¿Es más importante el contenido de
una idea o la manera de defenderla? Lo segundo, sin duda alguna. Cualquier
buena idea, es más, cualquier idea excelente es susceptible de ser adulterada
por el gilipollas de turno. De hecho, solo hay que esperar lo suficiente para
que esto ocurra. Las corridas de toros suponen un ejemplo diamantino. No me
considero animalista ni antitaurino, yo no llevaría a un parlamento la
prohibición de la fiesta nacional y me abstendría en la votación en el caso de
que se llevara a cabo alguna. Creo que la fiesta nacional se muere sola sin
necesidad de que nadie la mate. O evoluciona (todo pasa por no matar al toro) o
desaparece, así de fácil.
Fui de pequeño a la Maestranza (plaza
de toros de Sevilla), y salvo algún festejo memorable (novillada de Pareja-Obregón, Julio Aparicio y Espartaco Chico) me aburrían. Soy capaz de ver el
arte –y sentirlo- que hay en una corrida de toros, pero es innegable el
sufrimiento del animal, y desde un punto de vista ético, tiene más fuerza el
sufrimiento del toro que la faceta artística. He aquí que la razón me indica
que la postura antitaurina es la mejor, la más justa.
Sin embargo, cuando leo y veo a una
buena parte de los antitaurinos equiparando la vida del toro a la del torero o,
mucho peor, cuando algunos descerebrados se felicitan por la cogida de algún
diestro, me pregunto si de verdad quiero esa compañía aunque sea de lejos. Pasa
con todo, en manifestaciones, en política… al final tienen que llegar los imbéciles
para mancillar con sus formas las bellas pasiones teóricas.
Casi todo se puede defender en esta
vida y seguir siendo buena persona, verdad primera. La imbecilidad es imposible
de ocultar y a menudo es contagiosa, verdad segunda.
Y entre estas dos verdades ha llegado
septiembre y ustedes y un servidor se dedicarán a vivirlo. Que sean felices y luchen
contra sus miedos.
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