91. Tortilla española
El niño apretaba fuerte la mano de su padre para sentirse más seguro y no perderse entre el gentío; la plaza abarrotada asustaba al infante de cuatro años, que veía asombrado a una multitud plantada en mitad de la plaza.
-¿Quiénes son, papá?
-Gente, no los conozco, mira, aquel de la melena lleva una camiseta en la que pone Ramones, así que ese debe llamarse Ramón.
-¿Van a un cumpleaños?
-¡Ja, ja, ja! No creo, no, ¿un cumpleaños?, ¿por qué?
-Están cantando, aplauden… eso se hace en los cumpleaños.
-Y en las bodas, pero aquí no hay tartas, chaval, así que no, no es un cumpleaños.
-¿Y que hacen entonces?
El padre miró sin detenerse a su niño. Había salido guapo, el chaval, se parecía a su madre, tenía sus mismos ojos: grandes y grises. Preguntaba por todo, y el pequeño cabrón tenía una memoria impresionante, así que debía tener cuidado con lo que decía. Ya le había metido en un par de líos por sus definiciones políticamente incorrectas. “Para él soy Dios. Mi palabra es la realidad. No me había pasado nunca con nadie y con este me durará poco, a los 9 seguro que empieza a cuestionarme”. Pero ahora no tenía muchas ganas de responder al niño, de decirle por qué había allí tanto policía y tantos ciudadanos, por qué protestaban. “¿Por qué protestan? ¡Joder, si no protestaran no estarían vivos, si no nos quejáramos en este país volveríamos al medievo!”.
-Vamos, peque, que llegamos tarde a la casa de la abuela. Hoy tienes tortilla.
-Pero… ¿por qué están aquí, papá?
Nada, era un pequeño perro de presa, un stanford de esos, el padre genético del pitbull: una vez que cogía el hilo de una idea no la abandonaba jamás. Apretó un poco el paso, siguió callado, miró al frente y trató de poner cara de despistado, pero el padre sentía los grandes ojos grises de su hijo apostados en su nuca: “En eso ha salido también a la madre”.
-¿Por qué, papá?
-Ahora te cuento, sigue caminando.
Iba a contestar, qué remedio, pero cuando dejarán atrás el gentío; de paso, en esos segundos, podía pensar alguna buena metáfora o parábola, algo fácil y rápido para que el niño comprendiera mejor sin meterse demasiado en el meollo. “No, eso no es una buena idea, me pasará como con las abejas, cuando nos preguntó de dónde venían los niños y me puse a hablarle de insectos y flores. Mejor las cosas claras. Si quieres tacto búscate a un táctico, como decía Gus Petch en Crueldad Intolerable”, pensó el padre deteniéndose al fin. El niño lo seguía mirando con aquellos ojos tremendos. “Cuando sea mayor va a ligarse a más de una con esa mirada”.
-Verás, hijo, ¿tú sabes quiénes son los buenos y los malos en las películas de dibujos que te pongo?
-Si –dijo el niño asintiendo con la cabeza.
-Pues en la vida real es un poco más complicado, más que nada porque los malos, casi siempre, se hacen pasar por los buenos.
-Eso es trampa.
-Efectivamente. Pues bien, una de las cosas más importantes que tienes que aprender es a distinguir entre buenos y malos. Los buenos no hacen daño, generalmente, los malos siempre que pueden, sin excepción. ¿Ok? ¿A ti te parece que la gente que hay en esa plaza está haciendo algo malo?
El niño miró a la gente, trató de ver algo que le indicara el mal.
-No.
-Muy bien, no. Pues, digamos, que en general, estos son los buenos. Piden tener una casa, un trabajo, poder ir al hospital cuando se pongan malos, y que los políticos trabajen para nosotros sin que roben nada, ni ellos ni sus amigos. ¿Lo entiendes?
-Sí –dijo el niño asintiendo.
El padre sonrió y volvió a andar, faltaban unos pasos para entrar en el bloque de pisos de su suegra y reunirse con la familia. Era hora de comer, estaba pensando en la tortilla de patatas que hacía su suegro, la tortilla española. Una delicia patriótica.
-¿Y los malos, papi? ¿Dónde están los malos?
El padre lo miró. Pensó en hablarle de Strauss-Kahn (“un jefe de banqueros cabrón y violador”), de Rodrigo Rato (“padre de la crisis inmobiliaria española y el cobarde que salió corriendo del FMI cuando llegó la crisis”), de ZP (“protector de bancos y banqueros”) de Berlusconi, de Rajoy, de Camps…
-Eso, hijo mío, te lo explico mañana, pero a grandes rasgos y para empezar a distinguirlos se caracterizan por llegar a un sitio y aprovecharse de los demás.
-¿Cómo las hienas, papi, se comen lo que caza el león?
-Eso es, hijo, como las hienas.
5 comentarios:
A día de hoy no sé que están haciendo los del 15M sentados en las plazas. Sí, son pacíficos y tocan la guitarra pero mueven el culo cuando se trata de cambiar las cosas??? o se van a quedar sentados en las plazas hasta que se muera el perro o no funcione la flauta??. ¿Qué pretenden hacer?.
Yo estoy de acuerdo con todo lo que piden pero en caso de celebrarse referendum, como demandan, para ayudar o no a los bancos, ¿se moverán???.
Estoy deseando escuchar y ver qué es lo que pretenden y así igual termino también tocando la guitarra. Mientras tanto dejemos que la derecha nos invada y así echarán pesticidas en las plazas y como dice el refrán: muerto el perro se acabó la rabis.
¡Con dos cojones!
A mí también me parece terriblemente injusto que muchos alcaldes y presidentes socialistas hayan perdido las elecciones locales y autonómicas porque el ciudadano de izquierdas confunda la responsabilidad nacional con la local. Se impone felicitar a los votantes del PP por entender, perfectamente, cómo debe actuar uno en democracia: votando. Respecto al movimiento 15 M sólo voy hacer una reflexión: se puede ser activista político y apartidista, ok, pero hay que votar, porque si uno dice implicarse en política pero no vota, o vive en una dictadura o merece vivir en ella. Saludos y ánimo.
En uno de los carteles leí lo de la desinformación de los medios de comunicación. Ni tantos perros ni tanta flauta y guitarras tampoco ví, aunque no pongo en duda que las hubiera y salieran en la tele. Nadie me dijo si debía o no de votar ni a quién. Si el desinformante le pregunta a tres que dicen que no van a votar.... ¿?.. había otras muchas voces. No apoyar este movimiento es condenarse a un mapa azul. Por supuesto, que también lo es cantarlo en el suelo. Es necesario el apoyo de la experiencia para que la rabieta del niño se convierta en la lección del padre y no en su cáncer.
Para sintetizar: el ciudadano ideal es el que va a la plaza y a las urnas.
Estuve en la plaza y estuve en las urnas, aunque os aseguro que soy lo menos parecido a un ciudadano ideal. Vi algún perro, vi alguna flauta, vi alguno con aspecto de no lavarse… pero lo que vi, es mucha gente que no está conforme con lo que pasa. Uno puede decir que no se mueven, que no concretan su “movimiento estático”, sin embargo esto habrá merecido la pena si consiguen que unos pocos abran los ojos o, simplemente se cuestionen ciertas verdades establecidas. La gente en la plaza no ha pintado el mapa de España de azul, muy a mi pesar, eso lo han conseguido ocho millones y medio de españoles. Curiosamente, pese a los movimientos anti-sistema, en está ocasión ha participado un porcentaje más alto que otros años y la abstención ha sido más baja… Lo que en mi opinión no tiene sentido, es que un grupo político disfrute de mayoría absoluta si consigue poco más de un tercio de los votos. Como ejemplo de este despropósito una ciudad que me pilla cerca: San Sebastián. Casi uno de cada cuatro donostiarras ha decidido dar su voto a un partido cuyo cabeza de lista para la alcaldía ha dirigido una asociación vecinal que busca la independencia de San Sebastián (ironías de la vida). No es coherente que con un 25% de votos, un candidato/a tenga la posibilidad de dirigir el consistorio. Tal vez, en la plaza, algunos vecinos que pasen por allí consigan entender esto.
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