14. La cuneta
Tal vez la vieras por la tele como yo hará un mes y medio, no recuerdo su nombre, apenas observé su rostro y tampoco memoricé la localidad española de la que era vecina, poco importa, en este caso la desmemoria es una ventaja. Lo es porque su historia puede extrapolarse a muchos españoles que hoy rondan los 80 y que vivieron nuestra guerra civil de niños: en vez de bicicletas y nintendos, bombas y paseíllos. Caminatas nocturnas que terminaban en cunetas y descampados con gente tiritando de miedo y frío a la que asesinaban vecinos, conocidos o cualquier hijo de puta de turno. Los hubo en los dos bandos, no cabe duda, pero hay un matiz relevante: unos saben dónde están enterrados sus muertos y los otros no. Por eso no entiendo muy bien la oposición de gente de otra edad, de otras generaciones más afortunadas, que son las que hoy mandan en España y no sólo a nivel político, no entiendo, repito, su manifiesta oposición a que se abran las fosas, a que se excave en las cunetas y en los olivares y saquen de una vez a los muertos. Sería bueno, sería justo, y humano, en el mejor sentido de la palabra.
Ya no veríamos a la mujer de 80 años caminando por el andén de la carretera, torpemente y con muletas, pero también con el coraje de quien se rebela contra la injusticia y con el amor para velar a sus muertos. No sé, repito, no sé si era solo su padre o también su madre, y tampoco recuerdo si era una cuneta o unos pasos más adentro en el campo, no importa, otros de su edad tienen mas suerte y pueden entrar en un cementerio a limpiar lápidas y poner flores frescas: ella no.
Digo que no lo sé pero en realidad sí que comprendo por qué lo hacen, por qué miran a otro lado o llenan sus bocas de reproches e insultos, por qué les asusta tanto reconocer el derecho primordial de otro ser humano de disponer de sus muertos como mejor le convenga: se llama vergüenza. Y ni siquiera por sus actos, sino por los de papá o mamá, por los de los abuelos: “Esas cosas no hay que removerlas”, dicen. Sí. Hay que hacerlo, debe removerse la tierra: no sacan a sus muertos para echárselos a nadie en la cara. ¿Quién queda para los reproches? ¿Ancianos de 90 años para arriba? ¿Va a ir alguien a vengarse a la residencia? Si hubiera una cámara universal que recogiera nuestras infamias y vilezas y luego las difundiera apenas delinquiríamos: de nuevo, se llama vergüenza, y aunque hayamos perdido la capacidad de sonrojarnos nos atenaza de noche cuando apagamos la luz.
Camps sacó el otro día el tema y lo hizo de la peor manera posible: la de un perturbado moral. No se trata de alguien que haya perdido sus facultades mentales, sino que tiene gravemente alteradas sus nociones morales, de hecho están en proceso de putrefacción. Acusa a su adversario político, en sede parlamentaria, de desearle dar el paseíllo. De querer buscarlo en una camioneta de madrugada, de asaltar su vivienda y llevárselo a la fuerza ante la mirada de su mujer y sus hijos, de llevárselo y procurarle un nuevo amanecer tirado en una cuneta. Es tan vergonzante la acusación, tan miserable viniendo de quien viene, que no cabe la chanza ni el descrédito a través del sentido del humor o la ironía. Se ha disculpado, sí, como quien disfruta partiendo pies a pisotones para luego pedir un cínico e increíble –en el sentido estricto de la palabra- perdón.
Una virtud sí que tengo que reconocerle a Camps, sin embargo, un mérito insoslayable y extraordinariamente difícil de conseguir, sólo al alcance de muy pocos elegidos: ha logrado hacer bueno a Zaplana.
Ahora me toca pedir perdón a mí, a la señora de cuyo nombre no quiero acordarme, la que transita aún por el andén de la carretera para ver a un padre, y quizás a una madre, al que le quitaron unos desalmados en camioneta o a pie, de madrugada o por la tarde. Perdón, señora, por hablar en el mismo artículo de una persona digna como usted y mezclarla con gentuza.
Ya no veríamos a la mujer de 80 años caminando por el andén de la carretera, torpemente y con muletas, pero también con el coraje de quien se rebela contra la injusticia y con el amor para velar a sus muertos. No sé, repito, no sé si era solo su padre o también su madre, y tampoco recuerdo si era una cuneta o unos pasos más adentro en el campo, no importa, otros de su edad tienen mas suerte y pueden entrar en un cementerio a limpiar lápidas y poner flores frescas: ella no.
Digo que no lo sé pero en realidad sí que comprendo por qué lo hacen, por qué miran a otro lado o llenan sus bocas de reproches e insultos, por qué les asusta tanto reconocer el derecho primordial de otro ser humano de disponer de sus muertos como mejor le convenga: se llama vergüenza. Y ni siquiera por sus actos, sino por los de papá o mamá, por los de los abuelos: “Esas cosas no hay que removerlas”, dicen. Sí. Hay que hacerlo, debe removerse la tierra: no sacan a sus muertos para echárselos a nadie en la cara. ¿Quién queda para los reproches? ¿Ancianos de 90 años para arriba? ¿Va a ir alguien a vengarse a la residencia? Si hubiera una cámara universal que recogiera nuestras infamias y vilezas y luego las difundiera apenas delinquiríamos: de nuevo, se llama vergüenza, y aunque hayamos perdido la capacidad de sonrojarnos nos atenaza de noche cuando apagamos la luz.
Camps sacó el otro día el tema y lo hizo de la peor manera posible: la de un perturbado moral. No se trata de alguien que haya perdido sus facultades mentales, sino que tiene gravemente alteradas sus nociones morales, de hecho están en proceso de putrefacción. Acusa a su adversario político, en sede parlamentaria, de desearle dar el paseíllo. De querer buscarlo en una camioneta de madrugada, de asaltar su vivienda y llevárselo a la fuerza ante la mirada de su mujer y sus hijos, de llevárselo y procurarle un nuevo amanecer tirado en una cuneta. Es tan vergonzante la acusación, tan miserable viniendo de quien viene, que no cabe la chanza ni el descrédito a través del sentido del humor o la ironía. Se ha disculpado, sí, como quien disfruta partiendo pies a pisotones para luego pedir un cínico e increíble –en el sentido estricto de la palabra- perdón.
Una virtud sí que tengo que reconocerle a Camps, sin embargo, un mérito insoslayable y extraordinariamente difícil de conseguir, sólo al alcance de muy pocos elegidos: ha logrado hacer bueno a Zaplana.
Ahora me toca pedir perdón a mí, a la señora de cuyo nombre no quiero acordarme, la que transita aún por el andén de la carretera para ver a un padre, y quizás a una madre, al que le quitaron unos desalmados en camioneta o a pie, de madrugada o por la tarde. Perdón, señora, por hablar en el mismo artículo de una persona digna como usted y mezclarla con gentuza.
9 comentarios:
uffff, me has tocado la fibra sensible esta semana, bueno, bueno, bueno....
Sólo a los mediocres y miserables puede molestarles que una persona recupere los restos de sus seres queridos.
Sólo a un soberbio sin ninguna vergüenza se le ocurre decir, en sede parlamentaria, la barbaridad que el "señorito" Camps dijo.
Has conseguido cambiar algunos hábitos del fin de semana. Ahora espero los sábados para leer la columna. Y va a más.
Dicho esto, podríamos añadir, sólo una gotita más al cúmulo de infamias, que, mientras España entera ha sido sacudida por tales declaraciones que vienen de una total podredumbre, no ha habido ni un eco en Canal 9. Sin más comentarios...
Que familiar me esa historia solo que era mi abuela la que recorria el camino con una carta cosida en el forro de la falda...
El pueblo que olvida su historia esta condenado a repetirla.
Me has dado una idea, Xavier, creo que Camps ve únicamente Canal 9, lo cual explicaría bastante el comportamiento del president: la enajenación absoluta. La realidad le disgusta tanto que prefiere vivir en su mundo de ficción y arrastrarnos con él, con todo el peligro que eso conlleva para los habitantes de la Comunidad Valenciana.
Amén a lo dicho por Bea en cuanto a la soberbia, la sinvergonzonería y la barbaridad del señorito; y respecto a Malacero y al primer anónimo, creo que cada uno de nosotros puede contar una historia de nuestros mayores durante la Guerra Civil Española. Una historia triste, dura, hija de aquellos tiempos. Pero ojalá que cada vez que la recordemos no sea por un comentario lamentable y meditado -no fue un calentón- de un político acosado por sus propios actos.
Un abrazo para todos.
Soy bastante mayor,fuí un niño de la posguerra,en mi familia no hay represaliados de ninguno de los dos bandos,creci escuchando a unos con sus "heroicidades"dichas en voz muy alta, y a otros con sus penas dichas en voz muy baja.
Cuando oigo hablar de la Ley de la Memoria Histórica, sé automáticamente por la forma de expresarse cual fué al bando que perteneció y hasta me atreveria a decir si tubo o no implicación en paseos y cunetas, evidentemente hablo de los familiares de los implicados.
Las frase preferidas de unos son "Eso solo vale para abrir heridas" " La M... cuanto más se menea peor huele", la de los otros "Se hizo lo que fué necesario y en paz", terribles ¿verdad?.
A unos les pregunto ¿crees de verdad que esas heridas se han cerrado? y a los otros ¿valíó para algo?, nunca recibo una respuesta
Como españoles, hay algo en nuestra educación -que no de nuestro carácter- que nos incita a pelearnos cuando observamos diferencias. Nos instruyen para que cuando nos encontramos con otro de diferente ideología, lo primero que hagamos sea mentarle a su madre y a su padre, como una demostración de poder. "A ver si se cree éste que me voy a callar". Creo que tiene bastante que ver con aquello que decía Antonio Machado de que en España de 10 cabezas 9 embisten y 1 piensa. Hay que cambiar el chip.
Si la biodiversidad es el futuro del medio ambiente, debe de serlo, junto al respeto, también el de la sociedad.
Pues sí, probablemente sea el respeto nuestra asignatura pendiente. Uno de verdad y no de quita y pon.
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