamento de Selección? Remitirme a la página web, ya que ellos no tenían más detalles...
Creo que huelgan comentarios, solo me planteo una cuestión ¿quien selecciona al seleccionador?
Contento porque ya queda menos para el próximo sábado. Desilusionado porque podría llenar páginas y páginas con experiencias como esta y eso que, como aquel que dice estoy empezando y todavía me queda un largo camino por recorrer.
¡Demonios, esto es un "post interruptus" en toda regla!
Nos ha dejado usted con la miel en los labios. Ansiosos esperaremos al sabado para poder leer el resto de la historia.
Enganchados que nos tiene, oiga...
Un abrazo.
Es un placer volver a tenerte de comensal en la Taberna de Armas, querido Miguel Ángel, ya ves que nuestra generación ha pasado por más procesos de selección que ninguna otra -y los que nos quedan, desgraciadamente, o por fortuna, quién sabe-. Lo que sí puedo decirte es quién elige a las rubias altas y pijas de recursos humanos (así, en minúscula, que para lo que aportan...) Normalmente es un señor barrigón y de cierta edad, español, cuyo concepto de competitividad pasa siempre por bajar los sueldos, y el de felicidad por adornar la oficina con bonitas figurantes.
Y en cuanto a ti, Rad-wulf, gracias por el piropo, que San Neil Gaiman, San Alan Moore y San Tod Mcfarlane te guarden la cerveza bien fría en la Taberna. Por cierto, muy guapo el dibujo que le hiciste a Malacero.
Un abrazo para todos.
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