Si de algo le hubiera servido
adelantar las elecciones generales a Mariano Rajoy y celebrarlas antes que las
municipales y autonómicas, habría sido evitar la sensación de vulnerabilidad,
burlarle el flanco herido al tiburón para que no se cebara en él. Antes del 24
de mayo de 2015 parecía que el PP perdería el gobierno de la nación aunque
seguiría siendo la fuerza más votada. Hoy, tras la victoria pírrica del domingo
–señalada tantas veces por los más lerdos del PP-, lo peor que le ha pasado al
Partido Popular no ha sido la pérdida de poder territorial, sino la extrema
vulnerabilidad que ha demostrado. Si hay algo que nos pone a los españoles es
comprobar que un poderoso ha caído en desgracia. Es entonces cuando se sacan las navajas para hacer tiritas del antiguo amo y señor. Nada
como devolverle las ofensas a un adversario cegado, derrotado y corrompido.
Para colmo de males, la ballena que
representaría al partido de Mariano ya no tiene enfrente a un solo competidor
que podría descuidar la ventaja que le ofrecen. No sería la primera vez que un
PP mediocre salvara la situación gracias a un Psoe débil. Al final los azules no han tenido
tanta suerte y se han topado con dos tipos jóvenes, ambiciosos y voraces que
representan juntos a casi a todo el espectro ideológico del país, excluidos los
nacionalistas. Ahora Podemos y Ciudadanos ven al león azul cansado, viejo y
herido. Iglesias y Rivera van a por él, a zampárselo sin misericordia, y es tan
simple el objetivo que hasta Pedro Sánchez se ha apuntado al festín (veremos a
ver si no se lleva algún mordisco).
A Mariano le tienen ganas. Al PP le
tienen ganas. Hasta la justicia empieza a espabilarse contra ellos. Se lo han
ganado, sin complejos, como antaño les gustaba decir. El tsunami que se les
avecina es tan inmenso que va a dejar un rastro de gaviotas ahogadas difícil de
olvidar.
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