58. Envilecimiento
La verdad es que empezó a caerme mal a los pocos días de su liberación, y fue algo incómodo, ya que durante un tiempo su nombre me despertó empatía y coraje, pero sólo durante los seis años de su secuestro. Luego, una vez liberada y cuando sus compañeros empezaron a largar contra ella, el mundo y yo vimos a Íngrid Betancourt con otros ojos. Estas cosas me mosquean, como cuando de adolescente estudiaba filosofía y me identificaba plenamente con el pensamiento de algún filósofo para, un día más tarde, apoyar incondicionalmente a otro que opinaba lo contrario, ya sabes: Aristóteles contra Platón, Locke contra Hobbes y Belén Esteban contra la Campanario. Pero esta tarde, tras leerme una entrevista suya en un diario británico he repensado la cuestión.
Betancourt, durante la entrevista en la que promociona su libro (Incluso el silencio tiene un fin, sería la traducción del francés: Même le silence a une fin), habla de sus encontronazos con otros secuestrados; se defiende, dice no querer criticar a nadie, aunque ya lo hace a través de su libro y da su versión del asunto. Sin embargo, hay un tema que la salva. Precisamente habla de la vileza de quienes la secuestran y la mantienen cautiva durante seis años, de quienes amenazan constantemente su vida con una metralleta, de quienes la torturan y, quizás lo peor, de quienes la privan de su vida mientras el mundo y su familia avanzan de la mano. Recluida en la selva, incapaz de mentarle la madre a sus secuestradores, pasa el tiempo puteándose con sus compañeros de cautiverio.
Como buen cabrón civilizado que soy, también me apunté en su día a derribar al ídolo, al icono de los secuestrados por una guerrilla de narcotraficantes ignorantes, brutales y asesinos. Quizás Betancourt no sea una buena persona, pero es infinitamente mejor que quienes la secuestraron. Y sí, siempre hay quien conserva un punto más de entereza, de coraje, de valentía y de dignidad entre los rehenes y, nuevamente, tampoco debió ser Betancourt la mejor de entre ellos. Además, se prestó como nadie a ser su voz, su representante. Demasiado ego, aunque es política y el ego y las ganas de poder son los distintivos de los políticos actuales.
¿Qué habríamos hecho tú y yo en su lugar? ¿Qué nivel de sumisión habríamos adoptado? ¿Cuánta vileza habríamos acumulado y cuánta esparcido entre nuestros iguales? ¿Nos habríamos aprovechado de alguna ventaja frente a nuestros compañeros de infortunio? Tienes seis años para pensártelo, para contestar estas preguntas; seis años de humillación y aislamiento; seis años de convivencia forzada con unos seres humanos a los que no has elegido. ¿No íbamos a ser un hijo de puta redomado ni una sola vez durante tanto tiempo?
Quizás sean las preguntas pertinentes, quizás esa es la clave de bóveda sobre la cual se sustenta el dominio y la opresión: dejemos que se peleen entre ellos, construyamos un sistema para envilecerlos, que no se atrevan con sus verdugos pero sí contra los desgraciados como ellos. No hay que ser ningún genio para activar un plan como ese, para maltratar así a la gente: pasa en la jungla, en las oficinas y hasta en las familias.
4 comentarios:
Sin dudarlo, la selección natural puso un pequeño hijo de puta dentro de cada uno de nosotros, es lo que nos mantiene en el planeta. Pero cuando ese pequeño se hace grande a base de alimentarse del cerebro, empequeñeciendo a este, es cuando la cosa empieza a ponerse fea.
Enhorabuena una semana más
Gracias, Kristal Caío -buen seudónimo-, aparte del miedo a la muerte, creo que una de las razones más poderosas por lo que la gente cree en la otra vida es para ajustar cuentas con esos grandes hijos de putas que nos acompañan en nuestro camino. Fíjate tú que a veces pienso que son necesarios: sólo con ellos podemos cultivar nuestro lado oscuro. Un abrazo.
Lo cieto es, que durante todo su cautiverio sus secuectradores no fueron capaces de doblegarla, de ahí que fuera una de las que liberaran, era prescindible, en un grupo de acojonados no interesa tener espiritus libres, coexionan al grupo y desbaratan el fin de los secuestradores.
Radica todo, en su fuerza interior, en su saber hacer, no fueron capaces de someterla, se plego como una caña al viento ante la fuerza bruta, pienso que manteniendo siempre su dignidad, y no la dignidad que sus captores y sus compañeros querían dejarle, por eso se puteaba con algunos o con todos, y es que cuando algien tiene el coraje y la fuerza de voluntad de dejar clara su postura y ser consecuente, sin pretenderlo, levanta ampollas.
Todo viene al cuento porque la Betancourt es diferente, y los autollamados normales no la pueden comprender, su inteligencia no les da para tanto, no entienden que el diferencial no los hace mejor que a ellos, sólo la hace diferente, pero ellos no lo creen, de ahí las envidias, las críticas y las insidias propias de esa gente acobardada y sumisa.
El asunto es complejo. Cuando leí la entrevista de Betancourt, a mí también me dio la sensación de que ella no había sido sumisa y que su rebeldía molestó a los demás cautivos. Los molestó por el miedo inherente a ser castigados por la actitud de ella. Pero como seis años dan para mucho, estoy seguro de que Betancourt también se aprovechó por ser la líder moral de los cautivos. Creo que el dilema se puede abordar desde dos flancos al mismo tiempo. Primero, ¿qué hubiéramos hechos nosotros mismos en esa situación? ¿Rebeldes, sumisos? Piensa, querido anónimo, que son seis años sin saber si vas a salir de allí con vida o si te vas a morir en la selva olvidado por los demás. Creo que esta primera idea nos debe llevar a la cautela. Segundo flanco. Hay que cargar las tintas contra los secuestradores, contra los hijos de puta que privaron de la libertad a otros y los torturaron. Fueron ellos los que propiciaron el envilecimiento en el que tuvieron que sobrevivir los cautivos. Un abrazo y gracias por tu opinión.
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